El modelo de Bukele no consigue satisfacer las expectativas de su creador. Aparte de unas cuantas voces aisladas que desean verlo implementado en sus respectivos países, no atrae más que a un puñado de turistas, sin potencial para dinamizar la maltrecha economía nacional. Los excursionistas son fugaces, pasan por los sitios señalados en las guías turísticas y siguen a la siguiente parada. Las mises, los atletas y otros personajes de la farándula digital no han venido para quedarse. Tampoco los salvadoreños, que huyen en masa.
El Salvador de Bukele no atrae. El año pasado, ofreció el pasaporte a cambio de invertir un millón de dólares en bitcoin. Esperaba mil inversionistas, solo llegaron ocho. Una cantidad irrelevante como los ocho millones que aportaron. La oferta cayó en el vacío y con ella el valor del pasaporte. Ahora lo ofrece gratis a científicos, ingenieros, doctores, artistas y filósofos extranjeros. Las redes digitales del oficialismo saltan embargadas de emoción, mientras que las otras se ríen a gusto. Imaginan que esos nuevos salvadoreños encontrarán trabajo en la central nuclear, el satélite Cuscatlán, la ciudad libertaria de la criptomoneda, el centro digital de Amazon, el estudio cinematográfico más grande de América Latina, el aeropuerto oriental, el tren del litoral y las nuevas sedes de la Universidad de El Salvador.
Entusiasmos y bromas aparte, la desvalorización total de la nacionalidad salvadoreña muestra que el modelo no da más de sí. Solo ofrece seguridad y con limitaciones, tal como lo revelan las constantes desapariciones y el hallazgo de cadáveres en descampado. Los inversionistas no encuentran un panorama económico interesante ni seguridad jurídica para su capital. Están a merced de los vaivenes del modelo, que no duda en atacar y confiscar la propiedad privada cuando le place. A pesar del nuevo país supuestamente creado por el modelo, sus habitantes lo siguen abandonando. Con ellos se van cerebros actuales y potenciales, los cuales no piensan retornar.
Si no puede retener a su propia población, menos puede atraer extranjeros con especializaciones, experiencia y comodidades materiales. Sin actividad económica, la construcción languidece y a los ingenieros les espera el paro. Existe una gran necesidad de médicos, pero los pocos que hay abandonan el sistema público de salud, más por condiciones laborales inadmisibles que por mal pagados. A esto se agrega la enorme demanda de técnicos, enfermeras y médicos en el mundo rico, donde encuentran un ambiente laboral, salarios y reconocimientos muchos más atractivos. Los artistas con fama y fortuna no tienen argumento para dejar su entorno actual. Y de la filosofía difícilmente se vive en el país. Tal vez algún filósofo logre sentarse a filosofar con “el rey filósofo” nacional.
Uno de los voceros cualificados del oficialismo en la legislatura reconoció sin vacilar que el desarrollo económico pasa por la ciencia y la cultura. Ahora bien, si la economía sana y robusta descansa en una educación universal gratuita y excelente, cómo se explica que la comisión de hacienda que preside autorice gastar miles de millones de dólares en soldados y policías, en armamento y equipo militar pesado, en publicidad y cabilderos.
El modelo de Bukele no mira hacia adentro, sino hacia afuera. Aguarda que la solución venga del exterior, como las remeses, sin esfuerzo y sin costo. Busca fuera lo que no haya dentro, porque no ha sido construido. Sus predecesores confiaron ciegamente en las fuerzas voraces del mercado neoliberal. Él tampoco cimentará sólidamente la economía, la educación y la cultura, porque carece de visión, de la capacidad para planificar y ejecutar, y de recursos. Ya ha optado por el camino fácil de la militarización y la publicidad. En cinco años, no ha llegado lejos. El tiempo apremia ante un segundo mandato sin otra cosa que más seguridad.
El pasaporte salvadoreño para los extranjeros no es ninguna ganga. Bukele no puede ofrecer empleo ni un entorno y un salario superiores a los del norte industrializado. Asume gratuitamente la existencia de multitud de científicos y académicos dispuestos a pelearse un pasaporte cual tesoro muy valioso. Antes soñó con los inversionistas. Nadie en su sano juicio abandona un empleo bien remunerado y reconocido, un entorno estable y unas relaciones familiares y sociales gratificantes para aventurarse en lo desconocido. Habría que estar muy desesperado por dejar atrás una carrera profesional impresentable, o por disimular una especialidad inexistente, o por lavar dinero mal habido para aceptar la oferta del pasaporte salvadoreño gratis.
Los repetidos intentos del modelo de Bukele para ir más allá de la seguridad indican que algo importante falla. Es claro que la seguridad no es suficiente. La promoción periódica del país como sitio ideal para invertir, trabajar y residir revela sus graves limitaciones, si es que no son señales claras de agotamiento.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.