La última encuesta del Iudop indica que el 67.9 % de la población tiene una gran esperanza de que el país mejore con la gestión del presidente Bukele, y le endosa un 61.4% de confianza. Sin embargo, solo el 16.7% cree que cumplirá todas sus promesas de campaña y hay un 47.1% que se siente distante o muy distante del mandatario. Este porcentaje podría haber aumentado en estos primeros días de su gestión debido al despido de empleados públicos y a la falta de claridad y certidumbre acerca de las políticas públicas a implementar. En general, todos queremos que al país le vaya bien, pero no hay que ser ingenuos: la cara mostrada por Bukele en los primeros días de gestión y el traslado del debate político a la arena de Twitter —donde él se mueve como un delfín— generan preocupación de que se pueda caer en el cierre de la política en su pluralidad. En vista de ello, es bueno recordar a Karl Jaspers para comprender el concepto de masa y a Hannah Arendt para entender la amenaza de la reducción o cierre de los espacios políticos.
Jaspers afirma que el hombre se mueve entre el estado de pueblo —con arraigo a la comunidad y consciente de sí mismo en su manera de pensar y vivir— y el de masa —sin arraigo y sin conciencia de mismo—. Según Jaspers, el aparecimiento de la técnica (la televisión y la radio de su época) destruye en las personas el concepto de comunidad y las convierte en “hombre del mundo”, sin arraigo y, por lo tanto, expuesto a la manipulación de la propaganda y la sugestión. En la condición de masa, el hombre se siente impulsado a lo universal, a la moda, al cine, a vivir el corto plazo y sin interés por la memoria histórica, a la intensificación del trabajo sin sentido, etc. El peligro de convertirnos en masa lo describe Jaspers como sigue: “Las masas como tales no son una persona, no saben ni quieren nada, carecen de contenido y son simplemente instrumento para quien adula sus pasiones y sus impulsos psicológicos”. Asimismo, dice que las masas parecen adquirir voluntad cuando se las despierta y guía mediante la propaganda, y que “necesitan ideas y consignas, y es preciso decirles lo que quieren”.
El presidente Bukele desarrolla su acción política desde Twitter y, dentro de la red social no necesita de la prensa escrita, ni de la radio, ni de la TV. Tiene una masa que le celebra cada tuit y que aplaude sus acciones que apelan a la emoción colectiva, como el anuncio de la construcción de un puente en tiempo exprés y la contratación de un joven de recursos económicos limitados. Sin duda, Bukele apela a “adular las pasiones e impulsos psicológicos de la masa”, como diría Jaspers; da ideas y frases simplificadas (“devuelvan lo robado” o “los mismos de siempre”), y no dialoga con los que piensan distinto ni concede entrevistas a periodistas. En Twitter, son pocos los que comentan con pensamientos contrarios en un hilo de Bukele, ya que corren el peligro de que la santa inquisición cibernética de la masa les caiga encima.
Jaspers dice que son tres los instrumentos que guían la actuación del líder de la masa: la descalificación verbal de la ideología del contrario, la simplificación de los argumentos y el uso intenso de la negatividad (es decir, los problemas los ocasionan otros). Todo ello se ajusta a la acción política que desarrolla Bukele en Twitter. Jaspers concluye con una frase preocupante a la que deberíamos poner atención: “Las masas pueden perder fácilmente los estribos, despeñarse en el frenesí del mero cambio, seguir al cazador de ratas que las lleve al infierno”.
Por otra parte, para Hannah Arendt, la pluralidad en el ámbito político no consiste simplemente en que haya diversidad de actores, sino que tiene un significado más profundo: el de distinción. Para que la acción sea política debe estar acompañada de un discurso que revele individualidad, es decir, identidad, algo que distinga a unos de otros. Si políticamente somos uniformes en el pensar y en el actuar (como las masas), se termina la pluralidad en el mundo común de la lucha política y, por consiguiente, se termina la política. Dice Arendt: “Lo público indica, al mismo tiempo, mundo común, entendido como comunidad de cosas, que nos une, agrupa y separa, a través de relaciones que no supongan la fusión [...] La condición indispensable de la política es la irreductible pluralidad que queda expresada en el hecho de que somos alguien y no algo”.
Para Arendt, el espacio público para el debate político se caracteriza más por la competencia que por la cooperación (y esto es sano para la democracia), y en este espacio se singulariza a los que participan separándolos de los demás. Así, en la medida en que las personas pasan a ser parte de la masa, se pierde la distinción y, con ello, la pluralidad, lo que al final termina con la política. La distinción la da el discurso propio, no el impuesto por el líder de la masa. Así las cosas, lo importante es que el cruce de ideas en Twitter sea de conflicto, no de absorción y sumisión al pensamiento dominante.
* Willian Marroquín, coordinador de Tecnologías de Información y Comunicación.