Por lo general, los principales documentos doctrinales de los papas son las cartas encíclicas, que señalan aspectos del pensamiento de la Iglesia que los cristianos deben seguir. El papa Francisco acaba de publicar una de esas cartas, la Fratelli tutti (Todos hermanos), que reflexiona sobre un valor básico y fundamental: la hermandad. Este tema nos afecta e incumbe a todos, pues un país sin capacidad de crear fraternidad creciente a través de las personas y de las instituciones está destinado al fracaso. En El Salvador hay una fuerte tendencia a ensalzar la patria, pero no hay patria sin fraternidad. Patria viene de padre, y la maternidad y la paternidad son incomprensibles sin hijos unidos en hermandad.
El papa Francisco desde su carta invita a vivir la fraternidad, que, además de ser un mandato religioso, es uno de los valores humanos que dieron origen a la democracia. Para vivir con espíritu fraterno, dice, es indispensable poner el amor al prójimo como objetivo preferencial de la propia vida. El papa es consciente de que “hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza”. Por ello, invita a reconocer que “lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar”.
Pero el amor no es un sentimiento vago o reducido al pequeño grupo de quienes se llevan bien. El verdadero amor lleva siempre hacia lo que el papa llama “amistad social”; es decir, una forma benevolente de mirar y tratar a todos desde la convicción de la hermandad universal. Somos seres con dignidad personal inviolable, pero también con profundas raíces comunitarias. Por eso estamos llamados a la solidaridad y a servir “a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo”. Una solidaridad que se extiende a cualquier necesidad del prójimo, especialmente las más perentorias. En este sentido, el papa menciona la doctrina tradicional cristiana del destino universal de los bienes.
Frente a un neoliberalismo individualista y consumista, Francisco deja claro el pensamiento de la Iglesia. Estas son sus palabras: “Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: ‘Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno’. En esta línea recuerdo que ‘la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada’. El principio del uso común de los bienes creados para todos es el ‘primer principio de todo el ordenamiento ético-social’, es un derecho natural, originario y prioritario. Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, ‘no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización’”.
Unir fraternidad con caridad política y con justicia social resulta indispensable para la construcción de una sociedad pacífica. Leer esta carta con el corazón abierto, dispuestos a la autocrítica y al análisis de la realidad, es una exigencia cristiana y ciudadana que se vuelve sumamente importante dado que en nuestra Constitución tenemos a la justicia social como una tarea obligatoria para el Estado. Justicia que ha sido sustituida, desde hace demasiados años, por la división, el enfrentamiento incendiario, la desigualdad y la injusticia. Décadas después del fin de la guerra, no hemos sido capaces de convertir nuestra sociedad en una comunidad fraterna y con verdadera amistad social ni se ha avanzado gran cosa hacia la justicia social. Superar los odios fomentados en las redes, cambiar de actitud ante el prójimo, unirnos en valores generosos y solidarios es esencial para no convertirnos en un Estado fracasado y en una nación incapaz de encontrar un camino de desarrollo equitativo.