El próximo domingo tenemos de nuevo una elección presidencial. Se nos llama de diversas maneras a la responsabilidad ciudadana del voto. Y aunque es evidente que votar es un derecho y una responsabilidad personal y social, también está claro que algunas formas de llamar al voto son nocivas y dañinas para la convivencia. Lo que debe ser motivo de esperanza, la elección de un Gobierno que nos ayude a avanzar y profundizar el desarrollo económico y social, no podemos convertirlo en momento de tensión. El primer modo ilegítimo de pedir el voto es tratar de crear tensiones artificiales. Este modo de actuar se refleja en una propaganda que pretende comparar la situación de El Salvador con la de Venezuela. Lo que pasa en Venezuela, triste y que exige tanto diálogo como justicia, no tiene que ver con El Salvador. Dos países tan diferentes entre sí difícilmente tendrán respuestas iguales a situaciones distintas.
Ya en la elección de hace cinco años se decía que en el caso de ganar Mauricio Funes, Chávez y Castro serían los que mandarían en El Salvador. El simplismo y falsedad de esa afirmación del pasado no requieren respuesta hoy. Pero que todavía en la actualidad se quiera aprovechar una situación de grave tensión social en Venezuela para confundir a la gente no solo es antiético, sino manipulador e innoble. Afortunadamente, cada vez es más difícil mentirle al pueblo salvadoreño, que ha visto recientemente cómo algunos de los grandes mentirosos del pasado han quedado desenmascarados como corruptos. Otra manera de crear tensión es simplemente utilizar información falsa para desconcertar a las personas. Esto se hace con frecuencia en las redes sociales, y baste poner el ejemplo de una falsa encuesta de la UCA que corrió en Internet y que acercaba la intención de voto de Arena al FMLN.
El segundo modo ilegítimo de hacer propaganda es tratar de crear desproporciones inexistentes entre votar o no hacerlo. Frases como "hay que elegir entre estatismo y libertad", "nos jugamos el futuro", "esta es tu última oportunidad" no tienen la intención de que las personas voten desde su conciencia, sino desde posiciones preconcebidas y claramente alineadas con un sector político. Si bien es cierto que el voto es un deber ciudadano y que debemos ir a votar desde lo que la conciencia nos indica que será mejor para el país, exagerar las consecuencias de una elección entre dos fuerzas democráticas, casi insinuando que una de estas no lo es, manipula una vez más a las personas. Que alguna tanqueta de pensamiento participe en este modo de hacer campaña habla muy mal de la independencia crítica que ciertas instituciones supuestamente dedicadas al desarrollo deberían tener. Es verdad que no hay que confundir la solidaridad con los intereses o los dogmas de un partido, pero tampoco hay que confundir la libertad para hacer negocios millonarios a costa de la libertad que los ciudadanos necesitan para autorrealizarse en el desarrollo de sus capacidades y el ejercicio de sus derechos.
Finalmente, no es legítimo desautorizar absolutamente al adversario. La historia de los últimos quinquenios en El Salvador muestra una tendencia débil hacia el desarrollo, con contradicciones, avances lentos y estancamientos parciales. Ningún partido ha sido absolutamente malo ni absolutamente bueno. Lo que parece demostrar el ejercicio democrático, a partir de los Acuerdos de Paz, es que solo damos pasos verdaderamente positivos cuando se logran acuerdos nacionales vinculados a las necesidades sociales. Y esto demuestra que necesitamos en el Gobierno un liderazgo que sepa dialogar con la oposición a partir de las necesidades de la gente y llegar a acuerdos de bienestar común. Desautorizar absolutamente al opositor, insultarlo, azuzar la polarización en El Salvador, no hace más que entorpecer el camino hacia la consecución de acuerdos nacionales imprescindibles para construir un futuro solidario, mejor y más acorde con un desarrollo equitativo y una justicia social.
Ser críticos con la propaganda puede ayudarnos a votar mejor. Porque el voto debe ser en conciencia. En otras palabras, un voto que brote del deseo de ver un país caminando hacia la eliminación de la pobreza y la violencia, capaz de cohesionarse en torno al desarrollo compartido y la convivencia pacífica y fraterna.