De grandes acuerdos a simples recuerdos

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Benjamín Cuéllar
11/04/2012

Hoy que acabó la Semana Santa, en Casa Presidencial se alistan para abrirle las puertas a las "fuerzas vivas" del país a fin de lograr otro gran pacto nacional. Ese es el mensaje que ha repetido Mauricio Funes desde que reapareció. Se trata, sostiene, de atacar las causas estructurales de la inseguridad y la violencia, uniendo "todas las voluntades del país, para construir una sociedad con oportunidades para todos". A veinte años del fin de la guerra y a veintidós del Acuerdo de Ginebra, el Gobierno está realizando un enésimo intento por hacer valer —desde sus intereses y cálculos— uno de los cuatro componentes planteados en ese documento esencial.

¿Cuántas veces ha llamado Funes a la unidad nacional sin obtener resultados? Lo hizo en su campaña proselitista y cuando tomó posesión del cargo que ocupa. El 1 de junio de 2009, henchido el pecho con la banda encima, habló de una "unión fruto de la pacificación de los espíritus, del optimismo creativo y realizador de la armonización democrática, de las diferencias y del compromiso colectivo de construir una nueva nación, sin odio y sin resentimiento". Quizás porque se trata de eso, en los casi tres años que lleva en la Presidencia de la República no lo ha conseguido.

En aquel entonces, también apeló a la "unión en torno de un proyecto de desarrollo nacional que tiene como base la inclusión social, la ampliación de las oportunidades". Y hoy vuelve a hablar de lo mismo para alejar del crimen a los más de sesenta mil integrantes de maras y pandillas, según cálculos de algunos funcionarios, o cien mil, como dijeron en un comunicado los líderes encarcelados. Si a esa cantidad se suman los familiares de los pandilleros, no es poco de lo que se está hablando. Para que funcione, la ejecución del proyecto requerirá de una enorme inversión económica en políticas públicas que eleven el nivel de desarrollo humano de la membresía de estos grupos y del resto de las mayorías populares, que obviamente no son parte de las maras y pandillas, a pesar de sobrevivir en condiciones sumamente difíciles.

Diecisiete días después de su investidura, al presentar su Plan Global Anticrisis, Funes dijo que había recibido un mandato del pueblo: debía "constituir un Gobierno fuerte, que trabaje en estrecha colaboración con todas las fuerzas vivas del país [...] un Gobierno de unidad nacional capaz de asumir los grandes desafíos del momento actual". Y aseguró que su llamado no había sido inútil: "Durante la transición entre mi elección y mi asunción del mando presidencial, y en estos primeros días de labor, funcionarios de mi Gobierno y representantes de todos los sectores del quehacer nacional han mantenido reuniones de trabajo, para buscar las mejores soluciones a los problemas".

Cuando presentó sus planes de seguridad el 11 de febrero de 2010, advirtió: "[Esto no es un] show mediático para distraer la atención del compromiso y de la responsabilidad que tenemos en el combate de la delincuencia [...] es una consulta necesaria que la hemos intentado hacer en otros ámbitos de gestión pública". En esa ocasión, Funes planteó que quienes habían participado en otras mesas de trabajo creadas podían "dar fe de que este Gobierno no solo oye, sino que también escucha, y no solo ve pasar las sugerencias, sino que las toma en cuenta y rectifica donde debe de rectificar, corrige donde debe de corregir, pero insiste y mantiene una voluntad férrea donde cree que debe de mantener una voluntad férrea y no cambiar".

Al general David Munguía Payés, al nombrarlo ministro de Justicia y Seguridad Pública, el 22 de noviembre de 2011, le mandó, entre otros, lograr la unidad nacional para enfrentar el flagelo de la inseguridad y la violencia. Así las cosas, está por verse cómo le va al país —más que al Gobierno— con este nuevo llamado. Al no haber realizado antes esa aspiración, como tampoco la democratización real del país ni el respeto irrestricto de los derechos humanos, que también se contemplaron en el Acuerdo de Ginebra, la sociedad salvadoreña está muy lejos de vivir en armonía. Esa es la gran piedra de tropiezo que impide avanzar hacia la tan necesaria pero lejana pacificación propuesta hace veintidós años. Ahí está lo que echa por la borda los intentos oficiales de dos décadas, sinceros o no, en el camino hacia ese ansiado fin. Porque en El Salvador no habrá paz mientras la impunidad le niegue justicia a quienes lo habitan abajo y adentro; mientras sus mayorías populares sigan excluidas del desarrollo; mientras la abundancia del "buen vivir" de la que gozan unas minorías siga insultando y ofendiendo a diario a esas mayorías. Tampoco habrá democracia mientras los partidos y sus dueños visibles e invisibles sigan haciendo lo que quieren con las instituciones estatales.

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