Distinguidas autoridades de la Universidad, estimados compañeros y compañeras, queridos familiares y amigos que nos acompañan este día, reciban todos un profundo agradecimiento por su presencia, cercanía y solidaridad a lo largo de los años de nuestra carrera.
Hoy llega a su fin una etapa importante en la vida de cada uno de nosotros. Hemos concluido un recorrido cargado de aprendizajes: académicos, humanos, sociales y cristianos que nos posibilitan iniciar ahora otra etapa, llenos de esperanza, optimismo, profesionalismo y deseo de servicio.
Tradicionalmente se utiliza la palabra “norte” para identificar el rumbo que debemos tomar, para encontrarle sentido a nuestras vidas. Hace unas semanas participé, aquí en la UCA, en un Encuentro de Voluntariado en donde nos hicieron ver la importancia que tiene mirar al sur, como lugar de los que sufren, de los excluidos, de las injusticias, en fin, de los que nos encontramos en “vías de desarrollo”. A mi juicio, nuestro paso por esta universidad nos ha facultado para ver críticamente la realidad y descubrir que las cosas en nuestro mundo no están del todo bien. Que debemos trabajar juntos por otro mundo posible, por transformar las estructuras, luchando contra las injusticias y la exclusión.
Estos años de formación académica, profesional y humana solo podrán producir fruto si nos comprometemos a contemplar nuestra realidad y buscar soluciones creativas, desde nuestra profesión, para transformar el mundo, dando vida al lema de 50.° aniversario de la UCA: “Comprometidos con una sociedad más justa”.
Es por eso que la metáfora del “sur” nos ayuda a salir, aunque sea por un momento, del círculo del individualismo, del éxito personal, de la cultura del descarte, etc. Nos impulsa a ver a los otros, al rostro del que sufre, por quienes tienen sentido nuestras carreras humanísticas. No podemos ser profesionales de éxito en sociedades fracasadas. Por tanto, todas las herramientas que a lo largo de estos años hemos recibido cumplirán su cometido solo si son puestas al servicio de quienes nos necesitan.
Nuestra realidad salvadoreña nos interpela y nos duele, pero también nos lanza a la esperanza de que es posible trabajar juntos por una vida cada vez más humana y justa. Los mártires de nuestra universidad “vieron hacia el sur” y lucharon por transformar su realidad. Hoy, nosotros nos sentimos comprometidos con su legado, a ser como la levadura, que poco a poco, en mínimas cantidades, va fermentando toda la masa hasta transformarla (cfr. Mt 13, 33).
Agradecemos a todos los que a lo largo de estos años nos han apoyado para llegar hasta aquí. A nuestras familias, por su apoyo y paciencia; a nuestros amigos y compañeros, por su cercanía y solidaridad; a nuestra universidad, a los catedráticos y a todos los que han participado en nuestra formación.
Que todos nuestros esfuerzos produzcan frutos, para que desde las ciencias humanas y las otras disciplinas colaboremos juntos por la justicia, la solidaridad y la paz.
Con todo respeto, quisiera terminar esta intervención invocando a Dios, nuestro Padre y Madre común, con las palabras de Etty Hillesum, judío-holandesa muerta en los campos de concentración en 1943 durante la Segunda Guerra Mundial. Hillesum afirma: “Dios mío, ayúdanos a comprender que Tú nos ayudas en la medida en que nosotros nos ayudamos mutuamente”
Muchas gracias.