El régimen insiste cansinamente en atribuir sus tropiezos a los “poderes fácticos”, a sus “financistas” y a los partidos de la guerra, Arena y el FMLN. La trilogía se ha convertido en una especie de mantra, que explicaría las tribulaciones de Bukele. Parece abarcarlo todo, pero, en la práctica, carece de contenido. A juzgar por su intenso bombardeo, la identificación y la neutralización de esos “poderes fácticos” es imperiosa. Pero eso no ha ocurrido, pese a su perversidad y su nocividad. Por consiguiente, su actividad destructiva continúa imparable. ¿Tolerancia, negligencia o incompetencia? Las decenas de miles de detenidos no han alcanzado a esos poderes, que aún gozan de libertad. Poco uso ha dado el ministro de defensa a la tecnología recién adquirida, con la cual librará “lo mejor de la guerra contra las pandillas”, pero no contra “los poderes fácticos”, que gozan de buena salud.
La contradicción solo tiene sentido si estos son una simple creación de la retórica presidencial. La construcción es muy útil, porque excusa la incompetencia gubernamental. Si esos poderes no operaran, la prosperidad sería realidad. Ellos impiden a Bukele cumplir sus promesas. Sin embargo, en la medida en que la retórica oficial les atribuye una fuerza y una maldad muy superiores a las de este, lo disminuye, debilitado por la impotencia y la torpeza. “Los financistas”, también desconocidos y tenebrosos, hacen posible la operatividad de esos poderes. Ahora bien, si saben, tal como aseguran desde el gabinete de seguridad, de dónde proviene el financiamiento, ¿por qué no lo han cortado? ¿Por qué no han perseguido a los financistas por traición al pueblo, tal como los acusa el vicepresidente? Si los conocen y no actúan, ellos también son cómplices. Si no los conocen, mienten y han dejado al régimen a merced de sus enemigos más feroces.
Un adversario fuerte, oscuro y funesto esconde creíblemente la incompetencia. Uno de los miembros del gabinete de seguridad lo ha expresado con sorprendente claridad, al desechar las crecientes denuncias de las detenciones arbitrarias. “Quieren seguir generando el cuento que hay capturas arbitrarias. Sabemos de dónde viene el financiamiento. Pero nos debemos a la población. No tenemos tiempo para poner atención a los opositores”. Además de contradecir al vicepresidente, que sí acepta esa clase de detenciones, el funcionario admite que no tienen tiempo para identificar y neutralizar a la fuente de financiamiento de “los poderes fácticos”. Dicho de otra manera, se ensañan con las pandillas y sus familiares, y dejan en la impunidad al poder que supuestamente entorpece el desarrollo de sus planes.
Si Arena y el FMLN aún retienen capacidad operativa como para desestabilizar al régimen de Bukele, también pueden disputarle el poder en las próximas elecciones. En realidad, los dos están agotados, pero son muy necesarios para cargar sobre ellos la responsabilidad de los desatinos gubernamentales. Gobernaron tan mal, robaron tanto y fueron tan libertinos y corruptos que, ahora, Bukele a duras penas puede enderezar el país. Sin embargo, no hay que confundir a estos partidos con “los poderes fácticos” y sus financistas. No tienen fuerza ni dinero. Están tan debilitados que ni siquiera han explotado el potencial que Bukele les atribuye para hacer una oposición eficaz. Su contribución es de otro tipo. Su simple mención provoca el rechazo visceral de los seguidores de Bukele. Y eso es suficiente para librarlo de todo mal.
Este es el verdadero “cuento”. Bukele necesita el cuento y vive del cuento, hasta ahora bastante cómodamente. Ha fabulado un enemigo poderoso, temible y creíble, al cual le atribuye los desaciertos, las torpezas y la incapacidad de su gestión. Incluso el alcance de la excepción, su última gran ocurrencia, después del plan de control territorial, se queda corta por culpa de ese enemigo. Al menos eso dicen los ministros del gabinete de seguridad. El almirante da por hecho que “lo que estamos haciendo ha dado resultados enormes”, pero al mismo tiempo ha observado que “estos delincuentes se están enfrentado militarmente a las autoridades”. En conclusión, en sus planes no figura poner fin a la excepción, porque “propiciaría un retroceso de los avances y permitiría la reorganización de los terroristas”. Entonces, las posiciones militares conquistadas no están todavía aseguradas ni los avances son tan significativos. Calificar las escaramuzas como enfrentamientos es incorrecto. Quizás al almirante se le escapan los detalles del ejército de tierra. Si fueran enfrentamientos, las bajas de ambos lados serían mucho más elevadas. No pueden esperar otra cosa en la “guerra de gran magnitud” del vicepresidente.
La excepción es parte del “cuento”. Esconde la ausencia de inteligencia e investigación policial y de acción fiscal; la opción militar y la carencia de políticas de bienestar social. El desafío no es militar, sino social, aunque con una brutal componente violenta. El régimen no ha encontrado mejor respuesta que la represión masiva e indiscriminada, y el terror. Triste desenlace para un Bukele con cartel de reformador e innovador.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.