El hecho es evidente. Donde hay cohesión social, la violencia y el delito disminuyen drásticamente. Comunidades del norte de Chalatenango o de Morazán, donde la cohesión se ha fraguado en medio de la guerra civil, del destierro en los campos de refugiados, del esfuerzo para mejorar el desarrollo del conjunto, y donde simultáneamente se ha invertido en la gente, aunque haya sido a través de la Iglesia o de las ONG, la seguridad es mucho mayor que en los barrios suburbanos de aluvión. Efectivamente, los barrios formados con migrantes internos de diversos lugares, maltratados laboralmente, sin servicios adecuados, presionados por un consumismo individualista, tienen índices de violencia que en ocasiones llegan a ser extremos. La pregunta en esas circunstancias de barriada es ¿cómo desarrollar la cohesión social?
La primera dificultad reside en que la sociedad salvadoreña, en general, está más organizada desde el egoísmo individual y desde la desigualdad provocada por este que desde la solidaridad. Reconstruir el tejido social, como dicen los expertos, es difícil cuando la solidaridad hace tiempo que se ha roto y cuando los liderazgos económicos y políticos se han dedicado más a manipular a la gente en beneficio propio que a servirla y alentarla. Incluso algunas Iglesias, predicando un evangelio de la salvación individual y de la projimidad del pequeño grupo, excluyente, alejado y alienado de la historia, contribuyen más a la rotura del entramado solidario indispensable para la seguridad. Establecido en la sociedad el dominio del más fuerte e impuesta la dispersión individualizada de las personas, no es raro que surjan liderazgos de barriada en los que la manipulación de las personas, la opresión y la violencia sean los mecanismos de dominio.
Los ejemplos de superación de la violencia vienen siempre desde el desarrollo comunitario. Aunque no nos sirva de ejemplo, es interesante recordar a las autodefensas de México contra la plaga del narcotráfico. Al final, es la propia fuerza de la comunidad que responde a un desafío la que se impone. Y la que comienza a establecer una serie de normas, y a exigirlas, para controlar la situación. Controlar la entrada de desconocidos al pueblo, prohibir el uso de vidrios polarizados en los vehículos, eliminar la portación de armas e incluso suprimir la propaganda política cuando se constata que divide a la comunidad son medidas de algunas poblaciones de México que han logrado una mayor seguridad desde la organización ciudadana. El cansancio de los habitantes, sus vínculos permanentes de amistad y de familia, el interés y la preocupación común, generaron formas de autodefensa que en cierto modo han dado resultado.
En El Salvador, el camino de la seguridad debe recorrer modos de organización y solidaridad diferentes. Pero debe apoyarse en el desarrollo comunitario. Y para ello es indispensable un intenso diálogo en y con las comunidades. Es necesario hacerse preguntas junto con la gente y buscar respuestas a cuestiones como qué puede unirnos; cuáles son los intereses comunes; quiénes son las personas que infunden confianza en la comunidad; cuáles son los vínculos, los lugares de encuentro, los problemas y las posibilidades comunitarias. De parte del Estado es necesario escuchar, colaborar, buscar las formas más armónicas de caminar en conjunto con todos, lograr acuerdos e invertir en los mismos. La Policía comunitaria puede ser un buen avance. Pero no son solo ellos los que reconstruyen el tejido social. Los liderazgos positivos de las comunidades deben ser potenciados con diversos programas, sean deportivos, educativos, artísticos o productivos.
Necesitamos seguridad, pero también reflexionar en por qué no la tenemos. El desarraigo, la ruptura familiar, las graves dificultades económicas, el consumismo, el estrés de una vida cotidiana rodeada de inseguridad y vulnerabilidad, la incertidumbre del futuro para los jóvenes son factores que deben compensarse. La educación, el deporte, el trabajo con salario digno, el arte, la religión, la fiesta son caminos de superación de las frustraciones y sinsabores de la vida. Despertar liderazgos, apoyar experiencias, abrirse a la justicia social, fortalecer sistemáticamente los servicios y la calidad de las redes de protección social en los barrios es indispensable para lograr la tan ansiada paz con justicia y desarrollo. Cuando se acercan las elecciones municipales, este tema debe ser debatido con unas propuestas claras, un diálogo permanente con la gente y unos acuerdos básicos de colaboración entre los contendientes, gane el partido que gane. De lo contrario, puede ser que llegue el día, y más pronto de lo que se espera, que las propias comunidades impidan a los políticos entrar en sus barriadas. No es lo ideal, pero tampoco es justo que los políticos pasen indiferentes de hecho ante la problemática de la inseguridad ciudadana.