Homilía del XXIX aniversario: "Unámonos a los mártires que nos despiertan"

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Procesión de Farolitos del XXIX aniversario de los mártires de la UCA (Foto: Camila Ventonza, 17/11/2018).

 

Buenas noches, hermanos y hermanas. Nos reúne aquí, un año más, la celebración del aniversario de los mártires de la UCA y sus colaboradoras, Elba y Celina Ramos. Y con ellas y ellos, todos los mártires de El Salvador y de nuestra América. Es primer año en que celebramos el aniversario tras la canonización de san Romero de América.

Ya son 29 años y algunos podrán pensar: ¿qué nos tienen que decir hoy, después de tantos años? Intentaré mostrar su actualidad a partir de mi trabajo en la Red Jesuita con Migrantes, antes en Nicaragua y México, y ahora en Guatemala.

Hoy que el fenómeno del desplazamiento y el refugio se vuelve a agudizar, debemos de recordar dos libros del P. Segundo Montes: En busca de soluciones para los desplazados (1986) y Salvadoreños refugiados en los Estados Unidos (1987). Además, hoy en la atención a migrantes no puede faltar la atención psicosocial, y una amiga psicóloga, del Centro Fray Matías de Córdova (Tapachula), con muchos años de experiencia acompañando migrantes, se declara en ese trabajo seguidora de Ignacio Martín-Baró. Hace unos años, me pidió que le consiguiera todos los libros del P. Martín-Baró. Y el Departamento de Psicología de la UCA, fundado por él, es hoy un referente en investigaciones sobre la migración.

Un tercer ejemplo en el mismo campo de la migración: Gioacchino Campese es un scalabriniano que dirigió el albergue de Tijuana y hoy es doctor en Teología de las Migraciones y profesor en Roma. Pues bien, su teología de las migraciones se basa en la teología de Ellacuría y Sobrino. Dirige el Instituto Internacional de Migraciones en Roma y participó en el congreso de teología de agosto. ¿Quieren más pruebas de la actualidad de nuestros mártires? Escuchen esta frase, en la que tal vez identifiquen rápido a su autor: “Tengo que ponerme del lado de un pueblo que está siendo crucificado y asesinado todos los días. Y como jesuita y rector de esta universidad, tengo la responsabilidad de hablar en este momento, porque nuestra misión no es solo estar en lo académico, es también proteger la vida”. Tal vez crean que es una frase de Ellacuría, pero no. Es del rector actual de la UCA de Managua, el P. Chepe Idiáquez, respondiendo en una entrevista de El País, el 14 de junio de este año, a una pregunta sobre las amenazas de muerte que ha recibido. Nos cuentan los compañeros de Nicaragua que hoy arrestan al que vaya vestido con los colores de la bandera, y a los que se juntan a cantar el himno nacional.

Pero donde vemos mejor la actualidad de los mártires es en las caravanas de migrantes que desde hace poco más de un mes caminan en nuestra región. Siguiendo la parábola del buen samaritano, que acabamos de escuchar, podemos decir que la persona asaltada y apaleada en el camino de Jerusalén a Jericó se ha juntado a otras personas también asaltadas y apaleadas, y ahora van juntas por el camino: cientos, miles. Veamos algunas características de estas caravanas, intentado no meternos en un análisis político sino espiritual, y descubriendo su relación con los mártires que nos convocan hoy. Sabemos que por muchas caravanas que se hagan, la solución de las causas pasa por cambiar muchas estructuras injustas que arrastramos desde hace tiempo. Pero estas caravanas nos revelan algunos signos de esperanza que vamos a comentar.

En primer lugar, las caravanas han dado voz a los sin voz, como los mártires. En primeras páginas, titulares, portadas de noticieros: ¡la caravana ha logrado que entrevisten a los pobres! Dar voz a los sin voz, hacer visible la realidad del pueblo pobre, es el primer logro de esta caravana. Cuando se muestra o descubre la realidad de los crucificados, comienza la transformación, con tal de que no rodeemos por el camino como hicieron el sacerdote y el levita del evangelio de hoy. Ese “hacer visible lo invisible” lo vimos este año en varias ocasiones: hace unos meses, la separación de familias migrantes en EE UU se detuvo al día siguiente de que aparecieran en las redes sociales los audios de los niños llorando, niñas y niños que fueron separados de sus padres. Las protestas en Nicaragua se multiplicaron cuando se divulgó cómo habían matado al niño Alvarito Conrado, alumno del Colegio Loyola, al que siguieron luego muchos otros. Los mártires hacen visible lo real.

