Queridos graduandos, queridas graduandas, estimados familiares y amigos, sean bienvenidos a este acto de graduación. Vayan en primer lugar mis felicitaciones a ustedes, graduandos, por este importante logro en sus vidas. Además, saludo y agradezco especialmente la presencia del Dr. Mario Rafael Olmos, rector de la Universidad Don Bosco, con la que desde hace seis años trabajamos juntos para ofrecer nuevos programas de maestría y doctorado en cotitulación. La colaboración y cooperación entre universidades con los mismos valores y principios, comprometidas con la transformación de nuestra sociedad y con la formación de profesionales responsables y con compromiso social, busca servir de mejor manera a El Salvador.
Graduandos, en este acto recibirán un título universitario que los acredita como profesionales. Eso no significa que ya no tendrán que seguir estudiando, pues en nuestra época, cuando el conocimiento crece a diario, cuando se dan cambios a velocidad vertiginosa en un mundo que nos ofrece continuamente novedades y retos, debemos mantenernos al día, en un proceso de formación continua.
Sean conscientes, compasivos, competentes y comprometidos
Decía el padre Peter Hans Kolvenbach, superior general de los jesuitas hasta el año 2008, que el verdadero examen del carácter jesuita de una universidad lo definen sus graduados. Dónde trabajen y qué hagan al graduarse es lo que determinará si la UCA ha cumplido con su misión de ser una universidad al servicio de la fe y de la promoción de la justicia. La UCA solo pasará ese examen si ustedes son los mejores profesionales para El Salvador, es decir, hombres y mujeres conscientes, compasivos, competentes y comprometidos con la transformación social del país a favor de los pobres y excluidos. Si se empeñan a diario en la construcción de una sociedad verdaderamente humana y justa.
Si son conscientes de su situación de privilegio por ser parte del 10% de la población que tiene un título universitario. Conscientes de que esta realidad no responde al corazón de Dios, como nos enseñó monseñor Romero, pues es estructuralmente injusta, excluyente, plagada de pecado. Conscientes de su propio potencial, de que ustedes tienen las herramientas para transformarla de modo que ofrezca una mejor vida para todos y todas. Sean compasivos ante el sufrimiento de los que son víctimas de la violencia, la pobreza y el desempleo. Déjense conmover por la falta de justicia, por los que no tienen acceso a una educación de calidad, por el deficiente trato en los hospitales, por aquellos a quienes el dinero no les alcanza para comprar comida o medicina para sus hijos. Movidos por un corazón generoso, sientan la necesidad de solidarizarse con estas personas, con sus necesidades, con su lucha por salir de la pobreza y obtener un empleo digno. Defiendan sus derechos humanos.
Sin duda, la formación que les hemos dado es de la mejor calidad. Por ello, ustedes han de ser competentes, profesionales capaces de contribuir a la solución de los graves problemas de nuestro país en los ámbitos de la educación, la economía, el empleo, la seguridad, la justicia, el comercio, la producción, el desarrollo, el medioambiente. Comprométanse con El Salvador y su gente, con la búsqueda de propuestas para construir una nueva sociedad con justicia social. Trabajen por el bien común. Protesten y alcen la voz contra aquello que impide el desarrollo de las personas. Participen en proyectos que aporten humanidad, reconstruyan el tejido social y posibiliten la vivencia en hermandad y solidaridad.
Comprométanse con el cambio social que el mundo y El Salvador requieren para que nadie se quede atrás, como reza el lema que justifica los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aprobados por las Naciones Unidas para ser alcanzados en 2030. Objetivos que constituyen un llamado universal a la adopción de medidas para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad.
Es de sobra conocido que El Salvador no está bien, que la realidad que vivimos está llena de problemas y dificultades. Los conflictos están a la orden del día, a nivel político, económico, social, ambiental, familiar, generacional. Después de la firma de los Acuerdos de Paz y del fin de la guerra, seguimos sin ponernos de acuerdo en un proyecto de país que permita caminar hacia un futuro de bienestar para todos, sin excluir ni privilegiar a nadie. Este es el principal sueño de la mayoría de la población. Sin embargo, no logra realizarse a pesar de los muchos cambios que han tenido lugar a lo largo de los últimos 26 años y a pesar de la alternancia en el Gobierno, entre Arena y el FMLN. Todavía estamos muy lejos de alcanzar ese sueño de libertad, justicia, dignidad y paz que todos decimos anhelar, pero en el que no invertimos suficiente convencimiento, fuerza y tesón.
