Si aún vivieran, Ignacio Ellacuría tendría 84 años; Amando López, 78; Nacho Martín-Baró, 72; Joaquín López y López, “Lolo” o “tío Quin”, como le decíamos cariñosamente, tendría 99 años; Segundo Montes y Juan Ramón Moreno andarían en torno a los 80; Elba Ramos habría llegado a los 67; y su hija Maricela, como con frecuencia le decíamos, a los 42 años. Seguirían activos porque el fuego que los consumía por dentro no los dejaría descansar. Ellacuría, cuando le faltaban dos años para terminar el que él asumía que sería su último período como rector, decía que quería dedicarse a pensar El Salvador. Que se habían centrado necesariamente en el fin pacífico y dialogado de la guerra, pero que no se le había puesto el necesario pensamiento al futuro. Este hombre que deseaba impulsar una nueva civilización, protagonizada por los que él llamaba “pobres con espíritu” y que tuviera como centro el trabajo, hubiera luchado por construir la paz desde los intereses de los pobres.
En la mesa de las negociaciones de paz estuvieron presentes los derechos políticos y civiles del ciudadano, pero poco o nada los económicos y sociales. Todavía hoy sigue habiendo una desproporción entre los primeros y los segundos. Avanzamos en el derecho a la ética, a la rendición de cuentas, a la transparencia, al consumo informado, en temas electorales, pero caminamos sumamente despacio en temas de salario decente, educación equitativa y universalizada, salud de calidad e igualitaria para todos, vivienda digna. Ellacuría nos hubiera espoleado, desde el principio hasta el presente, a ir más aprisa en ese camino, donde se juega en definitiva la igual dignidad de la persona humana.
Nacho Martín-Baró, cuyo impacto en la psicología social latinoamericana ha seguido creciendo a través de su intuición de la psicología de la liberación, estaría en estos momentos en la plenitud intelectual. Sus análisis de la violencia como fenómeno psicosocial nos hubieran ayudado a prevenirla con más eficacia. Su análisis crítico del poder hubiera potenciado la democracia; y su cercanía personal a los pobres, las luchas de estos en contra de un sistema tan semejante al de las castas, que hoy sigue estratificando los derechos económicos y sociales según criterios de posición social, ingreso y zona geográfica de residencia.
Segundo Montes, analista lúcido de los procesos sociales, hubiera seguido con precisión a los migrantes, animándolos a organizarse y tratando de crear en este sector una visión que les hiciera incidir positivamente en el desarrollo social salvadoreño. Si por su capacidad económica hay alguna fuerza semejante a la de la empresa privada, esta es la de los migrantes. Fuerza que solo podrá mostrarse como tal si alcanza una organización social fuerte, capaz de negociar y presionar al Gobierno en función del desarrollo social. Montes estaría en la lucha, trabajando con los migrantes desde el inicio hasta el presente, ayudándoles a pasar de la fuerza caritativa y generosa que hoy son, a una fuerza organizada capaz de incidir en la transformación económica y social de El Salvador.
Lolo nos hubiera dejado una Fe y Alegría bien dotada, ahondando en la formación profesional de la juventud y en la prevención del delito. Juan Ramón, artesano de la Biblioteca de Teología y hombre de la teología espiritual, del seguimiento de las comunidades religiosas y del Profesorado en Teología, hubiera contagiado su fuego y su pasión por la cercanía a Jesús a los multiplicadores del Evangelio, religiosas en pastoral, laicos ilustrados, gente sencilla interesada en saber teológicamente más para poder dar razón de su esperanza. Amando, con su bonhomía y su cercanía, hubiera sido fundamental para que este equipo de la UCA conservara el humor, resistiera en su agotador ritmo de trabajo y no perdiera nunca la esperanza.
Elba seguiría trabajando, ya con el ritmo más lento de las abuelas, y sembrando entre las múltiples generaciones de jesuitas ese espíritu de bondad y sabiduría popular que tanto la distinguía en su relación con los jóvenes aprendices de la Compañía. Y Celina sería una profesional llena de ese espíritu de servicio que siempre la caracterizó cuando ayudaba a su madre en su trabajo los días de vacación, rasgo de una nueva generación de salvadoreños que, nacidos entre la violencia y la pobreza, salen adelante buscando un futuro más pacífico y solidario.
Son sueños, pero nos siguen señalando tareas. Porque nuestros mártires continúan vivos en el Reino que deseamos que venga a esta tierra. Viven además en nuestra historia, en el recuerdo motivador de quienes los admiramos tanto en vida como en la memoria. Y permanecen en las vidas de aquellos que salvaron al acelerar el final de la guerra con el sacrificio de su entrega generosa y su sangre derramada. Soñar con nuestros mártires de la UCA es despertar con nuevos bríos a la lucha por la paz con justicia social.