Cuando los problemas no se pueden resolver rápido o cuando se quiere dañar al contrincante político de la manera que sea, se producen señales peligrosas. Peligrosas porque al dañar a la democracia o a los derechos de la ciudadanía, crean formas verdaderas de descomposición social. En El Salvador solemos hablar siempre de unidad nacional cuando cualquier tipo de crisis se acentúa. Pero con frecuencia tomamos medidas, amparadas en esa fraseología de unidad, que crean más bien desunión y desconfianza. En este editorial enumeraremos algunas de estas señales peligrosas.
Mano dura y poca reflexión es una señal peligrosa. Los males humanos no se vencen con la fuerza bruta sino con la inteligencia. Con la fuerza bruta se logran, en ocasiones, determinados tipos de paz. Pero con el costo terrible de pasar por encima de culpables e inocentes, de someter al silencio a quienes no están de acuerdo, de crear campañas de odio y rechazo a cualquier cosa que parezca enemiga. A veces la hemos llamado a esa paz, la paz del cementerio. O la paz de los tres hierros: el destierro, el encierro y el entierro. Y ni siquiera hay garantía de conseguir eso con la mano dura. Cuando en El Salvador se quiso combatir con mano dura a la entonces llamada subversión, estalló una guerra civil. Y cuanta más crueldad se utilizó para reprimir a los disidentes, más débiles se volvieron los autores de la brutalidad. Tanto que incluso sus aliados, los gringos, tuvieron que decirle al Ejército salvadoreño que si seguían matando a tanta gente le tendrían que cortar la ayuda militar. Y de hecho, el primer paso concreto hacia la paz, fruto del diálogo, fue un acuerdo sobre el respeto a los derechos humanos. En otra palabras, que se empezó a vencer la guerra civil con derechos humanos, no violándolos.
También es una señal peligrosa pedir la pena de muerte. No son todos los diputados los que lo hacen. Algunos, como el diputado D’Abuisson, han tenido el valor de decir públicamente que están en contra de la pena de muerte. Pero los diputados de GANA que piden la legalización del homicidio muestran que les interesa cambiar la Constitución sólo cuando el cambio les puede reportar algún tipo de ventaja mediática. Es una vergüenza que los diputados estén más dispuestos a restringir los derechos que la Constitución ofrece a los ciudadanos que a legislar los derechos que la Constitución consagra y exige que se les den a todos. La Constitución dice que hay que indemnizar incluso al que se va voluntariamente del trabajo y, asimismo, a quien sufre retardo judicial. Para ellos, sólo es necesario fijar los montos monetarios en la legislación secundaria, es decir, en las leyes que hacen los diputados. Pero los diputados prefieren no legislar los derechos consagrados por la Constitución si éstos dañan a los ricos o a los jueces corruptos. Aunque incumplan con ello la Constitución durante los 27 años de vida de la misma. Toda una lección de absurdos que fomenta la desconfianza en la política y que produce al final desarraigo y desconfianza social.
Es señal peligrosa que un partido esté llamando incapaces a quienes están gobernando y al mismo tiempo traiga a un incapaz demostrado, el ex gobernante golpista Micheletti, para hablar de democracia. Con Micheletti creció la pobreza en Honduras con sus secuelas de delincuencia y violencia. Traerlo genera la impresión de que el partido que lo invita está tratando de ablandar la situación para ver posibilidades de que se hable de una salida "micheletista" a nuestra crisis, con la consecuente interrupción del proceso democrático nacional. Tal vez algunos políticos de Arena digan que no pretenden eso, pero su defensa cerrada de ese ex gobernante golpista no deja de ser una señal peligrosa en medio de la crisis que se vive. No se puede hablar de unidad contra el crimen y provocar a una buena parte de la ciudadanía salvadoreña trayendo a nuestra tierra a un golpista para presentarlo como si fuera un demócrata.
Es muy peligroso también insinuar, como han hecho incluso algunos comentaristas de medios escritos, que los derechos humanos son un estorbo para la lucha contra el crimen. Para empezar, si este país respetara los derechos humanos económicos y sociales, la criminalidad sería mucho menor. Irrespetar los derechos humanos económicos y sociales es un acto de violencia, y la violencia engendra violencia. Los derechos humanos, además, son una especie de moralidad ciudadana externa al poder del Estado, sin la cual se daría irremediablemente un poder de esos que corrompen. Porque, como decía lord Acton, el poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente.
¿Unidad en tiempo de crisis? Claro que sí. Pero, por favor, sin dedicarse simultáneamente a lanzar por activa y por pasiva señales peligrosas para la democracia, la ciudadanía y la cohesión social.