El mundo está dando un giro brusco de la mano de un Donald Trump dictatorial y pletórico de amenazas. Una muestra significativa: en la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, Estados Unidos votó junto a Rusia, Nicaragua y Corea del Norte para oponerse a la resolución “para una paz comprensiva, justa y duradera” frente a la invasión rusa a Ucrania. Más disruptiva todavía fue la reunión entre Trump y su vicepresidente con Volodomir Zelenski, que fue transmitida en vivo. Los principales medios estadounidenses afirman que se trató de una trampa premeditada para humillar al ucranio y calificaron la cita como “uno de los días más sombríos en la historia de la diplomacia estadounidense”. Trump parece estar alineado con Rusia y Putin, mientras Europa permanece sin voz en unas negociaciones que pretenden definir el futuro de Ucrania.
¿En realidad Estados Unidos se ha alineado con Rusia? Si se parte de que el poder no se mueve por ideologías, sino por intereses, la respuesta es negativa. El plan para controlar los recursos de Ucrania evoca los tiempos en que el mundo se repartía por el equilibrio entre las grandes potencias imperialistas. Estados Unidos siempre ha velado por sus intereses; la diferencia es que Trump lo hace sin preocuparse por las formas y apariencias. El secretario de Estado, Marco Rubio, lo ha dicho explícitamente al anunciar el cierre del 83% de los programas (cerca de 5,800) de Usaid: “Cada dólar que gastamos, cada programa que financiamos debe estar alineado con el interés nacional de Estados Unidos”.
Trump y los suyos buscan alcanzar sus objetivos sin importar que para lograrlo tengan que coincidir con ideologías distintas u opuestas. Por los intereses de Estados Unidos quieren tomar posesión de Groenlandia, la isla más grande del mundo, llena de recursos sin explotar y punto de paso de la ruta más corta entre Europa y Norteamérica. Este afán expansionista no es nada nuevo. Por hoy, la política arancelaria es su principal carta de negociación y amenaza. El ideal de Trump es una sociedad gobernada por el dinero, no por las mayorías.
Quienes sí pelean por ideologías, sobre todo partidarias, son los ciudadanos. Mientras las cúpulas se entienden entre sí, prolifera el desencuentro ciudadano en torno a ciertos partidos políticos o personajes. Y ese desencuentro es el combustible que aúpa a políticos cuyo único objetivo es desbaratar lo hecho por otros para con los escombros construirse un trono. Al poder actual, la derecha y la izquierda, la democracia o el autoritarismo le son irrelevantes. Son sus intereses los que los mueven.