La mayoría de responsables de la cosa pública, desde el presidente de la República hasta los funcionarios públicos de base, presentan un país que va por buen camino, en el que todo está mejorando, que se dirige aceleradamente a un futuro de prosperidad y de bienestar. Por supuesto,la realidad es otra. El régimen de Bukele ha logrado que gran parte de la población crea en sus promesas y deseé que la ilusión de un país de maravillas se haga realidad. Ello explica su alto nivel de apoyo después de tres años de gestión, así como el respaldo ciudadano a las políticas que se está implementando, a pesar de que algunas de ellas han sido un fracaso, como la apuesta por el bitcóin, que solo ha supuesto pérdidas millonarias; y de que otras, como la pretensión de capturar a todos los miembros de las pandillas, violen los derechos humanos, causen zozobra y sufrimiento entre las familias más pobres y excluidas.
Vender un sueño y hacer creer que se materializa le está siendo relativamente fácil al presidente. Pero en lo que fracasa es en efectivamente convertir el sueño en realidad. Para ello no solo requeriría de recursos de los que no dispone, sino también, y sobre todo, de un cambio cultural y educativo en la población, y de un plan de nación bien pensado, aspectos de los que el Gobierno adolece por completo. Los magos de la imagen y la propaganda, muy capaces de fabricar y ofrecer ilusiones, no se caracterizan por ser expertos en planes y estrategias para convertir las ideas en realidad. El Salvador, más bien, se aleja cada vez más del sueño que abandera su mandatario. Que más de 60 mil compatriotas hayan sido detenidos en la frontera sur de Estados Unidos en el último año es un buen indicador de que el país de Bukele no se corresponde con el país de la gente. Los salvadoreños siguen buscando afuera alternativas de vida que no encuentra acá, y en esa gesta están dispuestos a correr riesgos cada vez mayores.
En el Salvador de la gente, el incremento acelerado del costo de la vida ha llevado a que la mayoría de las familias se hayan estrechado el cinturón. La mayor parte de los adultos mayores vive con limitaciones de todo tipo y depende de la ayuda de sus familiares, pues no recibe ningún tipo de ayuda del Estado (el sistema de salud ni siquiera cuenta con especialistas en geriatría). Los policías y maestros reclaman por un retiro digno que el actual sistema de pensiones no es capaz de ofrecer. Han fallecido decenas de personas en los centros penitenciarios sin que se investiguen las causas y muchas otras han sido detenida sin que nadie pueda probar su participación en actividades delictivas. La realidad también habla de las dificultades en las finanzas públicas, que resultan insuficientes para cubrir los gastos y siembran dudas de si el Estado tendrá la capacidad para pagar sus deudas en el corto y mediano plazo. A todo ello se añade la ausencia total de información sobre la gestión gubernamental y el uso de los fondos públicos. Ello no es un descuido, sino parte de la estrategia de la ilusión: no se rinden cuentas a fin de ocultar lo mal que están las cosas. Esta opacidad que caracteriza a la administración Bukele confirma que se está gobernando de espaldas a la población.
Aunque la mayoría de la población vive encandilada con la ilusión presidencial, si no se logra al menos avanzar significativamente en la consecución de ese sueño que se promete y que se presenta como que ya fuera una realidad en algunos aspectos, el desencanto ciudadano se reanimará. Vendrán entonces los ayes a puerta cerrada o la represión de un pueblo indignado por haber sido estafado una vez más.