A nivel cultural, la violencia y el sometimiento del otro son atractivos para mucha gente. Los productos mediáticos con altas dosis de violencia suelen ser exitosos. En la cotidianidad, muchas personas disfrutan de la humillación ajena y la exhibición impúdica de la intimidad de terceros. Y en sociedades como la nuestra, ese disfrute perverso se ha institucionalizado. La justicia, por ejemplo, se ensaña con los humildes y con quienes disponen de pocos medios para defenderse, y suele exhibirlos como delincuentes sin haberlos vencido en juicio. Esa exhibición humillante es, en contraparte, una exhibición del poder de quienes manejan el sistema.
En ese marco, la justicia se confunde con la venganza. Bajo la lógica de esta, se responde al mal con una acción equivalente; en cambio, la justicia, al menos idealmente, busca responder a un mal con una acción reparadora que causa bien. El objetivo de la venganza es hacer daño a quien lo ha ocasionado; la justicia intenta reparar el mal. La venganza responde a la necesidad de satisfacer un deseo de castigo, encarna la filosofía del “ojo por ojo, diente por diente”, y produce alivio momentáneo a quien la ejerce, pero solo la justicia da paz permanente, genera armonía y trae consuelo y verdad.
Hoy en día, en nuestro país se está usando el poder para perseguir a opositores y satisfacer deseos de venganza, ya sean propios o porque se piensa que una buena parte de la población reclama el oprobio de quienes están fuera del oficialismo. Este jueves pasado, en un nuevo paso de su esfuerzo diario por consolidar su narrativa de azote de los corruptos (aunque bajo su sombra operen personas de historial y ética más que cuestionables), y probablemente para desviar la atención de temas como la Lista Engel y el próximo uso del bitcóin, el presidente, a través de su fiscal y la PNC, arrestó y exhibió a exfuncionarios del FMLN, acusándolos de lavado de dinero. Durante las capturas, no se respetó el debido proceso.
Obviamente, de ser ciertos los cargos que se les imputan, lo cual deberá ser probado como corresponde, es decir, haciendo que primen los hechos y la legalidad sobre el efectismo y el afán de espectáculo, los acusados deben responder por sus actos ante la justicia. Porque eso es precisamente lo que el país necesita: justicia, una justicia independiente y con todas las garantías legales. No necesita arbitrariedad, sino Estado de derecho. Necesita paz y democracia, no enfrentamiento y dictadura.