El 26 de noviembre de 1885, el general Francisco Menéndez disolvió la Asamblea Constituyente y proclamó la dictadura como forma de gobierno. Menéndez se convirtió en presidente provisional de El Salvador luego de haber derrocado a Rafael Zaldívar en mayo de ese mismo año. Al general Menéndez no le gustaba la oposición política. En los considerandos del decreto en el que se autoproclamó dictador, sostuvo que su “prudencia y espíritu de tolerancia” habían llegado al extremo, pero que se había abstenido de “recurrir a medidas violentas, reclamadas por el mismo sentimiento público”. Él esperaba una Constitución redactada a su medida. Probablemente aún ebrio de la emoción que le había provocado su “revolución de mayo”, pensaba que podía manipular a cualquiera y recetarse un cuerpo normativo con los límites que él mismo considerara convenientes. Menéndez acabó mal. El 22 de junio de 1890 fue derrocado por un grupo opositor. Falleció ese mismo día. A lo mejor no aprendió a gobernar sus emociones. Tampoco hizo mucho por El Salvador.
En El Salvador tenemos muchos ejemplos de autoritarismos y dictaduras como la de Menéndez, pero también de acciones democráticas que han buscado, ante los conflictos y las crisis, soluciones dialogadas y negociadas. Un ejemplo ayuda a observar lo anterior. En la etapa final del conflicto armado, en 1988, algunos sectores consideraban que el diálogo nacional era una prioridad insoslayable. El arzobispo de San Salvador, monseñor Arturo Rivera y Damas, presentó una propuesta para someter a un debate público y abierto la búsqueda de la paz. El 17 de junio de ese año, convocó oficialmente a diversas fuerzas sociales al Debate Nacional por la Paz. Rivera y Damas aclaró que el Debate era “una iniciativa eclesial inspirada en una preocupación netamente pastoral” ante un país “dividido y roto”. En síntesis, los propósitos del Debate eran los siguientes: (1) búsqueda de amplio consenso, (2) diálogo sin polarización y (3) presentar propuestas para finalizar la guerra.
La mayor parte de los convocados aceptó participar en el Debate; también hubo oposición, pero la iniciativa por encontrar soluciones democráticas se sobrepuso a la lógica de la violencia en la guerra. El 3 y 4 de septiembre de 1988 se desarrolló la asamblea pública con delegados de 60 fuerzas sociales. Se redactó un documento final, en el que se resumieron las propuestas y se presentaron en forma de tesis. Luego, el Debate Nacional por la Paz se transformó en Comité Permanente del Debate Nacional, que convocó a una manifestación para el 4 de marzo de 1989. Al entonces rector de la UCA, Ignacio Ellacuría, le pidieron que pronunciara un discurso, en la plaza Libertad, al finalizar la manifestación.
En diario El Mundo se informó que a la marcha habían asistido alrededor de 35 mil personas de las diferentes fuerzas sociales. Al pie del monumento que está ubicado al centro de la plaza, Ellacuría se dirigió al público. En el periódico El Universitario, de la Universidad de El Salvador, se trascribieron algunas de las palabras pronunciadas por el rector, que expresaban un alto grado de optimismo por todo lo que se había logrado hasta ese momento para conseguir la paz. “Nunca hemos estado tan cerca de la paz”, dijo Ellacuría, y agregó: “No podemos dejar pasar esta oportunidad […] se vuelve necesario esforzarnos por exigirles a todos que cumplan con lo que están afirmando”.
Asimismo, advirtió que el proceso de paz “viene fundamentalmente del pueblo salvadoreño, viene de los 60 mil, 80 mil mártires del pueblo, viene de los sindicalistas y campesinos asesinados, viene de los estudiantes y profesionales asesinados, viene de los curas y los obispos y las monjas asesinadas, y ese mensaje de muerte se está convirtiendo hoy en un mensaje de vida, y si todo el pueblo dice paz con justicia social, vendrá la paz, pase lo que pase”. En un editorial fechado el 30 de septiembre de 1988 y publicado en la revista ECA, Ellacuría manifestó que el Debate había sido, además de importante, el factor “más nuevo y dinámico del proceso socio-político”. También sostuvo que el Debate había demostrado que el diálogo y la negociación eran urgentes y necesarios para resolver el conflicto.
El Salvador ha sido un ejemplo a nivel global en resolución de crisis por medio del diálogo y la negociación. El conflicto armado concluyó luego de un amplio y complejo proceso negociador. Más allá de los intríngulis del acuerdo firmado en 1992, no puede olvidarse que los mecanismos democráticos siempre son los más exitosos para alcanzar pactos y superar las crisis. Y para saber qué es el diálogo no debemos ser expertos en ninguna ciencia, basta con comprender que es una forma de buscar consensos y propuestas de forma conjunta. Cada sociedad es diversa y compleja. Habrá oposiciones siempre, pero en la medida en que se encuentren soluciones mediante el diálogo se ayudará a oxigenar la democracia y a resolver las crisis con el consenso y la seriedad debida.
Las fiebres y las pasiones políticas en este momento de emergencia por el coronavirus no deben socavar la democracia. En la actual y en futuras coyunturas de crisis, la oposición política debe ser un actor importante en el diálogo. No se debe aislar o intentar anular al primer órgano del Estado. No deben desconocerse ni dejar de cumplirse las sentencias emanadas del órgano judicial. De todo eso ya tuvimos bastante en años anteriores. Se sigue haciendo más de lo mismo, aunque en los discursos se sostenga lo contrario. Las dictaduras, las doctrinas de pensamiento único y otro tipo de mecanismos autoritarios no deben sobreponerse a la democracia y a las libertades fundamentales. Sin diálogo directo y abierto no habrá manera de salir adelante en las crisis; tampoco serán serias y del todo reales las soluciones propuestas. Medidas autoritarias, populistas y electoreras no son favorables para el “pueblo” que se dice defender.
* Óscar Meléndez Ramírez, investigador y jefe de Acervos Históricos de la Biblioteca “P. Florentino Idoate, S.J.”