Tiempo de responsabilidad y sacrificio

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En las últimas semanas, noticias, distintos estudios y el comportamiento mismo de la economía han dejado en evidencia que todavía no hemos llegado al final de la crisis económica mundial y que esta se va a prolongar más de lo que en un principio se anunció. Esta crisis no es casual ni fruto de circunstancias fuera del control humano. Todo lo contrario: según lo han afirmado especialistas de renombre mundial, se desencadenó en el segundo semestre de 2008 a causa del afán de lucro fácil, la especulación financiera y el abuso de la libertad de mercado. En otras palabras, a causa de la falta de ética en los negocios financieros y por un cúmulo de engaños y trampas de agentes económicos que crearon productos financieros sin sustento real. Todo ello fue posible gracias a la falta de regulación y control de estos negocios por parte de las autoridades estatales, que se dejaron deslumbrar por la falacia neoliberal de que el mercado se autorregula y no requiere de la intervención del Estado.

Desgraciada e injustamente, esta crisis la están pagando principalmente los pobres, tanto los de los países en desarrollo como los del Primer Mundo. En cambio, a los responsables de la misma (los especuladores, los estafadores, los que hundieron el barco para sacar réditos del naufragio) ni siquiera se les ha pedido que respondan por los daños causados, menos aún han ido a la cárcel o se les ha incautado sus fortunas. Por la lujuria y ebriedad capitalista de unos pocos, millones de seres humanos en todo el mundo perdieron su trabajo, se quedaron sin sus ahorros o su vivienda, viven en mayor pobreza que antes, pasan más hambre o ya no pueden enviar a sus hijos a la escuela. Estos son los verdaderos perdedores en estos tiempos de crisis.

Ahora que ya hay estudios y hechos que muestran que esta crisis va a prolongarse, y que los países de América Central no van a salir de ella antes de tres o cuatro años más, hay que ser responsables y aceptar la realidad. Y ello supone, por ejemplo, dejar de afirmar que ya hay signos de recuperación económica porque en este año se dará un crecimiento del 1%. Si con la debacle financiera nuestras economías se contrajeron en un 4% o 5%, seguiremos estando en crisis hasta que el crecimiento no vuelva al mismo nivel que tenía en 2007.

Para el bien de nuestros pueblos, sobre todo para el bien de los más pobres, es necesario seguir buscando soluciones y trabajar arduamente por mejorar nuestra economía lo más pronto posible. Salir de esta situación de estancamiento económico es un imperativo moral que atañe a todos los salvadoreños y salvadoreñas. Todos, Gobierno y sociedad civil, sector público y privado, debemos aunar esfuerzos para superar este crítico período. No se puede poner la esperanza solo en la mejora de la situación internacional; hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance, independientemente de lo que ocurra en otras partes del mundo.

Ahora bien, no hay manera de salir de una situación de dificultad económica gastando más. No es solidario ni comprensible que mientras la mayoría de la población sufre la disminución de sus ingresos familiares, haya funcionarios que deciden aumentarse unos salarios que superan con creces la media nacional. Tampoco es entendible ni patriótico evadir el pago de impuestos cuando se sabe que de estos depende la salud, educación y seguridad de la mayoría de la población. No se saldrá de la crisis si el país sigue endeudándose más allá de lo que es capaz de pagar sin comprometer el futuro de las próximas generaciones. No se superará la crisis si mantenemos el hábito del consumismo y los lujos insultantes.

Es tiempo, pues, de sacrificios, generosidad y esfuerzos colectivos. Para mejorar la economía se necesita austeridad, creatividad, decisión, trabajo tenaz. Se requiere tanto de un pueblo trabajador y abnegado, como de empresarios que amen a su tierra y a la gente, más que a sus capitales y a sus propias comodidades. Se requiere de un Gobierno firme y responsable, y de un pueblo que sea capaz de poner en marcha toda la capacidad productiva del país y hacerla rendir lo más que sea posible, aunque sea arriesgando lo poco que se tiene.

El Salvador ha sido catalogado como uno de los pueblos más trabajadores del mundo, y sin duda merece dicho calificativo. En este difícil período, la capacidad de trabajo y de emprender tareas con responsabilidad es una gran riqueza. No la despreciemos ni la enterremos; pongámosla a producir, cada quien según sus capacidades.

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