Todo Gobierno se desgasta políticamente con el paso del tiempo. Aunque el de Bukele todavía mantiene altos índices de respaldo social, los signos de desgaste ya son evidentes. Lenta pero gradualmente la población se va desencantando de las promesas que en un inicio entusiasmaron, pero que hoy contrastan con la realidad diaria. Cada vez más gente cae en cuenta de las negativas implicaciones de dejar la suerte del país en manos de un muy reducido grupo de clara tendencia autoritaria. Frente a lo que pasa en El Salvador, hay al menos cuatro tipos de personas.
Por un lado, las que gracias a la propaganda del mandatario han establecido un vínculo emocional con él que les impide ver los signos antidemocráticos, la corrupción y la falta de humanismo del régimen. Para ellos, todo lo que venga del presidente y de quienes le rodean —sin importar la trayectoria y catadura moral de estos— debe ser respaldado, porque persigue el bien del país. Según las últimas encuestas, este grupo sigue siendo mayoritario, pero su tamaño se ha reducido. Un segundo tipo es el de las personas pasivas: las que observan lo que pasa, se dan cuenta de que el país no va por buen camino, saben que los pronósticos económicos no son halagüeños, están en contra de muchas medidas gubernamentales, pero no hacen ni dicen nada. Muchos no quieren expresarse o comprometerse por temor a represalias mediáticas o laborales. De este modo, por omisión, terminan avalando las actuaciones de Bukele y sus funcionarios.
El tercer grupo es el de los que activamente alertan sobre la situación y resisten la embestida autoritaria. Estas personas expresan su descontento, protestan en la calle, se movilizan para hacer sentir su oposición, pero aún no tienen una propuesta o alternativa ante el estilo autoritario de gobernar. Su afán es resistir hasta que pase la tormenta. Finalmente, el cuarto tipo es el de quienes se oponen a lo que está haciendo el Gobierno, desaprueban la actitud del presidente, lo denuncian y buscan alternativas para que el país se enrumbe en un camino más prometedor, más democrático, inclusivo y humano.
Aunque todavía faltan dos años para las elecciones generales de 2024, el régimen ya está en campaña. El ejemplo más claro es el perfil partidario de la Dirección de Obras Municipales (DOM), una artimaña diseñada para restarle alcaldes a los otrora partidos mayoritarios. Algunos sectores descontentos con el Gobierno también tienen puestos sus ojos en 2024. Unos proponen crear nuevos partidos o reciclar los existentes; otros buscan posibles candidatos o candidatas. Tienen en común su oposición a que se consolide un régimen autoritario, pero poco más. Y en los dos años que le restan a la administración de Bukele, pueden pasar muchas cosas, demasiadas.
De cara al bien del país, el primer paso es contar con una propuesta que beneficie a la mayoría de la población y tenga en su centro los derechos humanos y la justicia social. Cuando se actúa con el único interés de salir de un problema, se corre el riesgo de crear otro igual o peor, tal como sucedió en Guatemala con la elección de Alejandro Giammattei. Es fundamental tener claro qué se ofrece o busca como alternativa a lo que hay, y actuar de manera coordinada, superando las diferencias sectoriales y los esencialismos. La dispersión solo favorece a quien ostenta el poder. Sin un proyecto claro y unificado, difícilmente cambiarán las cosas.