Las caravanas de migrantes han dado voz a los sin voz, a los que ya no tienen nada que perder, como dice una célebre canción: “Menos mal que existen los que no tienen nada que perder”. El 28 de octubre, cuando salió la primera caravana de El Salvador del Mundo, pude ir temprano y dialogar con algunas personas que iban a partir, y caminar con ellas el trayecto dentro de esta ciudad. Un muchacho de La Unión me contó que hacía tres años que las maras habían matado a su padre enfrente de él, y que ahora el asesino ya había salido de la cárcel, y por eso ya no podía vivir tranquilo. A su mamá nunca la conoció. Su papá solo le dijo una vez que era una prostituta, sin querer dar más explicación. Él es de los que ya no tienen nada que perder.

Hablé con una madre soltera que iba empujando un carrito con un niño de poco más de un año, y para ella la caravana era la única esperanza. ¡Cuánta violencia contra las mujeres habrá empujado a tantas que se ven con sus niños en esas caravanas! Otros huyen para no ser victimarios, para no ser reclutados por las maras, como algunos de los que recibimos en estos años atrás en los albergues de Frontera Comalapa. Pero los periodistas que se han acercado estos días a las caravanas preguntan siempre lo mismo: ¿por qué se van?, ¿no es una locura irse con esos niños a la aventura? Una madre respondió: “La locura es quedarse”. Dan ganas de responder al periodista con las palabras de los discípulos de Emaús: ¿eres extranjero como para no saber lo que está ocurriendo en la ciudad, donde están crucificando al pueblo?

Porque esa es la segunda característica de estas caravanas, que las asemeja a los mártires, y es que desenmascaran a los poderosos, como hace en la primera lectura Jeremías denunciando a Joaquín, rey de Judá. ¡En Honduras han cerrado fronteras a sus propios ciudadanos! ¡Las fuerzas de seguridad y gobernantes de Centroamérica al servicio del imperio! Como hace 29 años. Y como hace más de 3 mil, cuando los israelitas salieron de Egipto perseguidos por el faraón. Las imágenes del paso del río Suchiate de cientos de pobres unidos por los brazos, para ser más fuertes, como el abrazo que se dieron Elba y Celina en esa noche hace 29 años, mostraron un pueblo unido que huye de la esclavitud perseguido por el helicóptero del faraón.

Un catequista de Ocotepeque que participó en gran parte de la caravana y ya regresó, engañado por el falso programa de retorno asistido, dice: “Estábamos en la caravana sabiendo que Dios estaba con nosotros, era como el paso del mar Rojo”. Esas imágenes del helicóptero sobre el pueblo fueron tan reveladoras como el nombre de ese lugar de paso del río: se llama precisamente El Paso de los Rojos”. Extraña coincidencia. Ese catequista tiene razón: el paso del mar Rojo está ocurriendo hoy, y las ansias de esa liberación de la que tanto hablaron Ellacuría y sus compañeros siguen muy vivas. Las Fuerzas Armadas mataron a los jesuitas junto con Celina y Elba, y hoy esperan al otro lado de la frontera otras fuerzas armadas, 5,900 soldados, preparándose para humillar a una caravana donde casi un tercio son menores de edad, y hay cientos de mujeres con niños. La Carta de Santiago nos lo decía hoy: “Dios ha escogido a los que en este mundo son empobrecidos para que sean ricos en la fe y para que reciban en herencia el reino que él ha prometido a quienes lo aman; ustedes, en cambio, los humillan”.

