Rutilio Grande

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Editorial UCA
12/03/2014

Hoy recordamos a Rutilio Grande, 37 años después de que fue asesinado junto con un adulto mayor y un niño. Otros dos niños que iban con él en el vehículo lograron escapar por el cañaveral. Y aunque reconocieron a los asesinos, efectivos de la Guardia Nacional, no hubo juicio ni justicia. Corrió la suerte de muchos otros sacerdotes que fueron asesinados después que él, y, sobre todo, de tantos hombres y mujeres víctimas de formas brutales de represión y violaciones de derechos humanos. Rutilio es un sacerdote, un jesuita que, desde los tiempos de su muerte, evoca la larga historia de fidelidad a los pobres de la Iglesia católica salvadoreña.

Formador de sacerdotes, amigo de la gente sencilla, párroco visionario empeñado en transmitir a nuestros campesinos la fe cristiana en toda su riqueza, Rutilio sigue presente en muchos aspectos en nuestra historia. Fue el primero en esa larga lista de presbíteros convertidos en testigos, en mártires del Evangelio. La gente lo sigue recordando como un servidor cercano, consejero sabio, amigo generoso, religioso íntegro y fiel. Su amistad honda y personal con monseñor Romero contribuyó, más en muerte que en vida, a que el arzobispo alzara su voz profética. Monseñor Romero conocía a Rutilio muy bien y no podía dudar de la terrible injusticia cometida. La muerte de su amigo lo comprometió más a fondo con el dolor de las víctimas.

Algunos pueden preguntarse qué nos dice hoy Rutilio Grande, 37 años después de su muerte. En una cultura demasiado pragmática y egoísta, los muertos están condenados al olvido. Incluso dentro de una esperanza de justicia laica, con frecuencia se recuerda a los muertos del pasado como escalones naturales hacia una justicia mayor. Sin embargo, para nosotros, las víctimas del pasado son algo más que flores aplastadas en el camino de un progreso o desarrollo, que siempre requieren luchas. Desde la fe cristiana, esperamos una justicia universal, definitiva, y que tenga en cuenta a todas las víctimas inocentes. Y es precisamente esa esperanza la que nos hace mantener la mirada en las víctimas de la historia, la que nos lleva a recordarlas y a considerarlas parte de la construcción de una justicia definitiva. Ver a las víctimas, sentir su dolor, es unirse a la pasión de una humanidad que aspira a la solidaridad y la hermandad. Y Rutilio, movido por la compasión y la solidaridad generosa, es un ejemplo para todos tanto en su calidad personal como en su muerte martirial.

En El Salvador, ha abundado la muerte y la injusticia. Todavía hoy la violencia es demasiado dura y sigue causando víctimas. Olvidar a las víctimas del pasado no ayuda a vencer la violencia actual. Al contrario, tiende a perpetuarla. Porque las víctimas del pasado nos muestran de un modo especial no solo la brutalidad de los victimarios y su capacidad de impunidad, sino el amor de unas personas empeñadas en defender a los débiles y en construir una sociedad justa y humana. Seguir sus pasos, desde su afán de diálogo y de justicia, desde su solidaridad con los pobres y débiles, y desde su resistencia frente al mal y la brutalidad, es el camino correcto para vencer la violencia actual.

Cuando la gente dice que "Romero vive" o "Rutilio vive", está confesando algo más que la fe en la resurrección del final de los tiempos. Está confirmando que ya, en nuestros días y a pesar de su muerte, las víctimas siguen teniendo incidencia histórica. Afirmar que Rutilio y Romero viven es reconocer, en definitiva, que el espíritu de estos hombres se ha unido al Espíritu de Jesús, el Cristo, y actúa en la conciencia de la gente generosa que quiere construir un mundo más fraterno y humano desde la liberación de su propia generosidad. Recordar a Rutilio Grande es revivir sus ideales, su solidaridad y su fuerza profética. Es ganar fuerza para caminar en la construcción de un El Salvador mejor y tomar conciencia de la necesidad de planificar un futuro más fraterno.

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