Sesori está ubicado al norte de San Miguel. Su nombre es de origen lenca y significa “Donde brinca el tacuacín”. En ese pequeño municipio nació Norma Josefina Chavarría el 20 de octubre de 1948. "Mi pueblo me encanta. Puedo decir que mi niñez fue muy bonita porque la infancia en los pueblos se vive en comunidad". Norma es la tercera hija de Estanislao Chavarría e Isaura Montoya. "Mi papá era agricultor y mi madre, docente; precisamente, esa misma profesión ejercí desde muy joven".
"Mi primera experiencia como maestra fue en la zona rural, en un cantón cercano a Sesori. Para mí era difícil, porque la escuela era muy pobre, los niños no tenían qué comer, no había servicios sanitarios. Al principio, me quejaba y lloraba porque no me gustaba estar allí, pero luego aprendí a verlo como un reto y a darme cuenta de la realidad del país".
Experiencias transformadoras
Norma se formó como profesora en la Escuela Normal Francisco Gavidia de San Miguel. A los 18 años, se mudó a la capital y comenzó a trabajar en una escuela del cantón San Laureano, en Ciudad Delgado. En 1972 se inscribió a la Universidad de El Salvador para estudiar la Licenciatura en Psicología. En 1977 ganó una beca del Ministerio de Educación y la Organización Panamericana de la Salud que le permitió cursar una especialización en audición y lenguaje, la cual terminó en 1979. Por los constantes cierres de la UES, logró graduarse hasta en 1986.
Durante esos años, Norma enfrentó situaciones que marcaron su vida. "Soy sobreviviente de la masacre del 30 de julio de 1975. Ese día había participado en una marcha con otros estudiantes. Cuando íbamos por el Hospital Rosales, nos acorralaron las tanquetas, desde los aviones comenzaron a lanzar bombas y a disparar. Recuerdo que una señora me dijo que me subiera al bus con ella; fue así como logré huir".
"En 1981, mi esposo desapareció durante el conflicto armado. Se llamaba Emilio Delgado. Desde entonces, cuidé sola de mis dos hijos, Emilio y Manuel. También mi familia tuvo que huir de la represión que se vivía en Sesori, por lo que decidieron trasladarse a San Salvador".
"Una de mis profesoras en la UES también daba clases de Psicología en la UCA. Nos hicimos muy amigas y, a iniciativa de ella, formamos un grupo de estudio". Ese fue su primer contacto con la Universidad y, especialmente, con el padre Ignacio Martín-Baró. "Nos reuníamos para analizar la realidad y debatir sobre el rol del psicólogo en ese momento. Al padre Nacho le gustaba escuchar nuestras experiencias, ponía mucha atención a cada persona que intervenía".
Docencia y servicio
A finales de los años ochenta, Norma comenzó a trabajar como psicóloga en la Escuela Costa Rica y, por las tardes, en las Clínicas de Bienestar Magisterial. Sin embargo, en 1991 se le presentaron dos nuevas oportunidades laborales: "Me fui a trabajar como psicóloga educativa en la Escuela Marcelino García Flamenco y como coordinadora del Centro de Educación Especial en el Instituto Salvadoreño de Rehabilitación Integral (ISRI)".
A principios de 2000, la docencia volvió a ser parte fundamental de su vida. "En ese período conocí a Rosalía Aranda, una especialista de la Universidad Autónoma de Madrid. Ella quería trabajar el tema de educación especial y ya contaba con el apoyo de cooperantes vinculados con la UCA. Esa fue la segunda vez que tuve contacto con la Universidad. Abrimos el Diplomado en Educación Especial y se logró becar a 30 jóvenes. El diplomado duró dos años; yo coordinaba las prácticas pedagógicas".
A raíz de esta iniciativa, Norma sintió que tenía una tarea mayor: continuar formando jóvenes que pudieran aportar en el área de la educación especial. Y así fue. En 2001, la UCA inauguró el Profesorado en Educación Especial. Ese mismo año, se integró de lleno en el Departamento de Ciencias de la Educación. "Yo sabía lo difícil que era transformar la educación de los profesionales; por eso, cuando surgió la posibilidad de trabajar en la UCA, sentí que era el espacio que me permitiría acercarme a la gente y a las nuevas generaciones de estudiantes, sabía que podía incidir en su realidad. Mi identificación con la visión de la UCA hizo que me quedara acá".
Desde entonces, ha emprendido diversos proyectos. "A la vez que iniciaba con la coordinación de la carrera, llevaba a la par iniciativas de formación continua, como diplomados y cursos sobre lecto-escritura, logopedia, estimulación temprana; todo ha surgido de acuerdo a las necesidades que se han ido presentando".
Luego, comenzó a centrar su atención en las necesidades de las personas sordas. "Llega el momento en que ya no tengo la coordinación del profesorado y mi labor empieza a centrarse en el área de sordos". El trabajo se fue ampliando y "con el apoyo de Sonia Ramos, especialista en la rehabilitación de la audición y el lenguaje de la ONG española Economía y Colaboración Solidaria con las Personas Sordas (Ecosol-sord), y de la Fundación García-Ibáñez, de Barcelona (España), iniciamos un proyecto sobre implantes cocleares para niños sordos".
"Me gusta más esta área de la educación especial. Veo el desarrollo de los niños en cada terapia, me emociona ver cómo van despertando a la vida la primera vez que escuchan (...). Me doy cuenta de que en el país aún existe la necesidad de cambiar la visión hacia las personas con discapacidad". Por eso, lamentó el cierre del Profesorado en Educación Especial, en 2012. "Eso sí me ha dado tristeza. Me gustaría que en la UCA no se perdiera el trabajo con las personas con discapacidad, es un sector que ha trabajado mucho por hacerse visible en la sociedad y sigue necesitando apoyo".
"Ya es hora de que aprenda a descansar"
"Tengo que darle gracias a la vida porque he tenido la posibilidad de ejercer dos profesiones que van acordes a mis valores; y porque se me han abierto espacios de trabajo donde he unido la docencia y la psicología". Norma asegura que todas las experiencias vividas le han traído una enseñanza. "Si no hubiera sido maestra rural, no me hubiera dado cuenta de la realidad que viven muchos niños, no hubiera sabido valorar las cosas que se me iban presentando".
A partir de este año, estará trabajando jornadas más cortas. "Tengo 66 años: ya es hora de que aprenda a descansar". Una vez jubilada, quiere dedicarse a la jardinería y a escribir textos educativos. "Quisiera hacer un curso de agricultura para aprender a cultivar violetas (...), también me gustaría escribir sobre temas relacionados a la lecto-escritura y retomar las manualidades".
En su mirada, Norma refleja satisfacción y agradecimiento. "Tengo la esperanza de que, cuando me jubile, la UCA continuará el trabajo por las personas con discapacidad. Hay que mantener viva la ilusión por enseñar a los más necesitados. Con los años, he aprendido a vivir el aquí y el ahora; ya mañana, Dios dirá".