Esa humillación, que también se intentó con los mártires, no es solo la calumnia (“Buscaban armas en la UCA”, “Hay terroristas sirios en la caravana”, “Son delincuentes”). La humillación es antigua y tiene que ver con las armas que cada año vienen del norte para que los pobres se maten entre sí. La humillación viene del norte como la demanda de las drogas que hacen fuertes las estructuras de corrupción y de muerte. La humillación se impuso hace tiempo con el financiamiento desde el norte a unas guerras que desde hace décadas nos acompañan terriblemente como una losa sobre Centroamérica. Pero esa humillación hoy es contestada por el pueblo centroamericano que se levanta y se autoconvoca para rechazar un sistema político y económico que les ha quitado todo en el camino de Jerusalén a Jericó, donde sistemáticamente asaltan para que el miedo asegure la desigualdad de un sistema que no es, por supuesto, universalizable, como denunciaba Ellacuría.

Esa valentía de levantarse, vencer el miedo, enfrentar miles de kilómetros, cruzar ríos caudalosos, romper cercos policiales, abrir vallas, saltar desde puentes, caminar bajo la lluvia y el sol… esa valentía es la tercera revelación de esta caravana. La confianza y seguridad de ir en gran número evita los delitos y violaciones a sus derechos, que en las migraciones dispersas y clandestinas se dan sistemáticamente. Los mártires también envalentonan a muchos creando cadenas de “valor agregado”, podemos decir. Tras el asesinato de los jesuitas de la UCA, un buen número de jesuitas de varias partes del mundo se ofrecieron a sustituirlos, aun en medio de los peligros de la guerra. Uno de ellos fue el P. Michael Czerny, hoy cosecretario del papa para asuntos de migración y refugio, y quien todos los años manda en el aniversario una carta de solidaridad.

En cuarto lugar, las caravanas, como los mártires, nos hablan de gracia y solidaridad. En primer lugar, porque desmercantilizan la migración al prescindir de los coyotes y sus redes, entrando en la dimensión de lo gratuito. Del mercadeo de las necesidades humanas se ha pasado a la solidaridad. Nos han contado casos de dueños de hoteles en Esquipulas que bajaron a ofrecer cuartos gratuitos a las madres con hijos, y a familias enteras. Pizzerías que sacaron pizzas gratis al pasar la gente. Los que menos podían dar daban al menos café y pan, o bien agua. Muchos vehículos dieron aventón y hasta hubo dueños de buses que los fletaron gratuitamente para llevar a las gentes desde Chiquimula a Ciudad de Guatemala. Es cierto que también están recibiendo rechazo, especialmente en imágenes de hoy mismo desde Tijuana, pero en el camino se han encontrado muchos buenos samaritanos como el del evangelio que hemos escuchado hoy.

Además de esa solidaridad “con” la caravana, se crea una fraternidad “entre” los que van en ella. El camino hace “compañeros”, una palabra que significa “el que comparte el pan”: en el camino, en un albergue, en un estadio… como hemos visto estos días en los medios. Así como lo compartieron en comunidad los mártires de la UCA. O san Romero, que decía que Rutilio era para él como un hermano. Recordemos las preciosas palabras de Rutilio en la homilía de Apopa, a propósito de la fraternidad: “Un Padre común tenemos todos los hombres… luego todos los hombres, evidentemente, somos hermanos […]. Dios el Señor, en su plan para nosotros, nos dio un mundo material para todos sin fronteras. […] Luego una mesa común con manteles largos para todos, como esta eucaristía. Cada uno con su taburete, y que para todos llegue la mesa, el mantel y el ‘conqué’”. Y respecto a la expulsión del P. Mario por ser extranjero, dice: “¿Que el padre Mario era extranjero? Ciertamente, y de América Latina. ¡Yo me pregunto si en la América Latina, descubierta por Colón, y en la que estamos todos amasados de café con leche y sangre de la misma forma, somos extranjeros! ¿Es que somos extranjeros en alguna parte?”.