La mayor parte de la clase política y del liderazgo nacional no ha estado a la altura de las circunstancias. Lejos de trabajar hasta extenuarse en función del bien común, en no pocas ocasiones han privilegiado sus intereses personales y sectoriales, se han corrompido, se han lucrado individual y familiarmente, han cometido graves errores. Ojalá que después del rechazo y la disconformidad con los políticos y su modo de actuar que una mayoría del pueblo salvadoreño mostró el 4 de marzo las cosas cambien para bien. De todos modos, la sociedad debe seguir exigiendo un modo distinto de hacer política, uno que ponga en el centro y dé absoluta prioridad al bienestar de la persona.
Juntos por la construcción de una cultura de paz
Lo más grave es que en los 26 años transcurridos desde el fin del conflicto armado El Salvador no ha logrado transitar de una cultura de la violencia a una cultura de paz. Según Naciones Unidas, esta última “consiste en una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y previenen los conflictos, tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas mediante el diálogo y la negociación entre las personas y las naciones, teniendo en cuenta un punto muy importante que son los derechos humanos, y el pleno respeto de los mismos”.
La ONU, en su Asamblea General de octubre de 1999, aprobó una declaración y un programa de acción que reconocen la importancia de fomentar una cultura de paz, definió cuáles son sus contenidos y estableció la obligación de los Estados miembros, a través de sus Gobiernos y de la sociedad civil, de trabajar por la promoción y fortalecimiento de dicha cultura. Pero en El Salvador no hemos hecho lo necesario por desarrollarla, y por ello la violencia es nuestro principal problema.
Superar la violencia requiere de un esfuerzo nacional que tenga como aliados a las familias, al sistema educativo y todas las instituciones públicas y privadas; requiere de una decisión genuina y comprometida con una cultura de paz. Responder a la violencia con más violencia no conseguirá jamás controlar definitivamente la situación. La cultura de paz se basa en la ley del amor, que busca sanar a la víctima y recuperar al victimario, apelando a su condición humana. Es lo opuesto al odio y a la venganza.
En nombre de la UCA, en nombre del legado de nuestros mártires, que se ofrendaron por la paz para que nuestra sociedad fuera en verdad humana, los invito a asumir esta etapa de sus vidas con un nuevo espíritu y en contra de la corriente que nos arrastra hacia la deshumanización y el materialismo. La violencia es quizás la expresión más evidente de esa deshumanización, pero no la única; también lo son el cinismo, la indiferencia, la despreocupación por lo que le sucede a nuestro prójimo, aceptar con absoluta normalidad las altas cifras diarias de homicidios.
El mundo está seducido por la autorrealización egoísta, el lujo, la vida cómoda. Muchos en nuestra sociedad valoran el prestigio, el poder y la autosuficiencia por sobre todas las cosas, y se afanan en obtenerlos. Y en una realidad así, defender los valores de la fraternidad, la solidaridad, la igual dignidad de las personas, la justicia y la paz no queda bien y puede conllevar humillaciones, desprecios y exclusiones. Pero no pocos en nuestro país han sellado con su muerte la entrega a la construcción de una cultura de paz. A ellos tenemos que admirar e imitar.
No debemos olvidar a los mártires, a los hombres y mujeres que se tomaron en serio su responsabilidad y lucharon hasta dar la vida por el proyecto humanizador de Dios. Dentro de pocos meses, la Iglesia canonizará a monseñor Romero, quien expresó ejemplarmente su compromiso con los pobres, con el bien común, con la defensa de la vida y la dignidad de toda persona, todos ellos aspectos de una cultura de paz. Romero, el salvadoreño más universal. Nos sentimos orgullosos de él, pero poco compromiso mostramos en continuar su legado, imitarlo, seguir sus opciones a favor de los pobres, la justicia y la paz.
Estamos llamados a ver el mundo desde una mirada de compasión y solidaridad ante la flagrante injusticia que lo habita, a tener una visión optimista y esperanzada de la historia. El mundo puede ser transformado: esta es la buena noticia de la Pascua. Esta es la actitud con la que ustedes pueden vivir para contribuir a cambiar la realidad a partir de este día.
Muchas felicidades a cada uno de ustedes por su graduación. Les deseo muchos éxitos y que Dios les bendiga. Les recuerdo también que esta seguirá siendo siempre su alma mater, su casa, donde encontrarán apoyo y complicidad para el bien. Muchas gracias.