Tiempo para pensar

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Editorial UCA
16/04/2014

La Semana Santa es tiempo para pensar. Y lo son más estos días que se avecinan, de jueves a domingo. Se recuerda en ellos los momentos más trascendentales de la vida de Jesús de Nazaret, su muerte y su resurrección. Y en torno a ese recuerdo, se plantea para nosotros, sus seguidores, el sentido de nuestra vida. La inmensa mayoría de los salvadoreños nos consideramos cristianos, creemos que Jesús incide de una manera u otra en nuestra cotidianidad. Y por eso mismo, recordar su muerte y resurrección debe movernos a reflexionar sobre nuestra vida y la de nuestro país.

Jesús fue víctima inocente de un mundo y una sociedad que, desde diversas estructuras económicas, políticas y religiosas, establecían graves diferencias entre seres humanos. Las diferencias entre ricos y pobres, enfermos y sanos, hombres y mujeres, adultos y niños, sabios e ignorantes, cumplidores estrictos de la ley y aquellos que solo la cumplían en parte servían para catalogar como superiores o inferiores a los seres humanos, según fuera su fuerza, privilegio, edad, sexo. Jesús es enjuiciado y asesinado precisamente por enfrentar las divisiones artificiales entre seres humanos, predicar la igualdad en dignidad de todos y optar por estar más cerca de aquellos a quienes los privilegiados consideraban inferiores.

En este país nuestro, cuyo nombre es directa referencia al Señor Jesús, la costumbre de catalogar a los seres humanos en superiores e inferiores permanece como hábito y como forma de estructuración social. La Constitución dice que todos somos iguales ante la ley y que tenemos la misma dignidad. Pero ni la igualdad ni la dignidad toman cuerpo en las costumbres y en las instituciones. El que mata no considera a su víctima como una persona con la misma dignidad. El que roba, el corrupto, tampoco piensa en la dignidad ajena. En las discusiones callejeras, es frecuente escuchar la frase: "Usted no sabe con quién se está metiendo", en clara alusión a la supuesta superioridad de quien habla. También nuestra institucionalidad diferencia entre personas. El trabajo agropecuario se valora menos que el trabajo industrial y el de servicios. La salud se divide en dos sistemas públicos, beneficiando más al que cotiza y dificultando la cotización del resto. Incluso la definición de canasta básica, con la que se mide la pobreza, presenta unas diferencias vergonzosas entre el costo de la comida básica del campesino y la del habitante de la ciudad.

Frente a este modo de ver en los demás a inferiores desde una pretendida superioridad propia, la palabra de Jesús es tajante. Al que se cree mejor o superior le llama "hipócrita" y "sepulcro blanqueado". A los que seguros de sí mismos desprecian a los demás les dice que las prostitutas alcanzarán antes el Reino de los cielos. A sus propios apóstoles les conmina a que no sean como los hipócritas o como los autoritarios: "Entre ustedes que no sea así; al contrario, el que quiera ser el mayor que se convierta en el servidor de todos". Esa crítica radical de la prepotencia está sin duda en la base de la condena a muerte de Jesús. Como está en la base de su resurrección el esfuerzo sistemático por devolver dignidad a quienes la sociedad tenía de menos, fueran pobres, enfermos, mujeres, samaritanos o pecadores. Jesús devuelve dignidad desde el servicio preferencial a los más pobres, desde la cercanía humana y desde el amor.

La Semana Santa, en especial los cuatro días próximos, es tiempo de pensar. Pensar en cómo entendemos nuestra humanidad. Pensar si creemos, como Jesús, que la humanidad es una, con la misma dignidad, y llamada a la fraternidad y la amistad. Y pensar nuestro país, El Salvador. Cómo construir fraternidad, justicia social, relaciones constructivas, tejido social, desarrollo equitativo, debe ser una pregunta permanente para todo aquel que se considera cristiano o simplemente persona de buena voluntad. Semana Santa y reflexión, dos realidades que deben caminar juntas, más allá del descanso y de la práctica religiosa.

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Anónimo
20/04/2014
21:20 pm
las diferencias las tenemos que destruir en nuestra mente, en nuestra forma de vivir y en nuestra forma de ser con los demás, la sociedad nos arrastra a cada uno hacia una posición diferente, y debemos ser conscientes de que todos somos iguales como personas, ciudadanos, humanos e hijos de Dios
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