La danza de los dólares en el Salón Azul

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Rodolfo Cardenal
15/08/2024

Forzados por la presión de la opinión pública, algunos diputados oficialistas no tuvieron más remedio que informar cómo gastan los fondos adicionales a su ya elevado salario. Prescindiendo de la autenticidad de los informes, sobre los cuales planean dudas razonables, los datos proporcionados abren un resquicio para asomarse al absurdo de la dictadura de los Bukele. Sus diputados emplean a community managers; técnicos y asistentes administrativos; comunicólogos de toda clase: camarógrafos, fotógrafos, diseñadores gráficos; enlaces con las comunidades nacionales e internacionales, las universidades, los profesionales, los diplomáticos y las organizaciones sociales; y encargados de mercadeo, compras e inventarios.

Ante esta lista tan variopinta cabe preguntar qué necesidad tienen los diputados de ese personal cuando ocupan el escaño por obra y gracia de Bukele, solo aprueban lo que este les ordena, su presencia en las comunidades no repercute en su labor legislativa, no dialogan ni discuten con nadie, excepto con otros funcionarios gubernamentales que repiten el mensaje de Casa Presidencial. Los únicos aparentemente necesarios son los creadores de imagen, dado el placer que les causa exhibirse como lo que no son.

En la larga lista de contratos, no aparecen especialistas en los grandes temas de la realidad nacional, como economistas, sociólogos, politólogos o ecologistas. La verdad es que no les hacen ninguna falta. En las comisiones no estudian ni razonan, se contentan con pasar la legislación al plenario sin entenderla. El plenario tampoco analiza ni discute, solo aprueba tal como dispone Casa Presidencial. De hecho, tampoco necesitan tanto creador de contenido. Pese a su abundancia, no han podido contener el daño causado a la credibilidad de sus empleadores, cuya imagen ha quedado embarrada por su libertinaje con los impuestos.

Con tantos asesores en comunicación y enlaces con las comunidades y las organizaciones sociales, el liderazgo de los legisladores debiera ser deslumbrante y fascinante. Pero no es el caso. Eso sería ir en contra de la naturaleza del oficialismo. La Casa Presidencial de Bukele no tolera más liderazgo que el suyo. Ni siquiera en los territorios a los que se dicen vinculados pueden ejercer liderazgo alguno. Su presencia en el quehacer nacional está opacada por Bukele. En consecuencia, no necesitan tanto personal en su alrededor. Basta con algo de talento anodino, pero servil.

Cómo explicar, entonces, esas contrataciones grotescas con salarios exorbitantes. La respuesta se encuentra en la tradición legislativa, compartida por los otros poderes del Estado. Contratan activistas, familiares y compadres con quienes están obligados. Así fue antes y así es ahora: lo mismo de siempre. Además, es práctica bien establecida en los círculos legislativos que una parte de esos abultados salarios revierta en el diputado que contrata. Un ingreso extra. De todas maneras, las explicaciones de los diputados se quedaron cortas. Todavía no han explicado el destino de los otros 5,500 dólares que cada uno alega devolver a la presidencia de la legislatura.

Estas son cuestiones espinosas, que los grandes jefes mantienen bajo el secreto más riguroso. El sorpresivo señalamiento de Bukele y la presión de una opinión pública enfurecida los obligó a revelar lo menos comprometedor, pero sin convencer. La información con la que intentan exculparse carece de respaldo formal y es incompleta. Lo poco que adelantaron puso en evidencia que los integrantes de su pintoresco séquito ganan más que los empleados especializados del sector salud. En lugar de salvar el pellejo, los diputados se hunden más en la ciénaga.

Tal vez crean que el nutrido círculo del que se rodean proyecta su influencia política. Se engañan si piensan que esa curiosa colección de empleados es directamente proporcional a su relevancia social. Son víctimas del mismo espejismo creado por las dictaduras y sus propagandistas. En la práctica, son insignificantes y, sobre todo, prescindibles. Basta con observar cuántas comunidades u organizaciones sociales acuden a ellos para plantearles sus necesidades y solicitarles una solución. Cuántas madres y esposas los buscan para pedirles amparo ante la injusticia de los cuerpos de seguridad, la fiscalía y el sistema carcelario. Nunca se han interesado en la suerte de los desaparecidos o han visitado la consulta externa del sistema público de salud o los centros escolares abandonados.

En las contadas ocasiones en que algunas organizaciones o personas han acudido a ellos con la ilusión de encontrar una respuesta a su aflicción o al menos una palabra de consuelo, no las han recibido. No se deben a la ciudadanía sufriente, sino a Bukele. No tiene sentido, por tanto, perder el tiempo escuchando las miserias de los excluidos y empobrecidos.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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Adalberto239845884
17/08/2024
03:46 am
En la actual administración pública no hay oídos que escuchen y consiguientemente no hay espacio ni para exponer problemas, inquietudes o iniciativas y menos para buscar soluciones. La des-gentificación de nuestra sociedad es ya una realidad en marcha. La gente solo vale para votar... por Bukele. Los cargos públicos no se otorgan ni ejercen para la función que antes dábamos por sentado. No se persigue un adelanto en ningún ámbito político ni social, no hay interés en sacarnos del subdesarrollo, de mejorar las miserables estadísticas. Vivimos un grosero paréntesis entre la miseria y el desarrollo que tira más hacia atrás y al pasado retrocediendo en todo lo que precariamente habíamos conseguido. La deriva es grave pero no se entiende y por ende no se reacciona. Sería pavoroso asumir que la gente quiere lo que le están dando y peor aún que lo defienda, sin embargo así parece. La irresponsabilidad funcionarial se ha naturalizado desde los Organos del Estado hasta el último soldadito.
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