¿Es la hora de los laicos?

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Hasta el Vaticano II, la fórmula usual para definir a los laicos era siempre la misma: el que no es sacerdote ni religioso; es decir, se le definía por lo que no era. El Concilio, superando interpretaciones prevalentemente negativas, abrió una visión positiva: afirmó la plena pertenencia de los laicos a la Iglesia. Los concibe como los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, pertenecen al Pueblo de Dios y son partícipes del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo. En otras palabras, frente a una Iglesia centrada en el poder clerical, el Vaticano II introdujo el concepto bíblico de “Pueblo de Dios”, pueblo de bautizados que tienen la misma fe, una misma Escritura, se nutren de la eucaristía y poseen una pluralidad de carismas. Todos los ministerios, incluyendo el sacerdocio, quedan inscritos dentro del Pueblo de Dios.

Sin embargo, aunque se superó el concepto negativo, la práctica de esa nueva visión sigue siendo insuficiente o está amenazada por la tendencia a clericalizar todo movimiento seglar. Así lo ha reconocido el papa Francisco en una de sus frases lacónicas: “Es la hora de los laicos [pero] pareciera que el reloj se ha parado”. Este hecho, precisamente, ha provocado las reflexiones que el papa plasma en una carta enviada al Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, donde pondera la actividad pública de los laicos en nuestro contexto latinoamericano.

Francisco, en el mejor espíritu del Concilio Vaticano II, exhorta a darle centralidad al Pueblo de Dios y a la práctica eclesial que puede derivarse de él. Como se sabe, la constitución Lumen Gentium dice que el Pueblo de Dios es el que cree en Jesucristo encarnado, muerto y resucitado, el que permanece unido en la comunión y en el servicio, y el que “tiene como fin extender más y más el Reino de Dios en la tierra”. Y la teología latinoamericana ha insistido en que no hay verdadero Pueblo de Dios más que cuando se da un pueblo configurado fundamentalmente por pobres que anuncian la realización del Reino de Dios en la tierra y que luchan contra la injusticia que impide su presencia eficaz.

Pues bien, el papa ha dicho que evocar al Pueblo de Dios es evocar el horizonte al que estamos invitados a mirar continuamente. Esto, según el pontífice, tiene significados e implicaciones muy decisivas para la vida cristiana. Veamos algunas de las consideraciones expuestas en su carta al cardenal Marc Armand Ouellet.

Francisco recuerda que todos ingresamos a la Iglesia como laicos y que el primer sacramento que sella para siempre nuestra identidad es el bautismo. Por este, y con la unción del Espíritu Santo, los fieles quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo. Esta es la primera y fundamental consagración. En consecuencia, la Iglesia no es una élite de sacerdotes, de consagrados, de obispos, sino que todos formamos el Pueblo de Dios. Y los pastores, agrega, están continuamente invitados a mirar, proteger, acompañar, sostener y servir. “Se es pastor de un pueblo, y al pueblo se le sirve desde dentro”.

Asimismo, comenta que no se puede reflexionar sobre el tema del laicado ignorando unas de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar: el clericalismo. El papa lo define como la tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de la gente. Como la actitud que lleva a la funcionalización de los laicos, tratándolos como “mandaderos”, y que coarta las iniciativas y esfuerzos para llevar la Buena Nueva a todos los ámbitos del quehacer social y, especialmente, el político. El clericalismo, recalca Francisco, lejos de impulsar los distintos aportes, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. “Olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios, y no solo a unos pocos elegidos e iluminados”.

Al referirse a la misión de los laicos, el obispo de Roma afirma que muchas veces se ha caído en la tentación de pensar que el “laico comprometido” es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis, y poco se ha reflexionado sobre cómo acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana. Sin darnos cuenta, lamenta el papa,

hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas “de los curas” y hemos […] descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos.

Qué bueno que el papa haya recordado la valoración teológica, el protagonismo eclesial y las funciones ministeriales del laicado, reconocidos y promovidos por el Concilio Vaticano II. Esa fue también la visión pastoral que cultivó sobre este tema el beato Óscar Romero. Él, dirigiéndose al Pueblo de Dios, proclamó e interpeló:

Lo más grandioso de la Iglesia son ustedes […] ¿Qué están haciendo bautizados en los campos de la política? ¿Dónde está su bautismo? [...] Dondequiera que haya un bautizado ahí hay Iglesia, ahí hay un profeta, ahí hay que decir algo en nombre de la verdad que ilumina las mentiras de la tierra. No seamos cobardes. No escondamos el talento que Dios nos ha dado desde el día de nuestro bautismo y vivamos de verdad la belleza y la responsabilidad de ser un pueblo profético.

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Anónimo
03/05/2016
18:24 pm
El pueblo de Dios lo componen los verdaderos hijos de Dios; aquellos que han aceptado a Jesucristo como su unico y verdadero salvador. No aquellos que se dicen llamar pueblo de Dios, pero que su confianza esta en los hombres y los idolos.
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Anónimo
03/05/2016
11:09 am
Es la hora que desaparescan las distinciones verticales y jerarquicas. Siempre ha sido la hora de los laicos.
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