En las elecciones internas de Arena han aparecido precandidatos a diputados vinculados a graves violaciones de derechos humanos. En efecto, aunque no en los primeros puestos y casi con nulas posibilidades de ser elegidos, en la nómina están los militares retirados Orlando Zepeda y Mauricio Vargas. El primero fue relacionado por la Comisión de la Verdad con crímenes de lesa humanidad y figura como uno de los autores intelectuales del asesinato de los jesuitas de la UCA, en 1989. Su nombre está también en la lista de unos cien militares que la Comisión Ad Hoc, por mandato de los Acuerdos de Paz, formuló para depurar el Ejército. Por su parte, Vargas ha sido vinculado con diversas operaciones de tierra arrasada y se ha manifestado siempre como defensor de los militares de la vieja guardia de la Fuerza Armada, perpetradores de graves masacres.
Estas elecciones internas de Arena, que pretenden institucionalizar un rol activo de las bases en la selección de los candidatos, son sin duda un paso positivo. Pero ese avance queda ensombrecido por la participación de personas con responsabilidad en serios acontecimientos de la guerra civil, y que han quedado impunes gracias al encubrimiento oficial de las instituciones judiciales y políticas. Un partido que dice tener tradición democrática y que en sus discursos recurre con frecuencia a valores universales debe ser exigente incluso en la selección de sus precandidatos. Para nadie es un secreto que, en el pasado reciente, la Fuerza Armada fue la institución que cometió el mayor número de violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad y de guerra que son imprescriptibles. Y es evidente que ese terrible capítulo de nuestra historia ha quedado inconcluso tanto por la impunidad decretada como por la negativa de la Fuerza Armada a revisar pública, crítica y objetivamente los crímenes cometidos por sus efectivos.
Para que pueda ser considerada una institución verdaderamente democrática, Arena tiene que romper con su tendencia a apoyarse en lo peor del Ejército. Tendencia que aún hoy aflora, y que tuvo unas de sus máximas expresiones cuando el candidato perdedor a la Presidencia de la República, Norman Quijano, hizo un llamado a la Fuerza Armada de claro sabor golpista y antidemocrático; un llamado a que los militares convirtieran su derrota en victoria. Por supuesto, los actuales mandos castrenses no le hicieron caso. Mientras el Ejército ha tenido en su conjunto una evolución positiva, aunque incompleta, hacia el respeto a la democracia, Arena, aceptando a oficiales de la vieja guardia, parece ir en sentido contrario. Si a la Fuerza Armada le falta todavía el reconocimiento de sus errores durante una guerra civil que tuvo mucho de sucia y de brutal, a Arena le falta romper definitivamente no solo con el lenguaje ultraderechista y tabernario de su himno, sino con su afición de apoyarse en la fuerza bruta del dinero y las armas. No dudamos que en Arena hay personas decentes y con sentido democrático, pero corporativamente, y con respecto a los crímenes del pasado, el partido da reiteradas muestras de desprecio a la vida humana y a los derechos humanos.