Antonio entró al hospital Zacamil la tarde del jueves 10 de abril. Originario de uno de los pueblos hondureños unidos a El Salvador por su cercanía geográfica, venía referido desde el hospital de San Marcos, en Ocotepeque. Llegó en un pick-up con su cuñado y su esposa, Besy, quien le ayudaba a sostener la mascarilla que le suplía oxígeno de un tanque que consiguieron prestado para el viaje. A Toñito, como lo llamaban sus allegados, más por su carácter bonachón que por su tamaño, le dijeron en San Marcos que parecía tener agua en los pulmones y que no lo podían atender. Los médicos decidieron referirlo a un hospital con más recursos. A petición de Besy, se optó por el hospital Zacamil, sencillamente porque todo su expediente se encontraba allí. El año pasado estuvo ingresado por otra enfermedad también grave; gracias a la atención recibida, salió con bien después de un derrame interno de sangre provocado por un esfuerzo excesivo en su oficio de mecánico. También en esa ocasión, fue referido desde San Marcos, donde le dieron un diagnóstico equivocado. Desde entonces, Antonio había estado en recuperación y no había vuelto a trabajar.
En el hospital Zacamil lo recibieron ese 10 de abril como a las cuatro de la tarde. Besy, a diferencia del año pasado, tuvo que pasar la noche afuera del edificio, porque le explicaron que nadie puede acompañar a los pacientes en la zona de emergencias. Antonio quedó jadeando en una camilla que consiguieron para que pasara la noche. El viernes 11, Besy logró establecer comunicación con familiares que tiene, como muchas familias hondureñas, en El Salvador. Sus parientes se preparaban para salir de vacación de Semana Santa a Honduras. Pero le abrieron su casa, para que pudiera dormir y alimentarse con comodidad, mientras su esposo estuviera en tratamiento. El sábado 12 de abril, los médicos le dijeron que probablemente Antonio padecía de leucemia y que debían referirlo al hospital Rosales.
En el principal nosocomio del país, los recibieron diciéndoles que ya no aceptaban "extranjeros", una manera eufemística de referirse a los hondureños, que llegan constantemente a buscar servicios médicos. Eso ya se los habían dicho en el Zacamil, pero con Antonio hicieron una excepción por tener ya un expediente en el hospital. Al parecer, se ha girado la orden de no atender extranjeros en las enfermedades de ese tipo, para darles prioridad a los enfermos salvadoreños. Lo mismo les han dicho a otros hondureños que han llegado al Rosales a tratarse por cáncer. Y algo similar dicen los estadounidenses a la hora de negarle atención médica a los migrantes indocumentados (entre ellos, salvadoreños). Un hecho que se ha criticado con mucho énfasis en El Salvador.
A Besy le dijeron que si se confirmaba el diagnóstico de leucemia, tendrían que regresar a Honduras. No fue así, pues el cuadro apuntó más bien a una afección pulmonar. Sin embargo, no les dijeron exactamente a qué se enfrentaban; los médicos se limitaron a aplicarle a Antonio calmantes para el dolor, que de acuerdo a sus quejas era cada vez más intenso. El domingo 13, Besy fue a visitarlo. Pasó con su esposo todo el tiempo permitido para las visitas. No lo vio mejor; además, lucía cansado. Pero ella siempre conservó la esperanza de que saliera del hospital recuperado, al igual que el año pasado. El lunes 14, cerca de las nueve de la mañana, un hermano de su esposo la llamó desde Honduras para decirle que Antonio había fallecido. No la llamaron a ella pese a que dejó en el hospital un número de teléfono local. Fue el consulado de Honduras en El Salvador, después de una llamada desde el Rosales, el que contactó a su cuñado para decirle que reclamaran el cuerpo.
Besy estaba sola en la casa de sus familiares, sin alguien con quien compartir el dolor. Se desmayó luego de recibir la llamada; cuando volvió en sí, salió llorando rumbo al hospital Rosales. Al llegar, le dijeron que el cuerpo de su esposo ya no estaba ahí, porque lo habían trasladado a Medicina Legal, a donde debía ir para reclamarlo. Preguntó por qué lo habían trasladado si había sido una muerte natural. Le contestaron que eso sucedió por ser extranjero. En Medicina Legal, tras rogar y soportar desplantes por no ser salvadoreña, pero gracias a la ayuda de algunos empleados, le entregaron el cadáver a las cinco y media de la tarde. El cuerpo de Antonio estaba abierto en canal, con las vísceras al aire, pues le habían practicado la autopsia sin suturarlo después. Lo metieron, derramando sangre, en una bolsa negra. El hermano de Besy, que ya se había hecho presente, buscó ayuda en la calle para mover el cuerpo, pues los empleados de Medicina Legal dijeron no encargarse de eso. Acomodaron los restos en un ataúd traído desde Honduras y partieron de regreso a la tierra de Antonio. El papel que le dieron a Besy dice que su esposo murió de un edema pulmonar. Ni en el hospital ni en Medicina Legal dieron más explicación. Le dijeron que si quería saber los detalles, debía regresar personalmente para conocer el resultado de la autopsia. Ella dice que ya no le interesa saber de qué murió; lo importante es ver cómo puede sacar adelante a sus dos hijos, que son lo que le queda de Antonio.