La muerte siempre tiene la virtud de botar barreras y atenuar prejuicios; el fallecimiento del presidente Hugo Chávez es una nueva prueba de eso. Con su deceso, tanto sus seguidores como sus críticos y detractores han reconocido el indiscutible liderazgo de quien tuvo la osadía de resucitar los ideales bolivarianos y contagiar de entusiasmo a no pocos países latinoamericanos. Sin embargo, reconocer el liderazgo de Chávez no equivale a cerrar los ojos a los problemas que dejó sin resolver en Venezuela o a los que creó más allá de sus fronteras.
Para nadie es un secreto que la cuna de Bolívar padece graves problemas económicos, reflejados quizá con mayor fuerza en la devaluación de la moneda y en la creciente inflación. También hay agudos problemas sociales, como el recrudecimiento de la violencia en las grandes ciudades o la escasez de alimentos básicos. La República Bolivariana de Venezuela, como Chávez rebautizó a su país, es hoy por hoy el principal importador de alimentos de Colombia y de otros países de la región.
La crítica de los sectores de derecha, amplificada por su poder mediático, se concentró sobre todo en la personalidad de Chávez, en su peculiar estilo de gobernar, en el aire de soberbia ideológica de su retórica. Es decir, el ojo de sus críticos estuvo puesto más en la persona que en el proceso político que inició tanto dentro como fuera de Venezuela. Y precisamente es en esto último donde está el principal aporte del presidente ahora en capilla ardiente.
Chávez fue el primer líder izquierdista latinoamericano que supuso una respuesta seria al fracaso del neoliberalismo y a los intentos de renovación política de la democracia cristiana y la social-democracia. En un contexto en el que América Latina se convertía en la región más desigual del planeta, pese a sus avances hacia la consecución de la democracia, Chávez intentó una forma de gobierno en la que los pobres fueran realmente la prioridad. Otros presidentes no tardaron en seguirle y en establecer alianzas con él.
Por eso es que Hugo Chávez puso en crisis a los poderes tradicionales afincados en el gran capital y a las derechas latinoamericanas, que en respuesta le profesaron odio y rechazo. Chávez fue el precursor de una nueva forma de gobierno, en la que los marginados de siempre tuvieron acceso a alfabetización, educación (incluso universitaria), salud y vivienda digna. Todo esto, aunado a su incuestionable capacidad de hablar el lenguaje de la gente, su empatía con lo popular, su cercanía y cariño por los pobres, le permitió ganarse el corazón de muchos en América Latina, que lo han visto como un defensor extraordinario de sus derechos.
A nivel internacional, Chávez también fue el primer líder latinoamericano que puso como prioridad de su política exterior la solidaridad interamericana, y por eso lo acusaron de expansionista. La ayuda y cooperación venezolanas con la región han superado por mucho los montos de la cooperación estadounidense. Esta solidaridad cambió la vida de mucha gente; gracias a ella, muchos recuperaron la vista, recibieron créditos sin intereses, pudieron sembrar granos básicos y, sin duda, mejoraron —aunque sea mínimamente— su nivel de vida.
Chávez fue, pues, un líder con una gran incidencia en el continente. Enarbolando la bandera del sueño de Bolívar, sintonizó con los latinoamericanos que mantienen vivos los deseos revolucionarios y de cambio, y propició la integración regional a unos niveles sin precedentes. Por primera vez en la historia latinoamericana contemporánea, cerca de una docena de presidentes, articulados en torno a la figura de Chávez, pensaron en la posibilidad de una América Latina unida, independiente y con una visión social. Así, el liderazgo, la fuerza carismática y los recursos del mandatario venezolano propiciaron esfuerzos como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América (ALBA), Unasur y la Celac.
Sin duda, la muerte de Chávez cambiará la correlación de fuerzas a nivel internacional. Su liderazgo no será fácil de sustituir, su ausencia será notable. En Venezuela, el sucesor de Chávez deberá, por un lado, darle continuidad a lo mejor de su legado y, por otro, corregir sus desaciertos, aquellos problemas que acosan a Venezuela y a su gente.