Las elecciones presidenciales del próximo cuatro de febrero no son otras elecciones más en El Salvador porque están marcadas por la candidatura inconstitucional del presidente Bukele. Según todas las encuestas de acceso público, el mandatario será reelegido. Bukele y su círculo seguramente celebran eufóricos la inminente victoria. Sin embargo, lo que para ellos es astucia política, en realidad será la titulación de Nayib Bukele como dictador. De acuerdo con la RAE, dictador es la “persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyada en la fuerza, los ejerce sin limitación jurídica”. Si hasta ahora hay debates, poco fructíferos, sobre la clasificación de Bukele como dictador o no, la reelección no dejará lugar a dudas.
El presidente ha querido atribuir su potencial reelección exclusivamente a su popularidad; esto claramente es una farsa. La candidatura de Bukele es únicamente posible por una destitución y elección ilegal de la Sala de lo Constitucional. Para ello, el uso de la fuerza fue necesario. Efectivamente, fue la policía, y las armas que representa, la que escoltó a los magistrados inconstitucionalmente elegidos a la Corte Suprema de Justicia. En el mismo día, Bukele también colocó un fiscal general a su medida y a sus órdenes. En ese sentido, la reciente solicitud de Bukele en cadena nacional hacia el fiscal general de investigar a su propio gabinete es tan poco real como la nominación a premio nobel de física del padre del mandatario.
Como pueblo salvadoreño somos víctimas y cómplices. Víctimas porque la popularidad de Bukele está íntimamente vinculada con el malestar y descontento con la calidad de vida de los salvadoreños. La inseguridad, los problemas económicos, los casos de corrupción, etc. abrieron espacio para la elección constitucional de Bukele (en 2019) y de sus diputados (en 2021). Víctimas porque ante tantos problemas de seguridad somos capaces de aceptar cualquier cambio, sin importar los medios. Somos cómplices porque en nombre de ese descontento hemos aceptado detenciones arbitrarias y torturas en nuestras prisiones. Cómplices porque es más fácil asegurar que “el que nada debe nada teme” que exigirle al mandatario y las instituciones responsables que liberen a los inocentes. Cómplices porque para indignarnos ante las torturas en las prisiones tenemos que aclarar que únicamente hablamos de los inocentes. Cómplices porque seguimos sembrando odio con la esperanza de que milagrosamente cosechemos algo distinto. Cómplices porque no cuestionamos por qué los cambios, si son tan buenos y permanentes, dependen de la continuidad de un mismo mandatario en el poder. Cómplices porque esta historia ya la vivimos. Es cierto, Bukele es diferente a “los mismos de siempre” porque se parece mucho más a los gobiernos militares anteriores a los Acuerdos de Paz; regímenes que sumieron al país en la guerra civil.
Más allá de la seguridad, Bukele tiene pocos argumentos, aunque confunda su popularidad con una buena gestión presidencial. El problema económico los supera intelectual y materialmente a él y a su gabinete (oficial y en funciones), a pesar de que controlan todos los órganos del Estado. Ni la propaganda, ni la fuerza, las dos principales herramientas del gobierno, sirven para solucionar la situación económica del país. Los problemas tienen raíces que van más allá de su mandato, pero, lejos de proponer soluciones, los ha profundizado. Sin dar acceso a prensa, como buen candidato a dictador, Bukele no se ve obligado a dar explicaciones ni planes para atender el que se ha convertido en el problema principal de los salvadoreños. En los soliloquios presidenciales de redes sociales únicamente se leen fantasías propias de un mandatario alejado de la realidad de su pueblo. Las luces led tratan de disimular el poco desarrollo de El Salvador, pero cuando las luces se apagan, el hambre persiste.
En suma, todo indica que el próximo 4 de febrero Bukele celebrará la reelección de su mandato, ajeno a que con ello sella su paso a la historia como dictador. La familia Bukele tuvo la oportunidad de realizar una transformación real y profunda en El Salvador, una transformación que cambiara la causa estructural de la violencia y no únicamente su expresión más inmediata. Prefirieron la acumulación de poder que demanda atención absoluta y que se sustenta en su popularidad y en la fuerza. Cuando se acabe la popularidad, como todo efímero, al candidato a dictador solo le quedará la fuerza.
* Armando Álvarez, académico del Departamento de Economía.