Sí, la esperanza llegó con Él; y no es en referencia a Barack Obama, presidente electo de Estados Unidos, quien prometió muchos cambios en su campaña electoral, por ello cabe la pregunta: ¿los cumplirá? Porque si sus promesas se cumplen, entonces ya podemos sentirnos esperanzadas y esperanzados, del final de una era de intimidaciones, de guerra, de violencia, de invasiones injustas a otras naciones y de flagrantes violaciones a los derechos humanos, todo ello cometido por la administración Bush.
Obama puede ser un signo de esperanza, si logra que no se den más violaciones a los derechos civiles en su país, paz y tolerancia mundial, justicia social, auténtica democracia, no injerencia de su país en los asuntos internos de otros, no violación a los derechos humanos en ninguna parte del mundo, no más invasiones injustas a pueblos soberanos, cierre del campo de concentración de Guantánamo, no más apoyo militar al gobierno de Israel, fin del injusto bloqueo a Cuba, relaciones justas con todos los países, no más apoyo a gobiernos de corte neofascista, retiro inmediato de las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán, no aplicación unilateral de sus decisiones a terceros países que difieran de sus políticas.
Pero aun si todo esto se cumple, si se logra una mayor justicia social y auténtica democracia durante la administración Obama; no es en un hombre en quien podemos decir que con él llegó la esperanza plena, pues él es un hombre más.
Sí, la esperanza llegó con Él; y no es en referencia a "Santa Claus", que nada tiene que ver con nuestra idiosincrasia, sino que es una figura importada, como otras tantas importaciones que tenemos en nuestra cultura. Es más bien un personaje impuesto por los medios masivos de comunicación, controlados por el gran capital, que nos han presentado una figura de alguien que nada tiene que ver con nuestra realidad, sino más bien, que nos aliena y nos presenta un estilo de vida fantasioso e irresponsable.
Pero aun si con la llegada de Santa Claus, obtenemos muchas cosas materiales que estábamos deseando, que anhelábamos y en ellas poníamos nuestra felicidad; no es en una figura mítica, cargada de fantasía y de gran falsedad, en quien ponemos nuestra esperanza, pues él no deja de ser alguien irreal.
Sí, la esperanza llegó con Él; y no es en referencia al comercio, que en esta época navideña es de de despilfarro; las tiendas se visten de gala y ofrecen sus más atractivos y seductores productos, que una minoría de personas pueden adquirir, pero muchas otras no tienen la posibilidad de obtener y hay quienes, que por opción personal, prefieren quedarse al margen de ese consumismo exacerbado.
Pero aun si con la llegada del comercio, que llena nuestras falsas necesidades, haciéndonos creer que somos felices por haber obtenido un bien material que estábamos esperando, por gozar de aquello que habíamos esperado durante tiempo atrás; no es en lo comercial que ponemos nuestra esperanza, pues no deja de ser algo superfluo y pasajero.
¿Entonces qué nos queda si nuestra esperanza no está en un hombre, en una fantasía o en un intercambio comercial? Nos queda la única verdad, en donde no hay engaños, en el Hijo de Dios, que ha nacido para quedarse en medio de nosotras/os.
Sí, la esperanza llegó con Él. Y esperanza no es sinónimo de magia, sino de misterio, en donde se vuelven realidad las utopías, los anhelos, los sueños escondidos que no nos atrevemos a desvelar y deambulan nerviosamente en nuestro interior. Esperanza es entonces la fe que ponemos en la fuerza redentora, en el espíritu de vida, de amor, de paz, que se asienta en los cimientos de nuestro corazón; en otras palabras, en el Dios que nos habita, porque un día decidió hacer su morada en nuestro santuario interior.
Es con el nacimiento de Jesús que nos llegó la plena esperanza, pues su venida fue para restaurar este mundo carcomido por el odio y la violencia, por la venganza y la injusticia, por el hambre y la miseria, por el egoísmo y la indiferencia, y por el afán exacerbado del tener, a costa del sufrimiento de las grandes mayorías.
Si Jesús viene a mi vida, si celebro su nacimiento en esta Navidad, no puedo quedarme indiferente ante la realidad que me rodea: niñas y niños en las calles padeciendo hambre y explotación, mendigos que deambulan por las ciudades en busca de pan, ancianas y ancianos olvidados por no ser ya una fuerza de producción, salarios injustos a quienes cumplen con largas jornadas de trabajo, gobiernos corruptos que no cumplen con la obligación de servicio para la que fueron elegidos, sistema neoliberal que va causando hambre, miseria y explotación. Si ante todo esto me sitúo con indiferencia, no puedo decir que estoy celebrando la verdadera Navidad.
Jesús de Nazaret, es el Dios que se encarnó en una historia concreta, naciendo y viviendo como uno más, de las/os más marginadas/os de su tiempo; es el Dios que vino a rescatar a su pueblo de todo cuanto le oprimía, de todo cuanto le impedía la felicidad plena; es el Dios de la compasión y la misericordia que le llevó a perdonar a sus propios verdugos; es el Dios de la solidaridad que no resistió la indiferencia ante las necesidades de las y los más pobres por quienes se decían seguidores y hasta representantes de Dios; es el Dios con nosotras y nosotros caminando a nuestro lado y optando preferencialmente por lo débil, lo frágil, lo pequeño, lo marginado, lo despreciado.
Con Él llegó la esperanza porque nos abre a la realidad, a ese mundo que tratan de ocultar quienes temen ser descubiertos en sus maquiavélicos planes, esos que se aprovechan del pobre y desvalido, sometiéndole a una vida miserable y de exclusión de los bienes de la creación. Él nos invita a echar una mirada, en lo esencial, en lo que parece invisible a los ojos y por ello sólo se puede ver desde el corazón: a quienes necesitan ser rescatados y reconstruidos; a quienes esperan una mirada de amor y ternura para recomenzar el camino y sentirse dignamente incluidos en el proyecto amoroso de Dios, que está abierto para todas y todos; a quienes esperan una justicia evangélica cuando sus derechos más elementales han sido pisoteados; a quienes por largo tiempo se les ha condenado y nos se les ha hecho merecedores del amor y la misericordia del único que lleva consigo el perdón verdadero.
Hoy has nacido en mi corazón Jesús de Nazaret, porque has traído una luz que ilumina mi vida, una luz que me desinstala, que me saca de mi entorno y me permite ver un horizonte más lejano, en donde existen hermanas y hermanos que esperan por mí, clamando solidaridad para que yo salga de mi indiferencia. Si voy a ellas y ellos, como tú viniste un día a encarnarte en esta historia, entonces ya puedo llamarme, con toda honradez tu seguidor, tu seguidora. Pero si me quedo indiferente, entonces no puedo decir que has nacido en mí, porque la esperanza de muchas personas quedará truncada con mi indiferencia.
Con Él llegó la esperanza, y yo soy continuación de ella, porque si no sigo sus pasos, si no me encarno en esta historia para transformarla, estaré perpetuando el romanticismo que se ha venido estableciendo a través de los medios de comunicación, a través de prácticas religiosas alienantes, de un hecho acaecido hace unos dos mil años: el Dios que se hizo Hombre y se encarnó en la historia de la humanidad para rescatarla.