Este lunes 16 de noviembre se celebra el recuerdo de los mártires de la UCA. Dos mujeres y seis jesuitas asesinados hace 31 años, y que así pasaron a formar parte del extendido número de personas que dieron la vida en El Salvador tratando de defender pacíficamente a los pobres. La masacre cometida en la UCA ha sido reconocida como delito de lesa humanidad y crimen de guerra tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, la impunidad continúa tratando de imponerse. Primero, políticamente y, ahora, contra todo derecho, en el sistema judicial. Los dos jueces que emitieron recientemente una resolución con visos claros de prevaricato dicen que sienten y lamentan lo sucedido en 1989, pero no les tiembla la mano al firmar una resolución a todas luces reñida con la verdad, con el derecho y con la dignidad.
Más allá de estos avatares jurídicos, el recuerdo y la memoria de los mártires continúa viva y generando vida entre mucha gente de bien. Los mártires despiertan siempre solidaridad y deseo de justicia y de reconocimiento de la verdad. Desde todo punto de vista, sea religioso o laico, quien es víctima de injusticia y de violencia tiene más dignidad que aquellos que matan o abusan. Y tienen más dignidad también que los triunfadores, los aparentemente piadosos o los que se escudan en cualquier tipo de excusa para seguir glorificando a los verdugos. Nos ayudan a entender que merece la pena vivir fraternal y solidariamente, nos enseñan qué es la compasión y la misericordia, que la humanidad es una, y que solo se puede ser humano reconociendo a los demás como prójimos.
Los ocho mártires sacrificados en la UCA fueron constructores de paz e hicieron verdad desde la reflexión y el conocimiento en una sociedad marcada por la violencia, la guerra y los prejuicios ideológicos. Su tarea la continúan hoy muchas personas que, desde diversas posiciones y situaciones, tratan de que el diálogo se imponga sobre el insulto y la polarización; gente empeñada en crear una sociedad de nuevo cuño, en la que todos y todas puedan desarrollar plenamente sus capacidades y convivir en paz. La insistencia de los mártires en la necesidad de cambios estructurales está presente en quienes luchan en favor del agua como un derecho humano, sin afanes de lucro que lo entorpezca. Brilla en los médicos y enfermeras que se empeñan en salvar vidas en medio de la pandemia, a veces incluso en contra del propio sistema público de salud. Adquiere fuerza y vigor en los jóvenes que no se conforman con la situación actual y que buscan un país con sentido para todos.
Cuando mataron a Elba, Celina y los jesuitas, la expresión que más se repitió en aquel momento como grito de esperanza firme fue “No los han matado”. Hoy podemos decir con evidencia que los mártires y las víctimas están cada día más presentes. Vencieron a la infame ley de amnistía. Se enfrentan con los cínicos y mentirosos que incitan al olvido desde su comodidad. Y continúan trabajando, por sobre el griterío visceral de las redes sociales, por un futuro justo, libre, en el que la igual dignidad de las personas se construya siempre desde los desvalidos y sea mucho más que una frase retórica escrita sobre papel mojado.