Si el bitcóin atrae divisas, inversiones y turismo, “genera multiplicación del dinero” y otros “muchos beneficios y será una de las tantas cosas que nos ayudará a sacar adelante al país”, ¿por qué nadie más lo ha adoptado hasta ahora como moneda de curso legal? ¿Será que ningún mandatario es tan visionario como el salvadoreño o que no están interesados en que sus pueblos gocen de sus muchos beneficios? ¿Son tan torpes o egoístas que prefieren mantener a sus pueblos sumidos en la miseria cuando bien podrían aumentar la circulación del dinero? ¿Será que la banca internacional y las bolsas son tan cortas que no alcanzan a ver las innumerables ventajas del bitcóin o será que son tan codiciosas que se las quedan para ellas? Si los beneficios del bitcóin son tantos y tan extraordinarios, es insensato no convertirlo en moneda nacional.
El bitcóin, según la narrativa presidencial, es la llave para ingresar en el reino de la abundancia. No solo se satisfarán las necesidades básicas de la población, sino también sus caprichos: la disponibilidad de dinero disparará el consumo y las ganancias del comercio crecerán como espuma. También la recaudación fiscal. “Al final, todos van a ver los beneficios una vez esto empiece a funcionar”. “Millones de salvadoreños van a ser beneficiados”. Así como parece difícil poner resistencia a tanto portento, es también difícil concebir que eso sea posible con la simple adopción del bitcóin.
Algo sórdido encierra la criptomoneda. Su principal promotor dice que “no le estamos mintiendo a los salvadoreños”, pero obvia que el capitalismo financiero, en su salvajismo, no contempla la distribución equitativa de la riqueza. Al contrario, la concentra cada vez más. Una criptomoneda especulativa, creada para aumentar la ferocidad capitalista, no puede, por definición, beneficiar a “millones de salvadoreños”. Más bien, como denuncia el papa Francisco, “los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente”. Y agrega, acusadoramente: “Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas”.
La información sobre la criptomoneda es fragmentada e incompleta, contradictoria y confusa. Cuando Bukele y su ministro de Hacienda intervienen para aclarar o ampliar, la confusión es mayor. El embuste es mayúsculo. La transferencia de las remesas, “una de las razones por las que hicimos la ley bitcóin”, no será gratuita. En el capitalismo, nada es gratuito. Los datos indican que la remesa será más cara, lo cual tiene más sentido para la lógica de acumulación capitalista. Tampoco será de libre uso, tal como justificaron los diputados oficialistas, mientras su jefe, en inglés y a un auditorio extranjero, anunciaba que sería obligatorio. Así lo aprobaron aquellos, aunque ahora lo niegan. La retórica presidencial anuncia como éxito anticipado la llegada de inversionistas, que “poseen capital en bitcóin”, y de turistas, atraídos “porque somos el único país del mundo que [lo tiene] como moneda de curso legal”. No son más que especuladores y, seguramente, algunos facinerosos, deseosos de aprovechar la oportunidad para hacer dinero. El reino de jauja está reservado a pocos.
Bukele ha debido intervenir para intentar apaciguar el revuelo. Ha asegurado que “en ningún momento va a afectar a nadie”, “ningún salvadoreño está obligado a recibir bitcóin”, “nadie recibirá bitcóin si no quiere”, “es una opción”. Y no será utilizado con fines contables. Entonces, si “los comercios están obligados a aceptar bitcóin, pero no a recibirlos”, ¿qué sentido tiene imponer la criptomoneda? Lo más probable es que alguien del círculo de los Bukele haga mucho dinero con el periplo dólares-bitcóin-dólares. La última ocurrencia presidencial afectará negativamente a bastantes, mientras los operadores de las transacciones se enriquecerán.
Los silencios, las omisiones y las contradicciones no presagian nada bueno. Bukele y sus funcionarios pasan verdaderos apuros cuando venden la criptomoneda. Eso a pesar de ser, supuestamente, “una ley sencilla, que no tiene nada escondido y es fácil de entender”. Desestiman la “mucha incertidumbre y confusión, algunas dudas” como algo normal, dado que “se quiere aplicar algo nuevo e innovador”. “Esta es una ley que nos abre al mundo; que nos pone en los ojos del mundo por algo bueno e innovador”. Si así fuera, ¿por qué los perturban tanto los cuestionamientos?
La promesa de riqueza fácil y abundante es como el canto de las sirenas, que atrae a los navegantes incautos a los rompientes y a la muerte. Ante el ensimismamiento de la humanidad, el papa Francisco avisa que, “así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata”. Y agrega: “El dinero es el estiércol del diablo”.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.