Mentir sobre los demás es una forma tradicional de esconder los errores propios. Cuando representantes del Estado acusan a sus críticos, la ciudadanía puede dar por supuesto que algo quieren ocultar. Cuando se desea ver corrupción donde no la hay, lo usual es que quienes acusan estén buscando disimular su propio techo de vidrio. Los ataques a la UCA por parte de políticos de Nuevas Ideas son un claro ejemplo de ese modo de actuar que confía en que el insulto descarado y burdo tape las propias contradicciones. No son los únicos que atacan o han atacado a la Universidad.
En el pasado, los militares llamaban “comunistas” al liderazgo universitario, pensando que de ese modo podía quedar impune el asesinato de Elba y Celina Ramos y los seis jesuitas. Diversos areneros repitieron casi maquinalmente lo mismo durante un buen tiempo. Y no faltaron miembros del FMLN que acusaban a la UCA de un giro conservador cuando se les criticaban sus errores o cuando no se actuaba según sus conveniencias. Pero nada detuvo a la Universidad a la hora de ser fiel a los intereses de las mayorías; ni los veinte años de una Arena injusta, oligarca y ultraconservadora, ni los diez años de un FMLN tibio y muchas veces incapaz de pasar de un hipócrita lenguaje solidario a una acción seriamente comprometida con la lucha contra la pobreza, la desigualdad y la injusticia.
Los actuales acusadores de la Universidad José Simeón Cañas piensan que pueden convencer a la población de que todo el mundo se vende. Y mezclan así la corrupción de unos con los insultos calumniosos a otros, creyendo que su estrategia es genial y que el éxito está asegurado a base del manejo intensivo de redes. Sin embargo, su táctica nos les rinde los resultados esperados. La UCA les contesta en un comunicado ofreciendo la verdad de lo que hay: la institución educativa realizó servicios que los Gobiernos no podían hacer y solamente si esos servicios iban encaminados al bien común, de un modo especial en el campo del saber y de la educación. Los que dicen ser distintos actúan como los mismos de siempre: calumnian y se venden a cambio de un puesto en el Estado, ya sea para sí o para sus familiares.
La UCA siempre ha pensado que El Salvador necesita dialogar sobre los problemas que aquejan a las mayorías. Esa actitud le ha costado insultos y ataques, incluso sangre. Pero el diálogo solo se puede entablar sobre el afán de verdad de las partes. La imposición y el gusto por la polarización no permiten establecer la confianza requerida para llegar a acuerdos. Quienes prefieren imponer sus criterios y caprichos rechazan todo lo que no conduce al sometimiento y a la inclinación reverente de la cabeza. En realidad, se acaban haciendo daño a sí mismos, porque, aunque se impongan durante algún tiempo, la mentira nunca es duradera y se revierte contra sus artífices. A diferencia de ellos, y porque cree en el diálogo y en la verdad, la Universidad afirma sin ambages que no tiene nada que esconder.