Todos los países tienen debilidades. Expuestos a la sequía, a los huracanes, a los terremotos, etcétera. En general, tratan de enfrentar sus vulnerabilidades y debilidades de tal manera que a base de medidas de prevención se minimicen los riesgos que esas mismas condiciones ambientales, geológicas o climáticas pueden producir. Pero hay países, y aquí tenemos que incluirnos, que son vulnerables sin más. Vulnerables en todos los campos. Países que a las debilidades normales les añaden una carencia importante de la cultura de la prevención. Y se da esta problemática tan especial. Entre nosotros, cualquier actividad o inactividad que nos lleve a salir de la rutina se convierte automáticamente en peligrosa. Nuestra vulnerabilidad crece incluso cuando estamos de vacaciones.
Las razones de nuestra vulnerabilidad son múltiples. Pero en todos los aspectos de la misma destaca la falta de institucionalidad: poca institucionalidad ambiental; exceso de parque vehicular para la cantidad de kilómetros pavimentados; transporte público poco regulado e inadecuadamente pensado; densidad de población alta sin políticas que aminoren el hacinamiento; deficientes condiciones sanitarias y carencia de políticas de salud pública adecuadas; normativa de construcción poco elaborada y programas insuficientes de construcción de vivienda popular sismorresistente; inadecuada prevención en la construcción de bordos que impidan inundaciones; y un largo etcétera en un sinnúmero de dimensiones. Por eso incluso el tomar vacaciones se vuelve peligroso en El Salvador; aumentan las muertes violentas, los atropellamientos, los accidentes en carretera y las muertes en el mar.
Frente a esta problemática es indispensable trabajar el tema de nuestra vulnerabilidad a fondo y en diversos campos. Trabajarla, en primer lugar, en el campo de la cultura. La educación debe mostrar los peligros de conductas poco preventivas, agresivas y excesivamente competitivas. El aumento de vulnerabilidad que produce el alcohol o las drogas debe ser tomado en serio. Los Gobiernos deben desarrollar en diálogo con la sociedad civil verdaderas políticas públicas que contengan medidas preventivas eficaces frente a los diversos campos de vulnerabilidad de nuestra patria. En vez de gastar millones del erario público en hacer propaganda de sí mismos, repitiendo frases de los Presidentes y mostrando las obras que se hacen, deberían financiarse verdaderas campañas mediáticas educativas que prevengan y ayuden a prevenir conductas irresponsables.
En el campo de la institucionalidad, el trabajo por hacer es enorme. No se pueden prevenir accidentes de tráfico ni evitar irresponsabilidades en el mismo terreno si al final se perdonan las multas a quienes no las pagan, o se salda la responsabilidad de un homicidio culposo con 500 dólares. Permitir borrachos en playas donde hay una alta concentración de personas disfrutando de su descanso no es un acto de defensa de la libertad individual, sino de permisividad de irresponsabilidades públicas.
Es cierto que se está trabajando ya, incluso con la colaboración de universidades, diversos planes y proyectos de interés público preventivo en el campo de la construcción. Pero faltan esfuerzos mucho más coherentes en el ordenamiento territorial de la construcción, así como en el desarrollo de políticas públicas en el campo de la salud. En el campo de la seguridad ciudadana, la prevención no se ha tomado en serio, como lo demuestra la ridícula defensa de la portación de armas que hacen algunos empresarios y la debilidad del Gobierno a la hora de enfrentar el tema. Los asesinatos con armas de fuego siguen siendo una plaga en El Salvador, y el control de armas es totalmente insuficiente.
Prevenir es una tarea importante. Las vacaciones entrañan una dosis de peligro especialmente cuando se producen grandes desplazamientos en las carreteras. Pero los desastres y el auge de la delincuencia y la muerte que se repiten año tras año nos deben decir algo. Nos obliga a reflexionar el hecho de que las vacaciones sean peligrosas, que aumenten tan desaforadamente las emergencias, que la violencia crezca incluso en momentos en que debería disminuir, y que sea más fácil morir en vacaciones. Desarrollar foros, debates y diálogos sobre prevención, siendo concretos en vez de dedicarnos a la palabrería, es una tarea todavía pendiente en El Salvador.