Un día de 1985, cuando apenas era una niña, Jessica Martínez salió del país en busca de la superación en la gran nación del Norte. Como la mayoría de salvadoreños, Jessica empacó en una improvisada mochila todas sus ilusiones y sueños de mejorar la situación económica de los suyos. Logró llegar a Estados Unidos y se radicó en la segunda capital de El Salvador, Los Ángeles, en California, y allí comenzó una nueva vida que la obligó a trabajar desde muy temprana edad, hasta que pudo dedicarse al comercio por su propia cuenta. Jessica ha vivido la mayoría de su existencia en Estados Unidos, y su historia, como la de muchos migrantes indocumentados, está llena de alegrías y tristezas, de éxitos y frustraciones, y de graves violaciones a sus derechos humanos.
Durante los 27 años que residió en Estados Unidos, procreó 4 hijos, que se convirtieron en un nuevo aliciente para seguir luchando. Su primera hija fue diagnosticada con epilepsia desde muy pequeña y tiene afectada la mitad de uno de sus riñones, por lo que requiere tratamiento permanente. Sin embargo, la enfermedad no le ha impedido ser una estudiante sobresaliente. Gracias a su excepcional rendimiento, la niña de 12 años ha recibido muchos premios, entre los que destaca el otorgado por la Casa Blanca como la mejor estudiante de California en 2011.
A finales de la década de los noventa, Jessica fue diagnosticada con una enfermedad crónica, pero pudo seguir adelante con relativa normalidad gracias a los ingresos familiares y los cuidos de los servicios médicos estadounidenses. En 2001, encontró al amor de su vida, con quien se casó y procreó dos hijos gemelos. Con su esposo y sus 4 hijos, Jessica llevaba una vida regular, trabajando como comerciante los 7 días de la semana y sacando adelante a su familia. Sin embargo, en la vida de una persona indocumentada, también es parte de la normalidad ser víctima de violaciones a sus derechos.
Justo cuando cumplía 15 semanas de un nuevo embarazo múltiple, el 3 de febrero de este año, siete agentes del Servicio de Inmigración de Estados Unidos irrumpieron en su residencia en Los Ángeles y, sin mostrar ninguna orden judicial, esposaron a la pareja y detuvieron a dos amigos también indocumentados, un ecuatoriano y un hondureño, que en ese momento estaban de visita en la casa. En otro vehículo, los oficiales se llevaron a los cuatro hijos de Jessica. En el departamento de migración, las autoridades separaron y aislaron a los esposos. De acuerdo al testimonio de Jessica, allí la insultaron por su supuesta desfachatez al estar embarazada pese a su enfermedad, y le dijeron que por eso no merecía estar en Estados Unidos.
Y al insulto se sumó el maltrato: una policía le propinó una golpiza frente a otras mujeres que compartían detención en aquel lugar, donde según los hechos es posible torturar a los migrantes. Debido a los signos evidentes de maltrato, Jessica fue liberada un día después, el 4 de febrero, y enviada a su casa con orden de presentarse el 8 de febrero. Cuando llegó a su casa, se dio cuenta de que su esposo seguía detenido por el único delito de no tener documentos y que sus cuatro hijos habían desaparecido. Jessica sacó fuerzas de su dolor y dio con el paradero de sus hijos, a quienes habían enviado a una casa-hogar de niños abandonados por sus padres.
El 8 de febrero, Jessica tuvo la efímera alegría de encontrarse a una persona del consulado salvadoreño en el departamento de migración. Pero la alegría se desvaneció cuando esta persona, supuesta defensora de los derechos de los salvadoreños, fue indiferente a su denuncia y le dijo que su papel se limitaba a facilitarle la deportación. Acto seguido, el funcionario del consulado salvadoreño y el oficial de migración obligaron a Jessica a poner sus huellas en un documento y la citaron para el 14 de febrero, presagiando algo que no tenía que ver en absoluto con la amistad que muchos celebran en esa fecha. Después de ser acosada por agentes de migración, Jessica se presentó a la cita y ese mismo día fue deportada hacia la tierra que 27 años antes había dejado llena de ilusiones. Su esposo quedó detenido. Durante el vuelo a El Salvador, comenzó a sangrar. Al llegar acá, fue trasladada de inmediato al Hospital de Maternidad, donde perdió a los tres bebés. De acuerdo a Jessica, el aborto fue producto de la golpiza que le propinó la policía en el departamento de migración de Los Ángeles y de toda la angustia derivada de la situación.
La historia de Jessica es solo una muestra de los vejámenes a los que son sometidos nuestros compatriotas indocumentados en ese país. Ella ahora está en El Salvador, pero su corazón sigue en Estados Unidos, junto a sus hijos que están bajo el cuido de otras personas. Quien no vea las huellas de la injusticia, la discriminación y la indiferencia en este relato, no las verá nunca. La buena noticia en medio de este drama es que Jessica está dispuesta a seguir luchando por la reunificación con su familia y a exigir justicia a los responsables de su sufrimiento. Lo menos que podemos hacer es acompañarla hasta las últimas consecuencias.