Agitar para no cambiar

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Rodolfo Cardenal
17/06/2021

Una voz popular reclamó en el micrófono abierto de Radio YSUCA que, más que bitcóin, se necesita empleo, pensiones más elevadas y servicios públicos de calidad. La interpelación, cargada de resentimiento, solicitaba atender lo básico más que sorprender con improvisaciones. La observación apunta el peligro de que el continuo anuncio de novedades relegue indefinidamente lo fundamental. Simultáneamente, la prensa dio la razón al radiohablante al informar sobre la intervención del Ministerio de Obras Públicas en Mejicanos para recoger la basura acumulada durante días, que el alcalde del partido oficial había descuidado. Enseguida, lluvias torrenciales dejaron en evidencia el lamentable estado de la infraestructura urbana. Cuidar de lo básico no asombra tanto como las ocurrencias del presidente, pero mejora la calidad de vida de la población.

La política de las novedades crea la impresión de que el país cambia con Bukele. Sus innovaciones generan tal entusiasmo que sus seguidores dan por hecho lo que no es más que una idea o un proyecto de mediano plazo. Bukele encuentra “impresionante que varios de los proyectos viales más grandes de nuestra historia se estén realizando”. De hecho, no son los primeros ni son más gigantescos que los anteriores. La confusión entre idea y realidad, entre deseo y concreción, no es ausencia de sentido común, sino una artimaña para legitimar una gestión estatal muy similar a las anteriores. Las novedades presidenciales agitan para preservar lo de siempre como cambio.

Ni siquiera el bitcóin, la última ocurrencia, es tan extraordinaria como Bukele piensa. Entendidos como The Economist (13 de junio) lo consideran un medio de intercambio pobre y poco utilizado. Hoy en día, solo representa la cuarta parte del sinnúmero de criptomonedas en circulación. Algunas de ellas incluso han sido creadas para superar sus fallas: unas remedian su volatilidad, otras ofrecen más privacidad o pagos más baratos y rápidos. La superación de cada una de esas limitaciones implica la pérdida de uno de los atractivos del bitcóin. Adicionalmente, está mal equipado para adaptarse a los contratos inteligentes. Pese a todo ello, sigue siendo muy popular. En parte, por ser el primer instrumento de su clase y por la demanda como activo especulativo. Más allá de ser una más entre las de su clase, el bitcóin no aumentará las inversiones ni el ingreso general, tal como promete el mandatario. No es un medio para invertir, sino para especular, y la riqueza que genere tenderá, por su dinámica intrínseca, a concentrarse cada vez más.

Las novedades de Bukele parecen más asombrosas cuando atribuye su origen a un pueblo que ahora se siente tomado en cuenta. “Estamos haciendo cambios que el pueblo salvadoreño nos pidió”, afirmó convencido el 1 de junio. Pero se desconoce cuándo y cómo el pueblo le presentó esas solicitudes. Ciertamente, no le ha pedido el bitcóin. No se pide desde la ignorancia. Si la criptomoneda no es una petición popular ni es tan extraordinaria, su legalización obedece seguramente a intereses muy particulares, que se enriquecerán con desmesura a costa del país. Nada nuevo en la historia salvadoreña.

La identificación de Bukele con el pueblo otorga legitimidad a sus ocurrencias. Sin embargo, no se caracteriza por la cercanía con la gente. Guarda su distancia, no se mezcla. No le pregunta al comerciante informal o al campesino qué necesita. No se pasea por los mercados y las plazas ni visita los hospitales. No se identifica con el sufrimiento popular. Tampoco simpatiza con las víctimas del terrorismo de Estado, de las desapariciones y de la violencia social. En las contadas ocasiones en que tiene a bien ayudar a algún necesitado, lo hace calculadamente. No es cierto, por tanto, que, “por primera vez, el pueblo es el único poder fáctico terrenal al que el gobierno obedece”. Si así fuera, en lugar del bitcóin, Bukele ya habría elevado el salario mínimo y habría reducido el impuesto al valor agregado de la canasta básica y los medicamentos.

Tampoco es cierto que “garantizara que la gente tuviera alimento en su mesa” o que le facilitara dinero “para ayudar a sufragar los gastos familiares en la emergencia”. El alimento que dice haber puesto “impensablemente” en su mesa no ha suprimido el hambre,y el dinero repartido, también “impensablemente”, no ha elevado el ingreso de la mayoría de los hogares. Son ayudas coyunturales, sin duda necesarias, que preservan intacta la estructura social injusta y opresiva de siempre. La gente tiene más entereza. Acepta agradecida esas ayudas, sin desconocer la corrupción. Todos roban, sentencia la sabiduría popular, pero los de ahora al menos dan algo.

El mandatario se ha apropiado de la representación de la necesidad popular y de la interpretación de sus aspiraciones, con el aplauso incondicional de sus seguidores. Pero el pueblo es una realidad mucho mayor. Apelar a él para legitimar ocurrencias e intereses particulares vulnera la fuente misma de donde se deriva dicha legitimidad. Casa Presidencial no es la casa del pueblo. Al contrario, su inquilino prefiere fotografiarse con faranduleros, aventureros, surfistas y ricos.

 


* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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