Esa fraternidad que vivieron los mártires la vive en esta caravana el pueblo crucificado. Y aunque parezca que unas caravanas son de hondureños y otras de salvadoreños, lo cierto es que en todas van mezclados, porque los pobres no tienen fronteras. Algunos afirman que estas caravanas marcan un cambio en el modelo de migración individualista a una migración organizada… ojalá que no solo para cambiar de país, sino también para cambiar el país. Estas caravanas plantean el reto de atacar las causas de la migración forzada, comunes a nuestros países —empobrecimiento, corrupción e impunidad—, fortaleciendo redes internacionales y una cultura de fraternidad centroamericana y universal.

Por último, la caravana, como los mártires, hace milagros. Ya ha ganado varias batallas. En los primeros días, Trump amenazó con cortar la “ayuda” si pasaba la caravana. La caravana pasó y la ayuda no se cortó, si es que alguna vez hubo una “ayuda” significativa en esa supuesta Alianza para la Prosperidad. El Gobierno de Guatemala es otro que advirtió también que no iban a pasar. Pues pasaron. El Gobierno de México dijo que solo pasarían los que llevaran visa. Pues pasaron las caravanas, y sin visa previa. Un artículo reciente de Plaza Pública, medio que acompaña la caravana desde que pasó por Guatemala, cuenta cómo la policía de México —que siempre había detenido vehículos para ver si llevaban indocumentados— ahora detiene vehículos para pedirles por favor si pueden llevar migrantes de la caravana. ¡Los policías ayudando a los indocumentados! Desde luego que no es una actitud generalizada, pero la caravana ya ha hecho milagros.

Pase lo que pase en la frontera, aunque la caravana se disuelva, ya ha logrado llegar a las puertas de las murallas de Jericó. Se ha constituido “en una fuerza efectiva para llevar a la práctica los intereses populares”, que es la frase de Ellacuría que han elegido como lema de este aniversario. Evidentemente, no es una organización popular ni mucho menos un partido político. Pero no se puede negar que es un primer nivel de pueblo organizado, al menos para desencadenar un proceso novedoso de denuncia y cambio, a partir de los signos o milagros ya vistos.

Todas esas características, hermanos y hermanas, hacen concluir que Dios está con la caravana, como está con los mártires. Más aún, estos elementos nos hacen pensar que la caravana de mártires y la caravana del pueblo crucificado, como diría Jon Sobrino, van juntas. Eso dijo el papa Francisco hace tres años en la audiencia de agradecimiento por la beatificación de monseñor Romero: “El mártir es un hermano, una hermana, que continúa acompañándonos en el misterio de la comunión de los santos, y que, unido a Cristo, no se desentiende de nuestro peregrinar terreno, de nuestros sufrimientos, de nuestras angustias”. Por ello, es sospechoso que la fecha en que salió la primera caravana fuera la víspera de la canonización de monseñor Romero.

Algunos periodistas no la llamaban “caravana” sino “romería”. Porque la palabra “romero” parece que comenzó indicando al peregrino que iba a Roma, y luego se extendió a todo peregrino que iba a un santuario junto con otros, en “romería”. Esa romería está llegando a Tijuana en estos días de nuestros mártires de la UCA. El cartel que se divulgó por las redes para convocar en Honduras era un migrante con los brazos en cruz: la convocatoria venía de un crucificado. Todo esto nos hace sospechar que Dios y los mártires están con ellos. Pero mejor no revelemos quién es el autor intelectual de las caravanas —¿podrían detener a Dios y deportarlo?— hasta que nos digan quiénes son los autores intelectuales de la masacre de la UCA y de tantas y tantas matanzas.

Saber que Dios está con nosotros es lo que nos da fuerza. La fuerza de Jesús crucificado y resucitado. No estamos aquí solo por un análisis sociológico. Hemos estado 29 años en la caravana de los farolitos porque Cristo está con ellos, con los mártires, y ellos con Cristo. Estamos aquí como cristianos porque el Caso Jesús no fue olvidado, no fue sobreseído por Dios. Tampoco Dios quiso que el Caso Romero quedara archivado, ni el Caso Rutilio, ni el Caso Elba y Celina, ni el Caso de las Hermanas de Maryknoll… y de tantos otros. ¿Sobreseídos? Si Dios los olvidara, dejaría de ser Dios, pues su misericordia no está separada de su justicia.

