Solidaridad y respeto

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Editorial UCA
15/04/2020

La sociedad salvadoreña se caracteriza por su amabilidad, por ser acogedora y hospitalaria con los extranjeros, pero también por marginar y excluir con facilidad a los nacionales. Nuestra sociedad tiende a estigmatizar a las personas por su color de piel, trabajo que se desempeña, orientación sexual, situación socioeconómica. Así, hemos dividido al país en distintas clases y grupos, excluidos unos de otros. Este mal es totalmente contrario a los principios cristianos, que nos dicen que todos somos hermanas y hermanos, iguales ante Dios y los hombres. Esta estigmatización justifica una inequidad que elimina de raíz la igualdad de oportunidades e impide que nos sintamos orgullosos de ser salvadoreños, ya que unos, los que responden al deber ser, los privilegiados, se avergüenzan del resto que no es como ellos.

Las reacciones de algunas personas y comunidades ante la pandemia causada por el covid-19 son una muestra más de esta facilidad para marginar y excluir. De hecho, la palabra “contagiado” se utiliza ya de manera peyorativa para referirse a una persona que ha adquirido la enfermedad. Peor aún es que un grupo de enfermeros sean obligados por sus vecinos a abandonar su domicilio. No pocas personas que han estado recluidas en un centro de cuarentena piden que se les entregue por escrito el resultado negativo a la prueba del covid-19 por miedo a sus vecinos, por temor al rechazo, para no ser estigmatizados como “contagiados”, con todo lo que de marginación y exclusión ello conlleva. Igualmente triste es que se acuse de querer contagiar deliberadamente a otros a las personas que no cumplen con la cuarentena domiciliar o que quieren regresar a su propio país luego de quedar atrapados en otro lugar del mundo por las medidas preventivas contra la pandemia.

Ante la pandemia, desde la perspectiva humana, y mucho más desde la cristiana, la actitud debe ser muy distinta. En primer lugar, estamos llamados a la solidaridad con los enfermos y con sus familias, sintiendo como propio su sufrimiento. En lugar de apartarnos o marginarlos, debemos ayudarlos en estos momentos difíciles por los que están pasando. Sin necesidad de evadir las medidas de distanciamiento social, podemos apoyar a las personas afectadas por la epidemia, darles ánimo, consuelo, transmitirles confianza y esperanza. En España, un enfermo de covid-19 ya curado cuenta su experiencia en estos términos: “Lo que la vida me pide en esta y en cualquier otra circunstancia es que haga ‘como mejor pueda’. Y me ha sido y es tan hermoso verlo en los cuidados de la gente de la comunidad en la que vivo y que tan cariñosamente me atienden en el aislamiento, como Raúl, el médico que durante esos cinco días que estuve en casa me llamaba por la mañana, por la tarde y por la noche; como todo el equipo del hospital […] donde estuve ingresado cinco días; como toda esa corriente de mensajes de ánimo y oración que he recibido y recibo por el teléfono”.

Esta es la actitud que debemos tener ante los enfermos y, en especial, ante los profesionales de la salud, que se juegan a diario la vida por atender a otros: solidaridad y respeto, pues se lo merecen con creces.

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