Se afirma que cuando amamos, cuidamos; y cuando cuidamos, amamos. Es decir, el cuido es un elemento básico de la capacidad de amar. Para el psicoanalista Erich Fromm, este aspecto es especialmente evidente en el amor de una madre para su hijo. Ninguna declaración de amor por su parte —señala— nos parecería sincera si viéramos que descuida al niño, deja de alimentarlo, de bañarlo, de proporcionarle bienestar físico: creemos en su amor si vemos que cuida al niño. En consecuencia, en este plano de la mujer-madre, el amor se concibe como la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos.
Monseñor Romero, hablando del amor y ternura de las madres, decía: "Aun cuando se callaran todos los medios de comunicación, siempre quedaría un gran micrófono en el mundo: la madre cristiana (...) La madre es como el sacramento del amor de Dios. Dicen los árabes que Dios, como no lo podemos ver, hizo a la madre que podemos ver y en ella vemos a Dios, vemos el amor, vemos la ternura". Según este pensamiento de monseñor Romero, ser madre es más que una función biológica, es más que un rol. Es un modo de ser donde se unifica cuido y ternura; donde se funde cuerpo, psique y espíritu; es amor que humaniza. Por eso, termina llamándola "sacramento del amor de Dios".
Tenemos aquí una valoración de la mujer-madre, no una idealización que lleva a justificar o a reducir a la mujer a esa dimensión maternal, con toda la carga de sacrificio y negación de sí misma que suele implicar en una sociedad de corte patriarcal. En tal sentido, monseñor advierte que María, madre de Jesús de Nazaret, se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la alienación, sino que proclaman con ella que Dios ensalza a los humildes y, si es el caso, derriba a los potentados de sus tronos.
Pero, en todo caso, la valoración de la maternidad no debe pasar por alto el peligro de su idealización. Ignacio Martín-Baró, uno de los mártires de la UCA e impulsor de la psicología de la liberación, sostiene que a la madre se le atribuye una serie de características idealizadas: buena, santa, abnegada, bella, acogedora, fiel; es lo más sagrado e intocable. El mito de la madre —añade— idealiza y naturaliza el rol de la mujer como agente fundamental de transmisión de la misma ideología que la oprime y la deshumaniza. La imagen ideal de la madre encubre la realidad triste de la maternidad, socialmente desamparada y fruto no pocas veces de la ignorancia, el apremio y la necesidad.
Por otra parte, pero igualmente con un enfoque crítico de los roles atribuidos a los hombres y las mujeres, la teoría de género nos advierte de lo injusta que ha resultado para las mujeres la estructura patriarcal. Una de las mayores mentiras ideológicas de esa estructura es hacer pasar como natural algo que es esencialmente histórico. Así, por ejemplo, se propaga la creencia de que las mujeres son eternas madres y eternas amas de casa, por el hecho mismo de ser mujeres, es decir, por naturaleza. Y a esto se añade la idealización de ese tipo de roles cuando se alaban y se difunden calificativos tales como "reina del hogar", "madre sacrificada", la que "vive para los otros". De esa forma, la estructura social patriarcal que produce relaciones desiguales e injustas entre hombres y mujeres queda justificada, se convierte en un valor.
Ciertamente, es un acto de justicia valorar el amor materno, pero eso no quiere decir que la mujer solo se realiza siendo madre, impidiéndole descubrir otras opciones de vida en ámbitos como la política, el deporte, la economía, el arte, la literatura, etc.; campos en los que el hombre ha tenido preponderancia y a la mujer se le ha relegado o excluido. Cuando el Informe sobre Desarrollo Humano El Salvador 2010 plantea la necesidad de implementar un nuevo modelo de desarrollo centrado en la gente, da especial importancia a la equidad de género, no solo por razones de justicia social, sino también porque la plena incorporación de las mujeres volvería más fácil el esfuerzo del desarrollo. Se ha caído en la cuenta de que con los altos niveles de exclusión de las mujeres, el país se priva o desaprovecha los aportes de un sector mayoritario de la población. Esto sin olvidar que la contribución económica del trabajo doméstico no remunerado que realizan muchas mujeres representa un buen porcentaje del producto interno bruto.
Cuando reflexionamos sobre el amor materno, hay que poner juntos amor y ternura, valentía y entereza, desenmascaramiento de las ideologías justificadoras de exclusión y lucha contra la desigualdad de género. Porque una sociedad que discrimina y no valora la contribución de la mujer es una sociedad injusta, a la cual hay que transformar, entre otras cosas, con leyes y políticas públicas incluyentes.