Para una honesta celebración del bicentenario

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Editorial UCA
13/09/2021

La independencia de países sometidos a potencias coloniales es siempre una buena noticia; por tanto, debe ser celebrada. Sin embargo, cuando han pasado 200 años de la fecha de la independencia, resulta indispensable hacer una valoración crítica. En el caso centroamericano, hay suficiente evidencia de que la independencia fue promovida y gestionada por las élites de aquel entonces. Cuando algunos de sus líderes quisieron llevar a cabo cambios importantes, el debate fue intenso y su resultado dependió en buena parte de los intereses que se movían en las propuestas.

La abolición de la esclavitud molestó a algunos diputados de Honduras, vinculados al sector minero, que utilizaba esclavos en el trabajo interior de las minas. La escasez de esclavos en el resto de Centroamérica y el peso intelectual, moral y religioso de quienes propugnaban la abolición lograron que a este respecto la primera Constitución del istmo se adelantara a la de muchos otros países. En contraste, la propuesta de suprimir el impuesto de la alcabala a los indios y los pobres, y subirlo a los comerciantes no se tuvo en cuenta. Era ese uno de los impuestos más importantes y la propuesta equivalía a una auténtica reforma fiscal progresiva. Los intereses estatales no quisieron entrar en conflicto con los poderes económicos y comerciales de la época.

Hoy hay más conciencia de la vinculación de la independencia con los derechos y deberes humanos. Y es precisamente desde esa conciencia que se verifica un escaso avance en el desarrollo de los valores democráticos. Dos siglos han sido insuficientes para eliminar la pobreza, las privaciones injustas que sufre la mayoría de la población y la desigualdad económica y social. Demasiados compatriotas han tenido que emigrar huyendo de la violencia y la falta de oportunidades. La corrupción, la falsedad de la clase política, la irresponsabilidad ante los problemas nacionales, el olvido de los pobres y de los débiles han estado presentes de manera continua en la historia de Centroamérica a lo largo de estos 200 años. En ese sentido, celebrar la independencia sin crítica no sería más que apoyar esa dinámica de abusos.

La celebración honesta de un aniversario nacional no tergiversa la historia, sino que pondera tanto los logros como los errores y fracasos, buscando animar al cambio de todas las actitudes políticas, culturales y cívicas que causan dolor. La cultura de la violencia, el machismo, la corrupción, la explotación laboral, el autoritarismo y la violación de preceptos constitucionales no son compatibles con la democracia que quiso implementar la independencia ni con los valores auténticos que se expresaron en ella. La exaltación militar o gubernamental no tiene razón de ser en estas fiestas de septiembre. La liberación de los esclavos, la conciencia sobre la igual dignidad humana o las diversas propuestas de transformación social sí deben ser parte de este bicentenario, que más que punto de llegada debe ser punto de partida hacia una sociedad más democrática, justa y comprometida con un desarrollo abierto a todos y todas.

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