Propaganda engañosa

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Editorial UCA
08/04/2024

Una reciente entrevista del vicepresidente de la República a Diario El Mundo refleja con claridad la índole del discurso gubernamental sobre la realidad del país. Lo que el funcionario dijo coincide con lo que el mercadeo llama publicidad engañosa. En ese tipo de discurso, se utilizan afirmaciones falsas o exageradas, y se omite datos fundamentales sobre aquello de lo que se habla. Según el vicepresidente, la pandemia posibilitó salvar un sistema de salud y hospitalario que estaba en condiciones precarias. Pero los datos revelan que se ocultó intencionalmente el número real tanto de contagiados como de fallecidos. Además, es de sobra conocida la falta de medicinas en unidades de salud y hospitales, el deterioro en la atención de citas y terapias ambulatorias, la fuga de especialistas y, a consecuencia de esto, la inaudita decisión de poner a médicos sin experiencia a realizar procedimientos especializados.

Para el funcionario, “cuando ya se tiene una población segura, una población sana y una población educada, toca impulsar el desarrollo económico tal cual”. Con ello, dio la seguridad ciudadana por hecho sin decir nada de las violaciones a los derechos humanos, el encarcelamiento de miles de personas sin investigación previa y la criminalización de opositores políticos. Tampoco habló de la inoperancia del sistema de justicia. Por otra parte, presumió de una población educada. Para el vicepresidente, se saldó una gran deuda educativa con la distribución de más de un millón de computadoras a estudiantes. Sin embargo, el hipotético salto educativo queda en duda por la desigualdad en el acceso a Internet, el estrangulamiento económico de la única universidad pública del país, la falta de apoyo para las necesidades más elemental de los centros educativos y las mediciones internacionales que ubican a El Salvador en los últimos lugares en la asimilación de los contenidos de ciencia y matemáticas.

Además, según el funcionario, el país acaba de vivir un proceso electoral limpio y transparente, y el TSE realizó un papel extraordinario, por lo que merece felicitaciones. Esas afirmaciones contradicen lo que estuvo a la vista de los electores y de las misiones de observación, nacionales e internacionales: las recientes elecciones fueron la más irregulares, inequitativas y no competitivas desde la firma de los Acuerdos de Paz. Sin embargo, el discurso engañoso alcanzó un punto aún más alto con respecto a la reelección presidencial. Ya antes el vicepresidente había intentado justificar, infructuosamente, la reelección. Primero, con el argumento del artículo escondido y, posteriormente, sosteniendo que no se trata de una reelección, sino de un segundo mandato.

En la entrevista argumentó que para que el presidente aspire a una segunda reelección o a una reelección indefinida debe modificarse la Constitución y que se está en el momento adecuado para hacer ya la reforma, de modo que sea ratificada por la legislatura que entrará en funciones a partir del próximo 1 de mayo. Pese a su formación constitucionalista, el funcionario no tomó en cuenta que la misma Constitución prohíbe modificar algunos de sus artículos, entre ellos los que tratan sobre la forma de gobierno y la alternabilidad en el ejercicio del poder. Pasó por alto también que este es un tiempo vetado para hacer reformas constitucionales, porque ello violaría la jurisprudencia constitucional que en el proceso 33-2015 prohibió realizarlas en el período entre las elecciones y la toma de posesión. Ampararse en el respeto a la voluntad popular para justificar las reformas no es nada más que demagogia. Si al Gobierno de verdad le importara el sentir ciudadano, renunciaría al bitcoin, una de las apuestas del Ejecutivo más duramente rechazadas por la población.

Una cosa es el discurso oficial que se impone a fuerza de repetirlo sin descanso gracias a una inversión multimillonaria y otra, la realidad. En la actualidad, muchas salvadoreñas y salvadoreños han sido presa de la publicidad engañosa; tarde o temprano, la realidad los hará despertar.

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