Después de esta elección presidencial, las aguas se han calmado. Todos quieren mostrarse como personas dialogantes y organizar bien la transición. Es tiempo de llegar a acuerdos. Algunos de esos acuerdos, si no se llevan a cabo ahora, será muy difícil echarlos a caminar después.
El primero de ellos es muy simple: separar las funciones administrativas y las jurisdiccionales en el Tribunal Supremo Electoral. Las funciones administrativas han funcionado básicamente bien, pero las jurisdiccionales son un desastre. Es necesario reformar la Constitución, y si no se hace ahora, tardaremos más de tres años en poder hacerlo. En otras palabras, seguiremos con esa forma inoperante a nivel de jurisdicción que ha caracterizado al Tribunal Supremo Electoral desde que comenzó sus funciones, tras los Acuerdos de Paz. Una gran cantidad de instituciones están de acuerdo con el cambio: universidades, sectores sociales independientes, Fusades, observadores internacionales de la Unión Europea y de la OEA. El propio Presidente del Tribunal Supremo Electoral exhortó a los políticos a hacer los cambios ahora. No hay ninguna razón para obstinarse en mantener las cosas como están. Hagamos los cambios constitucionales ya para que la próxima Asamblea los ratifique.
El siguiente acuerdo es el de las escuchas telefónicas. No deberíamos perder tiempo esperando una próxima legislatura. Ratificar el cambio constitucional, redactar la ley que regirá las escuchas y comenzar de una vez por todas a redactar una ley de transparencia y acceso a la información pública son tareas complementarias que deberían ser llevadas a cabo en este tiempo que le queda a la Asamblea actual. Si las leyes secundarias no se pueden promulgar ahora, al menos le quedará avanzado el proyecto a la siguiente. De hecho, ya Fusades presentó un proyecto de ley bastante bueno, centrado especialmente en los derechos de la empresa, y al que solamente hace falta agregarle los derechos más particulares del individuo en el tema de acceso a la información.
El Puerto de Cutuco es otro tema importante. No se llevó a cabo la concesión del mismo en parte por las presiones y negociaciones preelectorales de Arturo Zablah, y en parte por la propia politiquería que se desata antes de las elecciones. Ahora que es tiempo de sensatez, es también tiempo de tomar las adecuadas decisiones. Mantener en desuso un puerto terminado no es más que una locura, y más en un país con problemas de desarrollo como el nuestro. Con una crisis económica encima, mantener paralizada una inversión no es más que una estupidez. Soñar con que lo podemos manejar nosotros retrasa su puesta en funcionamiento varios años más. Y no tenemos capacidad gerencial para echarlo a caminar rápida y rentablemente. La decisión debe tomarse pronto y a favor de la concesión.
Y, finalmente, un tema de cara dura. No hay duda de que los miembros del Consejo Nacional de la Judicatura tienen el rostro de pedernal. No es raro, porque el cuerpo de abogados tiene un porcentaje de gánsteres relativamente mayor que otros gremios. Y convivir con eso hace que quienes tienen puestos públicos desarrollen una especie de caparazón que los hace invulnerables a la vergüenza. Basta con ver a algunos magistrados de la Corte Suprema para darse cuenta de la facilidad con la que se revisten del carapacho de la desvergüenza.
Pero en este caso la sociedad puede fácilmente poner freno. Basta con que la Asamblea le devuelva la terna al Consejo Nacional de la Judicatura diciéndole que no pueden incluir en ella candidatos que sean miembros del mismo Consejo. Si los hubieran votado libremente los abogados, sería otro tema. Pero aprovecharse del puesto que tienen para colocarse en un nuevo empleo de 9 años de duración no es más que una viveza, o mejor dicho una vivianada, hablando en buen salvadoreño.
El tiempo corre y la Asamblea Legislativa es lenta. Despertar un poco del sopor y hacer las cosas bien en el tiempo que queda es un reto que comenzaría a cambiar percepciones negativas sobre el poder legislativo. Ojalá los diputados oigan la voz de la sensatez y den pasos que hay que dar ahora, en vez de esperar tres años más.