Cada año, cuando se publican los resultados de la PAES y se confirma que los mismos no mejoran sustancialmente, se concluye que la de El Salvador es una educación de mala calidad. Y la responsabilidad se achaca al Ministerio de Educación, a la poca preparación de los docentes o a la prueba en sí misma, que no mide adecuadamente el aprendizaje de los estudiantes. Incluso algunos repiten machaconamente que el problema se debe a la desaparición de las Escuelas Normales, que, dicen, formaban verdaderos maestros, algo que ahora no logran las universidades. En todo ello algo de verdad hay, pero son apreciaciones parciales, incluso simplistas.
Ciertamente, la calidad de la educación en el país debe ser calificada de insuficiente. Insuficiente porque no logra formar bachilleres con el nivel de aprendizaje requerido, que es lo que mide la PAES. Insuficiente por la baja cobertura en la edad preescolar y en el bachillerato. Nuestro sistema educativo discrimina a los jóvenes con menores ingresos y expulsa a muchos antes de que concluyan sus estudios. Al respecto, un dato impactante: entre los jóvenes de 20 a 24 años de menores ingresos, solo el 30% finalizó el bachillerato; mientras que en el caso de los de mayores ingresos, el 70% obtuvo su diploma. En el sector de menores ingresos, más del 24% de los estudiantes abandona los estudios y solo el 50% llega al bachillerato. El Informe del Estado de la Región afirma que para alcanzar el nivel de cobertura que tienen en promedio los países latinoamericanos, El Salvador requiere de poco más de 7 años; y entre 10 y 12 años para llegar al nivel de los 35 países más desarrollados de Europa y América. Estos son los verdaderos problemas de la educación del país, y para resolverlos se requiere de recursos y de planes de largo plazo, como El Salvador Educado.
Al analizar algunos de los resultados de la PAES hay aspectos que llaman la atención. Entre las 20 instituciones educativas con mejor promedio, solo hay dos públicas, las cuales ocupan el décimo tercero y décimo sexto lugar. En los promedios obtenidos por los estudiantes que realizaron la PAES, hay una diferencia de 1.07 puntos entre el promedio de los jóvenes provenientes de colegios privados (6.04) y el de aquellos que estudian en centros públicos (4.97). Ello nos señala una vez más la brecha entre un sistema y otro. ¿Qué explica esa distancia? Si tanto los docentes como los programas son los mismos, ¿será que el problema está en los recursos, la atención y el seguimiento a los estudiantes, en el papel de la dirección de los centros escolares?
Pero que entre los 20 centros educativos con mejor promedio en la PAES haya dos públicos, y que los 20 mejores institutos públicos tengan promedios arriba de 7.60 debe ser también motivo de análisis. Ello muestra que la educación pública no es de mala calidad per se. ¿Por qué no analizar qué pasa en esos institutos públicos que obtienen buenos resultados? ¿Por qué no aprender de ellos y tratar que el resto de instituciones públicas sigan el mismo camino?
Lo que mide la PAES es el nivel de conocimientos y habilidades que los estudiantes han adquirido al finalizar el bachillerato, de acuerdo a lo que está previsto en los planes de estudio. Así, una nota promedio nacional de 5.26 indica que, en general, los estudiantes manejan el 52.6% de los conocimientos y habilidades puestos como meta. Y son muchos los factores que pueden incidir en ello. En primer lugar, hay que preguntarse si los planes de estudio establecidos se pueden completar en cada curso escolar con el escaso número de horas y días lectivos anuales que establece nuestro sistema educativo. Ciertamente, la respuesta es negativa. Los planes son muy extensos y no es posible desarrollarlos en el tiempo del que disponen los profesores en las aulas. Y eso debe corregirse; es necesario incrementar el número de días lectivos y el horario escolar.
También debemos preguntarnos por las condiciones del entorno del proceso de enseñanza-aprendizaje, que no es solo el instituto o el colegio, sino la realidad cotidiana de los jóvenes. Y como sabemos, la gran mayoría de ellos vive en circunstancias muy difíciles, muy poco apropiadas para un sano desarrollo y un buen proceso de aprendizaje. La desestructuración familiar, los altos niveles de violencia, el cambio cultural, la falta de oportunidades para estudiar en la universidad o conseguir empleo son elementos que afectan y desalientan a continuar estudiando. Por otro lado, la PAES es una prueba que no tiene relación con los test que se utilizan fuera de nuestras fronteras. Por ello, no podemos compararnos con el resto de los países centroamericanos, ni del continente, ni del resto del mundo. Es oportuno sopesar, pues, si no sería conveniente sumarnos a la tendencia mundial y aplicar las mismas pruebas que se utilizan en países con alto desarrollo educativo.
Explicar las diferencias educativas de manera inteligente, tomar las lecciones y acciones pertinentes, incrementar la jornada educativa, ampliar la cobertura de la educación primera y el bachillerato, estandarizar nuestras pruebas son parte de las tareas pendientes. Y solo cuando las atendamos podremos romper la inútil tradición de lamentarnos cada año por unos resultados siempre a la baja.