Además de perseguir la libertad de pensamiento y cualquier tipo de oposición, al actual gobierno de Nicaragua le gusta la rapiña. Si un periódico hace críticas, le confiscan la maquinaria y el local. Si un político de oposición quiere competir democráticamente con el dúo Ortega-Murillo, lo meten preso y se apoderan de sus propiedades. Si un obispo les dice que algunas medidas gubernamentales van en contra del Evangelio, lo condenan a cárcel en un juicio acelerado, como los de Stalin. Y si una universidad recibe en su campus a estudiantes que huyen de una manifestación disuelta a balazos por la Policía y el rector los acompaña en un diálogo con las autoridades, la acusan de terrorismo. Después, apropiarse de todos los bienes de la universidad es cuestión de días. No hay nada más fácil para unas autoridades implicadas en terrorismo de Estado que acusar de terroristas a sus opositores, meterlos presos y quedarse con sus bienes. Periodistas, políticos, religiosos e instituciones que quieren poner racionalidad y diálogo en la vida ciudadana... todos entran en el mismo saco de lo que la dictadura de Ortega considera infamia y ataques a sus afanes de poder absoluto.
Pero más allá del tiempo que el clan de los Ortega-Murillo persista en la injusticia y controle con violencia el país, y por más que infunda miedo en la población, lo cierto es que camina hacia el fracaso. Podrá echar del país a sacerdotes, intelectuales, periodistas, políticos y religiosos, y encarcelar a muchos otros, pero la Iglesia, el periodismo libre y el pensamiento crítico resistirán y durarán más tiempo que un régimen dirigido por un anciano ensimismado en sus caprichos de poder. Los reprimidos y acusados arbitrariamente volverán y ya no estarán en el país los autores de la infamia. Cuanto más se obstina un dictador en ser eterno, con mayor velocidad camina hacia su fracaso. Algunos logran terminar sus días estando en el poder, pero tras su muerte su recuerdo queda como un residuo mal oliente de una historia de abuso e injusticia.
Quienes desean una Centroamérica justa, democrática, que venza la pobreza y la desigualdad, la arbitrariedad y el autoritarismo, deben seguir insistiendo en la necesidad de contar con instituciones fuertes y con mecanismos de control democrático, y exigir a los partidos políticos que tengan programas claramente orientados hacia la democracia y sepan ser intermediarios entre los ciudadanos y las instituciones. Trabajar en favor de un desarrollo solidario implica sacrificio y constancia, porque los resultados rara vez se obtienen con rapidez. Y por supuesto, también supone renunciar a un tipo de capitalismo que considera escoria a los pobres y alienta y protege el triunfo de los más fuertes. El darwinismo social, económico y político tiene muy poco que ver con los principios democráticos
La farsa y la mentira no tienen futuro, por mucho que algunos gobernantes se llenen la boca con consignas que tratan de hacer aparecer el mal como si fuera un bien. Hace años, las izquierdas solían decir que si en Nicaragua cayó la dictadura, en El Salvador también caería. Hoy muchos temen que el autoritarismo nicaragüense se contagie al resto de Centroamérica. Sin embargo, mientras se mantenga la dignidad del pensamiento libre y se impulse la justicia social, los autoritarismos no tendrán futuro. La dictadura nicaragüense se ahogará sola.