Sin duda, san Oscar Romero ha abierto un camino a la caravana de mártires de nuestros países, pues después de su beatificación, hace tres años, la Iglesia ha reconocido a otros: el papa Francisco ha firmado hace una semana el decreto de martirio del hermano Miller, hermano de La Salle asesinado en Huehuetenango; el 27 de octubre se celebró la beatificación del franciscano P. Tulio Maruzzo y el catequista y colaborador Luis Obdulio Arroyo en Izabal (Guatemala); el P. Stanley Rother, párroco de Santiago Atitlán, fue declarado beato por martirio hace un año y es el primer mártir nacido en Estados Unidos; avanza la beatificación del P. Hermógenes López, párroco de San José Pinula (Guatemala), mártir por defender el derecho al agua; y pronto esperamos tener al P. Rutilio Grande reconocido en esa nube de testigos, muchos en el anonimato o desaparecidos, como el P. Carlos Pérez Alonso, jesuita desaparecido al salir de visitar enfermos en el hospital militar de Guatemala.

Permítanme solo recordar dos más. El primero, el Romero de África. A inicios de este mes de noviembre se terminó la fase diocesana del proceso de beatificación de monseñor Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu (Rep. Democrática del Congo), martirizado el 29 de octubre de 1996 por las tropas que siguen dominando hoy los Grandes Lagos para beneficio de las multinacionales del coltán, ese mineral que necesitan los celulares y aparatos electrónicos. Munzihirwa fue un jesuita defensor de los derechos humanos, y es llamado por algunos el Romero de África. Por último, nos han dado esta semana la alegre noticia del próximo inicio (5 de febrero) del proceso de beatificación del P. Arrupe, que fue superior general de la Compañía de Jesús. Él supo lo que significa ser desterrado de su país, y tuvo que salir de España con todos los jesuitas expulsados en 1932. En Nueva York fue capellán de los latinos presos, y fundó en 1980 el Servicio Jesuita para Refugiados.

Con toda esta caravana de testigos hay muchas mujeres y hombres asesinados por defender la vida, la tierra, los derechos humanos de los pobres. De modo que es cierto: nos envuelve una nube de testigos, como una caravana de mártires y santos que van con la caravana del pueblo crucificado. Están aquí. “Por detrás de mi voz… otra voz canta”, corea Daniel Viglietti un poema de Circe Maia:

Escucha, escucha,
otra voz canta.
Dicen que no están muertos
—escúchalos, escucha—
mientras se alza la voz
que los recuerda y canta.

No son solo memoria,
son vida abierta,
son camino que empieza
y que nos llama.

Dicen que ahora viven
en tu mirada.
Sostenlos con tus ojos,
con tus palabras,
sostenlos con tu vida,
que no se pierdan,
que no se caigan.

Son ellas y ellos los que nos convocan hoy con su grito, en la víspera de la Jornada Mundial de los Pobres instituida por el papa Francisco, y para la que propone tres verbos: gritar, responder y liberar. Porque así termina la parábola del buen samaritano: “Ve y haz tú lo mismo”.

Termino con otra parábola. Hace unos días, hablando sobre las bandadas de pájaros que cada tarde llegan a posarse a los árboles de la UCA —son miles de pericos—, alguien me decía que es un problema ecológico desde que la finca de El Espino se usó para carreteras y centros comerciales. Es decir, estos miles de pericos no tienen otra “casa”. Son también desplazados y refugiados en caravana, en bandada. Llegan al jardín de los mártires y se ponen a chillar al atardecer. Son otra caravana que nos grita, que denuncia que han sido expulsados, que avisa que el sistema por el que vamos no es sostenible. Qué bueno que la UCA les acoge y que junto a las rosas del jardín los mártires siguen gritando, recordándonos que hay que responder y liberar.

Unámonos en oración a ellos, a los pájaros que gritan, a los mártires que nos despiertan, al pueblo crucificado que se levanta… para liberar la tierra y la historia. Hagámoslo con la confianza de que Dios está con nosotros.

¡Viva San Romero de América! ¡Vivan los mártires de la UCA! ¡Vivan todos los mártires de Centroamérica!

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