Una cultura deformante y atentatoria de la dignidad humana

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Editorial UCA
22/11/2021

La violencia contra la mujer es un problema mundial. En El Salvador, el hecho de que la mayor parte de las víctimas de violaciones o desapariciones sean niñas y adolescentes muestra una fuerte tradición de abuso que no se ha podido frenar y que en la mayoría de los casos queda en la impunidad. Es muy común, además, el acoso, tanto presencial como virtual; se encuentran ejemplos en la calle, el transporte público, la empresa y las oficinas gubernamentales. No faltan los funcionarios que exhiben un machismo insultante y desvergonzado en las redes sociales. Enfrentar con claridad las diversas formas de violencia contra la mujer no solo es signo de civilización y decencia humana, sino una de las maneras más eficaces de romper con la tendencia del fuerte a abusar del débil.

Superar en el país esta enfermedad social pasa, en primer lugar, por reconocer el pésimo estado de la cuestión. Aunque a nivel legal ha habido indudables avances en los últimos años y organizativamente la experiencia de Ciudad Mujer ha sido positiva, los homicidios de mujeres no disminuyen de forma significativa y las denuncias de violencia sexual en la Fiscalía oscilan en torno a los 6 mil casos al año. Si las alarmas se encendían cuando los homicidios en general alcanzaban o superaban la cifra de 80 por cada 100 mil habitantes, la violencia sexual llega a esa misma proporción sin causar mayor reacción. Esto a pesar de que estudios realizados en diversos países señalan que por cada denuncia de agresión sexual contra la mujer hay al menos cuatro que no se denuncian.

El machismo expresado en bromas, comentarios y frases de doble sentido goza de excesiva tolerancia en la sociedad salvadoreña, lo que propicia un ambiente que le resta importancia a la igual dignidad de la persona y favorece el irrespeto. La impunidad dominante frente a los delitos de violencia sexual muestra un sistema fiscal y judicial incapaz de enfrentar esta plaga. La formación escolar no aborda en serio el problema; peor aún, la propia escuela suele ser lugar donde se inician los abusos. La presencia de mujeres en los cargos de decisión estatal es muy escasa. Y no faltan los hombres que tratan de relegar a las mujeres, especialmente a las bien preparadas, a puestos secundarios.

Cambiar esta cultura machista es uno de los desafíos que todas las instituciones en el país, públicas o privadas, deben enfrentar. Sin transformar esta cultura deformante y atentatoria de la dignidad humana no habrá auténtico desarrollo humano, ni coherencia con la democracia, ni respeto a los valores constitucionales de bien común y justicia social.

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