El país seguro tiene hambre

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Rodolfo Cardenal
23/10/2025

El presupuesto del próximo año no deja dudas sobre las prioridades de Bukele. No reduce el gasto, como aconseja la prudencia, sino lo aumenta en casi todas las dependencias del Estado. Los ministerios de defensa, agricultura y turismo, y Casa Presidencial tienen las asignaciones más elevadas. En 2026, el ejército tendrá el presupuesto más alto de su historia: duplica el de 2019, cuando Bukele llegó al poder. Apuesta por la profesionalización de los soldados en lugar de la de los maestros, claves para el desarrollo del país.

Casa Presidencial es otra dependencia que acumula fondos de la misma manera que centraliza cada vez más las funciones gubernamentales. Otra prioridad es Chivo Pets, cuyo presupuesto es más alto que el de catorce hospitales públicos. Estas asignaciones no son definitivas, pues, como ya es costumbre, son reforzadas a lo largo del año. El presupuesto es una declaración de intenciones que, de ninguna manera, limita el gasto.

La ligereza es desconcertante, porque la posición fiscal es incierta. La recaudación no cubre los gastos. Los indicadores anuncian una crisis fiscal severa. Por tanto, el presupuesto necesitará financiamiento externo e interno, es decir, más deuda. Casi la cuarta parte del presupuesto de 2026 se destinará al servicio de la deuda, la cual, por otro lado, no disminuirá, pues solo se pagarán intereses. No es extraño, entonces, que la calificación crediticia del país sea baja en comparación con el resto de la región.

Mientras tanto, Bukele se prodiga con el gran capital, al cual ofrece toda clase de facilidades burocráticas y de exenciones fiscales, en un intento desesperado por atraerlo. Pero la inversión extranjera directa no solo se resiste, sino que tiene a salir del país. La arbitrariedad de “las reglas del juego” y la inexistencia de seguridad jurídica lo espantan.

Varios organismos internacionales señalan el estancamiento de la economía salvadoreña, una de las menos productivas de América Latina. El valor generado por hora trabajada equivale a la mitad del promedio general. Por cada dólar latinoamericano, El Salvador produce 49 centavos. No es desidia ni pereza. Al contrario, la población trabaja mucho, pero produce poco. En parte, porque su educación y su capacitación son pobres. En parte, porque la innovación, la tecnología y la maquinaria eficiente son escasas. En parte, por la mala organización de las empresas. Y, en parte, porque la infraestructura es insuficiente, el transporte limitado y las fuentes de energía poco confiables.

Estas limitaciones estructurales impiden un crecimiento económico dinámico, sólido y sostenido. El Salvador ocupa el penúltimo lugar de la región después de Belice. No es previsible que esta tendencia se revierta en el corto plazo. Antes de atribuir el pobre desempeño de la economía a sus predecesores, Bukele debe reparar en que ha tenido más de seis años de poder absoluto para comenzar a revertir esa tendencia. En vez de ello, la ha profundizado.

El poco crecimiento económico ha agudizado la pobreza. Ciertamente no es nueva, pero ha aumentado desde 2019, sobre todo, la pobreza extrema, cuyas filas han sido engrosadas por más de 241,000 personas. La pobreza extrema significa indigencia, miseria y hambre. Un millón de salvadoreños experimentó inseguridad alimentaria aguda, es decir, pasó hambre entre 2022 y 2024. Los casos más críticos pasaron varios días sin comer. Otros tres millones no tuvieron asegurado el acceso a los alimentos, lo cual afectó la calidad de su dieta y sus hábitos alimentarios. En la actualidad, uno de cada diez salvadoreños no come tres veces al día.

Contrario a lo que proclama el régimen, el país no puede estar viviendo “una nueva realidad” con esos niveles de pobreza y de hambre. Ni podrá vivirla en el corto plazo, porque no hay indicios de que se esfuerce por revertirlas. Tampoco respeta “los derechos humanos de la gente honrada y trabajadora”, porque la mantiene hambrienta y sin acceso a servicios básicos de calidad.

El país que construye profundiza la distancia entre los que tienen y los que no tienen, entre los hartos y los hambrientos. Ha favorecido el surgimiento de nuevos ricos, que se suman a los ya existentes, cuyas fortunas se reproducen de manera asombrosa, mientras que al resto de “la gente honrada y trabajadora” la empuja hacia la línea de pobreza.

Los arquitectos del “nuevo país” no edifican lo que pregonan. Están más interesados en controlar compasivamente la proliferación de perros y gatos callejeros que en garantizar la seguridad alimentaria de la gente. El hambre es cruel, niega la dignidad humana, obliga a abandonar el hogar para rebuscarse la vida en el extranjero o en el crimen, y consolida el capitalismo neoliberal más salvaje, que mata silenciosamente, pero no de manera menos eficaz.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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