Hace unos días, los Obispos de Frontera y Responsables de Movilidad Humana de Norte, Centroamérica y el Caribe publicaron una carta pastoral dirigida a todos los cristianos y a las personas de buena voluntad. En el texto se invita a la solidaridad con los migrantes y a revertir las causas de fondo de las migraciones forzadas: pobreza, desigualdad, falta de acceso a derechos básicos, degradación ambiental, crisis agroalimentaria... El afán de lucro, el individualismo, la corrupción público-privada, los regímenes autoritarios, las alianzas militares con grupos corruptos de las élites y la violencia delincuencial (en particular la de los narcotraficantes) fuerzan a mucha gente a huir de su país.
En este contexto, la Iglesia latinoamericana, en actitud de salida hacia el mundo, considera a los migrantes como “la carne sufriente de Cristo”, rechaza la explotación y al maltrato de las personas en movilidad, y pide apertura personal a la solidaridad. Centra su tarea solidaria en cuatro palabras: acoger, proteger, promover e integrar. Los obispos agrupados en la red de movilidad humana, junto con los obispos centroamericanos, se comprometen a impulsar que esas cuatro palabras sean patrimonio de todos los cristianos a lo largo de este corredor de migración que es Centroamérica. Migrantes que llegan desde muy diversos países, más allá de América Latina incluso. Acogerles desde la fraternidad, protegerlos de los abusos, apoyarles en sus derechos e incluso en el trabajo, e integrarlos fraternalmente respetando su cultura se convierten en tarea de todos y en responsabilidad básica frente al sufrimiento humano.
El apoyo a los migrantes debe ser para todas las personas de buena voluntad un asunto de compromiso transversal. No es un asunto específico y particular de religiosos o un interés exclusivo de algunas ONG; es simple y sencillamente un deber de humanidad. De una forma u otra, todas las familias tienen migrantes entre sus antepasados. Los primeros cristianos fueron llamados “los del camino” no solo porque seguían el camino de Jesús, sino porque caminaban por pueblos y ciudades anunciando el Evangelio. Los migrantes caminan en pos de su propia liberación, saliendo de tierras que los excluyen del desarrollo integral, pero que no logran privarles de la esperanza.
Los obispos piden en su carta abandonar la idea de que la pastoral y el apoyo a los migrantes es una función particular de unos pocos. El apoyo a los migrantes debe ser tarea común, así como el cuidar y defender a quienes se comprometen a esa misión, que ya tiene mártires. Los países de la región se han alimentado de migraciones, han intercambiado talentos y liderazgos, han recibido la ayuda de quienes se han marchado de su tierra sin por ello perder sus raíces y han visto la migración como un derecho. Corresponde ahora crecer en solidaridad con los migrantes, más aún porque siguen aumentando las amenazas contra ellos. Peligros y abusos tanto de delincuentes como de gobiernos convierten el camino del migrante en un signo de inhumanidad. Nos toca a los cristianos y a todos los seres humanos de buena voluntad convertir la ruta migrante en lugar de encuentro y solidaridad.