Vulnerables

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José M. Tojeira
09/11/2009

Desde hace años venimos insistiendo en que nuestro país es sumamente vulnerable. Pero en estos últimos 20 años, con aquello de que cualquier crítica social era un atentado contra el famoso "sistema de libertades", se permitió y alentó el tipo de Estado donde la muerte se filtra por todos lados por ausencia de prevención del desastre, de la epidemia o de cualquiera que sea el problema. No se quiere aceptar que las vulnerabilidades de El Salvador se previenen con una mayor inversión social, con un mejor sistema redistributivo de la riqueza, con una adecuada planificación y organización territorial. Y no se trata de inventar la pólvora. La prevención del desastre, al igual que la prevención de la delincuencia, es un tema reflexionado y estudiado tanto fuera como dentro de El Salvador. Sin embargo, la palabra "prevención" sólo existió durante 20 años en el diccionario de los ricos y los poderosos de El Salvador para su uso exclusivo.

Las universidades pueden preparar ingenieros que saquen sus doctorados fuera sobre deslaves y deslizamientos de tierras, pero acaban quedándose en el extranjero porque no ven que sus especializaciones puedan ser utilizadas adecuadamente en El Salvador. El desastre es parte de la vida y no faltan los hipócritas que consideran el desastre como algo habitual y natural, eliminando responsabilidades estatales.

Y todavía más: no se quiere soltar un centavo para encarar de una vez por todas los problemas de El Salvador. Quienes tienen dinero prefieren pagar su seguridad privada en vez de pagar más impuestos para mejorar la seguridad ciudadana común. Aquí da la impresión de que mientras no se caiga una torre de las que ahora construimos y de las que nos enorgullecemos, no habrá financiamiento para ordenar el territorio de un modo serio y previsor, ni mucho menos se dará apoyo para que quienes viven en zonas vulnerables puedan construir viviendas seguras y decentes sin costos inalcanzables.

Y lo que acaba dando más cólera es el regateo miserable de impuestos ante una pequeña reforma fiscal, mientras la gente sigue muriéndose. Otra cosa sería si el edificio de Fusades estuviera a las orillas de río Acelhuate en vez de estar en Santa Elena. Y es que mientras el proyecto común de convivencia social no sea realmente un proyecto común, negociado, dialogado y platicado todo lo que se desee, El Salvador no tiene demasiadas perspectivas de cambio. Porque hasta ahora lo que hay es simplemente un proyecto de unos pocos, que refugiados en sus colonias con seguridad privada, en sus residencias o en sus torres, no escuchan el gemido de los pobres. No hay realmente proyecto común salvadoreño. Y sin proyecto común no hay país que se desarrolle equitativamente.

Nuestro producto interno bruto (PIB), dicen en ocasiones los poderosos, se acerca ya al de Costa Rica. Pero nuestra inversión proporcional en educación es mucho menor. Nos queremos comparar con países que se han desarrollado rápidamente y no queremos invertir en la población lo indispensable para evitar los costos de tanta vulnerabilidad. Vulnerables a las lluvias, a los sismos, a la delincuencia y la violencia, a la corrupción, al abuso del volante y del alcohol. Vulnerables en todo y sin fondos para invertir adecuadamente en cada uno de los rubros en que somos vulnerables. El sistema de libertades, la crisis actual, el mercado desregulado, la amenaza de Chávez... todo es excusa válida para no aportar lo que entre todos deberíamos al desarrollo, a la prevención del desastre, sea éste natural o provocado por el ser humano.

Hoy, ante tanta muerte después de seis horas de lluvia ininterrumpida, es tiempo de solidaridad y ayuda. Pero también tiempo de reflexión. El país debe cambiar. Nos lo pide la gente buena de El Salvador. Nos lo piden los más pobres, los preferidos de Dios, la gran mayoría en El Salvador. No sirven lamentos para escudar conciencias egoístas. Ni vale echarle la culpa a los Gobiernos. Hay un proyecto de desarrollo en El Salvador que no mira al bien común. Un proyecto enfocado sistemáticamente al beneficio de minorías. Eso es lo que hay que cambiar. Y construir un verdadero proyecto de desarrollo común, nacional, en cuya construcción participemos todos, que mire al bien común, que apoye y defienda con mayor fuerza a los más débiles. Tanto la ciudadanía como el Gobierno deben enfocar sus esfuerzos a la construcción de ese proyecto común de desarrollo solidario. De lo contrario, año con año estaremos lamentando lo mismo y teniendo que engañar a nuestra propia conciencia nacional con mentiras o con la frase igual de peligrosa que nos dice que El Salvador no tiene remedio y que lo mejor es emigrar.

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