Tiempo de desierto y tentaciones

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En el lenguaje bíblico, el desierto, por su naturaleza inhóspita, es un lugar de prueba. Así lo muestran los emblemáticos relatos de las décadas de peregrinación del pueblo judío y también el pasaje de los 40 días de ayuno de Jesús de Nazaret. En ambos casos, las condiciones eran sumamente difíciles: había hambre, faltaba agua y hubo momentos de desesperación. Por eso, el desierto es también lugar de tentaciones. El pueblo de Israel en alguna ocasión sucumbió ante las dificultades y pensó que en la idolatría, en un becerro de oro, encontraría solución a su sufrimiento. El desierto es tan lugar de prueba que el mismo Hijo de Dios fue tentado allí, aunque Jesús no sucumbió a las salidas fáciles que se le propusieron.

En El Salvador estamos viviendo momentos de verdadero desierto, es decir, estamos atravesando condiciones muy adversas. La ONU nos ubica en un deshonroso primer lugar mundial en violencia. La crisis económica no da tregua y, como si con esto no tuviéramos suficiente, acabamos de sufrir una tragedia por las lluvias agudizada por la pobreza y que nos confirma que somos el país más vulnerable del mundo. Repetimos: vivimos tiempos de desierto en El Salvador. Y como en todos los desiertos, estamos sometidos a grandes pruebas, nos vemos tentados a buscar salidas que parecen buenas, pero que a la larga empeorarán nuestra situación.

Una de las mayores tentaciones a las que como país estamos expuestos tiene que ver con la situación de inseguridad. No se puede negar que la delincuencia —y en particular, la tasa de homicidios— se ha vuelto la primera preocupación del pueblo salvadoreño y que, precisamente por ello, la situación suele ser abordada con un sesgo político-electoral. Los números son tan abrumadores y las escenas tan impactantes que se está exigiendo a gritos —y con razón— que se haga algo contundente contra la delincuencia. Y de acá se desprende la mayor tentación, tanto para el pueblo como para el Gobierno. Hay voces que piden la militarización de la seguridad, algo que mucha gente no tendría mayor reparo en aprobar. Más de algún diputado ha sugerido la creación de cuerpos especiales y algunos han insinuado la conveniencia de poner al frente del Ministerio de Justicia y Seguridad y hasta de la misma Policía Nacional Civil a militares de carrera, bajo el supuesto de que con mano dura, con disciplina militar, la situación de inseguridad mejoraría sustancialmente.

Muy equivocados están los que piensan de esta manera. No es que estemos contra los militares por capricho, es que su función constitucional y su preparación no son las adecuadas para el ámbito de la seguridad ciudadana. Hay ejemplos de sobra en este y otros continentes que nos enseñan que la represión no es la mejor solución para detener el avance de la delincuencia. Sin ir más lejos, nuestra historia reciente nos muestra que este no es el camino. Tanto los planes Mano Dura de Francisco Flores y Súper Mano Dura de Antonio Saca, como el uso sin precedentes del Ejército por parte de Mauricio Funes, han fracasado en el combate a la delincuencia; y es de tal índole ese fracaso que hoy estamos a la cabeza de países violentos. La represión no es, pues, el mejor disuasivo para el delincuente. El primer disuasivo es la aplicación correcta y pronta de la ley; cuando esta no se da, se crea un clima de impunidad que anima a seguir delinquiendo.

La historia nos ha demostrado también que la represión sin prevención no funciona. Por supuesto que hay que aplicar tanta represión como la situación lo demande, pero paralelamente hay que implementar toda la prevención que sea posible. Sin la conjunción de ambas, no habrá posibilidad de éxito en el combate a la delincuencia. Si alguno no cree esta verdad, que vuelva sus ojos a ciudades como Bogotá, Río de Janeiro y algunas urbes africanas que han logrado disminuir la inseguridad implementando acciones no represivas. Por ejemplo, los programas que permiten desarrollar habilidades para resolver conflictos sin recurrir a la violencia han logrado reducir la violencia juvenil en las ciudades de Estados Unidos.

Vivimos tiempos de desierto, no hay duda. Por eso debemos estar alerta ante la tentación de darle exclusividad a la represión y militarizar el país. Mientras más desesperados nos sentimos, mayor es el peligro de caer en la tentación. La llegada a la presidencia en Guatemala de un general acusado de múltiples violaciones a los derechos humanos y la exhibición del poder militar en los desfiles del bicentenario fortalecen el peligro de buscar redentores entre los militares o, peor aún, que alguno de ellos se crea el ungido para salvarnos de la violencia. Hasta el momento, el énfasis de los Gobiernos ha estado en las medidas represivas y la prevención no ha pasado de los discursos. Hasta el momento, prácticamente no se ha tocado al crimen organizado y la impunidad es una materia pendiente. Mientras estas dos facetas no se enfrenten de lleno (impunidad y prevención), seguiremos lamentándonos de no tener éxito en esta lucha. Si caemos en la tentación de creer que la solución a la delincuencia es militarizar las instituciones encargadas de combatirla, terminaremos adorando un becerro de oro.

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Anónimo
10/11/2011
09:45 am
Parece una eterna Cuaresma la que vive el pueblo salvadoreño. Razón tenía Mons. Romero al relativizar las mortificaciones como el ayuno y la penitencia. ¿Qué más penitencia para los salvadoreños y salvadoreñas que sortear la violencia diariamente a través del Via Crucis diario? Que el Dios de la Vida nos dé el discernimiento para tomar la mejor elección y no equivocarnos como lo han hecho otras naciones o nosotros mismos en otros momentos.
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