Una responsabilidad de todos

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En 2009, la Asamblea General de las Naciones Unidas acordó designar el 22 de abril de cada año como el Día Internacional de la Madre Tierra. Se escogió esa fecha en recuerdo de una gran manifestación celebrada ese día en 1970, promovida por el senador norteamericano y activista ambiental Gaylord Nelson para la creación de una agencia ambiental estadounidense. En esa convocatoria participaron miles de universidades, escuelas primarias y secundarias, y centenares de comunidades. La presión social tuvo sus logros y finalmente el Gobierno de los Estados Unidos creó la Agencia de Protección Ambiental y promulgó una serie de leyes destinada a la protección del medio ambiente.

Para la ONU, celebrar cada año el Día Internacional de la Madre Tierra supone el reconocimiento de que el planeta y sus ecosistemas nos proporcionan la vida y el sustento para nuestra existencia. También supone reconocer la responsabilidad que nos corresponde: promover la armonía con la naturaleza a fin de alcanzar un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras.

En esta misma semana, en Bolivia y auspiciada por el presidente Evo Morales, se está celebrando la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, en la que se ha propuesto crear un organismo mundial que defienda los derechos del planeta y establecer un tribunal internacional de "justicia climática", que castigue severamente a los países o industrias que incumplan las normativas establecidas por las cumbres internacionales.

Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, en su mensaje presenta un breve pero estremecedor análisis de la situación: "La Madre Tierra es nuestro único hogar y lo hemos descuidado. Cada vez le exigimos más sin que ello esté justificado, y está acusando la presión. Durante la historia de la humanidad hemos dependido de los recursos de la naturaleza para nuestro sustento, bienestar y desarrollo. Demasiado a menudo hemos retirado capital de la naturaleza sin devolverlo. Ahora empezamos a ver las consecuencias de no haber protegido nuestra inversión".

Y continúa: "El cambio climático y el agotamiento de la capa de ozono son los ejemplos más evidentes. La diversidad biológica —la increíble variedad de formas de vida terrestre que nos sustentan— se está reduciendo rápidamente. El agua dulce y los recursos marinos están cada vez más contaminados; los suelos y los recursos pesqueros antes tan fértiles se están volviendo estériles. Quienes más sufren los efectos de nuestra gestión negligente son los más vulnerables del mundo: los que viven en los márgenes de los desiertos, las comunidades indígenas, los pobres rurales y los habitantes de los sórdidos barrios marginales de las megápolis cada vez más grandes del mundo. Para que estas personas puedan salir de la pobreza y prosperar necesitan, por lo menos, tierras fértiles, agua potable y un saneamiento adecuado".

Estas pocas líneas con las que el Secretario General de Naciones Unidas esboza la crítica situación en que se encuentra nuestra Madre Tierra no dejan lugar a dudas y nos hacen ver lo urgente y necesario que es tomar medidas que eviten un deterioro permanente.

La creación que hemos recibido, tan rica y hermosa, no puede seguir siendo destruida por la humanidad misma. Estamos destruyendo nuestra propia casa, cuando deber es cuidarla, protegerla y, si es posible, mejorarla para que pueda seguir siendo el hábitat de la humanidad para todas las generaciones venideras.

Ciertamente, son los Gobiernos y las grandes empresas los mayores responsables de este deterioro, y ellos deben hacer lo que les corresponde para revertir el daño causado. Y si no lo hacen, los ciudadanos debemos exigirles. Para cambiar las cosas, se requieren duras leyes nacionales y buenos acuerdos internacionales que impidan que se siga destruyendo el planeta en beneficio de unos pocos. Por ello, era muy importante que en la pasada Cumbre de Estocolmo se acordaran acciones que supusieran un verdadero avance y un mayor compromiso de los Gobiernos para salvaguardar la Tierra. Pero la ambición y los intereses de los países más ricos y de las grandes empresas multinacionales lo impidieron. Y eso es muy grave, porque significa que la Tierra seguirá siendo destruida. Hay que seguir adelante en la tenaz lucha para que se avance en estos foros internacionales hacia acuerdos que supongan una real protección del medio ambiente.

Hay quien equivocadamente piensa que la gente común y corriente apenas tiene responsabilidad en la destrucción de la naturaleza. Y es todo lo contrario. Todos somos responsables, tanto de la destrucción de la Tierra como de su protección. Cada ciudadano a lo largo del día realiza muchas acciones que causan pequeños daños al medio ambiente. Si sumamos todos los pequeños daños que causamos cada uno de los seis mil millones de habitantes del planeta, el mal que le hacemos a la Tierra puede ser inmenso.

Ahorrar el agua y la energía eléctrica, no usar productos desechables, reciclar el papel, separar la basura, cuidar los bosques, utilizar el transporte público, no quemar rastrojos ni zacatales, no cambiar el celular por gusto, sembrar árboles... son acciones que están al alcance de todos y que, en conjunto, contribuirían a proteger a la Tierra. Desde nuestro ámbito de acción, el ciudadano, es cuestión, pues, de tomar conciencia, decidirse y actuar.

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