No solo la seguridad se encuentra a la deriva. El discurso presidencial también desvaría entre la desmemoria y la incapacidad operativa. Ocho funcionarios, seis de ellos ministros, no pudieron dar cuenta del mal estado de la infraestructura nacional. En su comparecencia, una vez rendida la pleitesía debida a su jefe, los ministros atribuyeron los daños causados por la tormenta tropical Bonnie a los regímenes anteriores, a la población mal educada y al cambio climático. Las inundaciones, los derrumbes y las vías de comunicación intransitables, los techos colapsados de los hospitales, la inhabitabilidad de las escuelas y los muertos, todo ello es “herencia de 30 años de mala administración” de Arena y del FMLN, “resultado de un desorden urbanístico […] que nunca se corrigió”, el “alcantarillado es viejo, obsoleto”, “los techos datan de décadas”, “nos heredaron un sistema hospitalario paupérrimo” y “un país completamente destruido”.
La población tiene también, según los funcionarios, mucha culpa en lo ocurrido, porque tira la basura incivilizadamente en cualquier sitio y bloquea los desagües, y porque “durante décadas se dejó vivir a cientos de miles de familias sobre o bajo un talud y en todas las quebradas”, con lo cual “muchas casas a la orilla del río fueron minadas y se fueron al río”. Y, por último, el cambio climático, pues “el agua creció de manera tan fuerte que incluso los puentes se doblaron y no era por escombros, era por la simple fuerza del agua”.
Pero, en su momento, Bukele anunció triunfante: “Estamos remodelando toda la red hospitalaria” y, subrayó, “no son reparaciones cosméticas”. Al parecer, olvidaron los techos. Y, en esa misma línea, el ministro responsable de las obras públicas saludó orgulloso como un éxito de Bukele la reparación de la cárcava que se volvió a abrir. Por eso, borró el tuit y aclaró que la reparación fue otra. Los ministros han olvidado que el mismo Bukele desautorizó sus excusas hace tiempo. En “los primeros seis meses o el primer año de un gobierno, pues, tendrá los problemas heredados, pero ya después de varios años, llega el momento en que tienes que asumir que la responsabilidad es tuya”.
Atrapados, los ministros atribuyeron el desastre al cambio climático y al calentamiento global, dos cuestiones que no figuran en la agenda de Bukele. No firmó el Acuerdo de Escazú sobre la protección del medioambiente, porque “no se puede dejar de construir viviendas”, y descartó el cuidado del planeta como “tramitología” contraria a la expansión del capitalismo depredador. Muy consternados debieron sentirse los ministros para recurrir a un argumento ignorado por su jefe. En cualquier caso, en tres años no se han ocupado de las zonas protegidas ni del riesgo ambiental. Todo lo contrario, han autorizado proyectos que han aumentado la vulnerabilidad del país a los fenómenos climatológicos.
Es cierto que heredaron una infraestructura deteriorada, pero han tenido tres años para comenzar a reconstruirla y a mejorarla. En lugar de asumir el desafío, optaron por la comodidad y se han conformado con hacer promesas fantásticas. Ningún tren, aeropuerto o ciudad, ni siquiera la turística, es viable sin una infraestructura sólida. Bukele se contenta con repartir dispositivos electrónicos en el sistema educativo mientras las escuelas se caen a pedazos. Ofrece “nacer con cariño”, pero sin financiamiento. Invierte en una cárcel gigantesca o en un hospital para mascotas, mientras muchos de sus seguidores viven en sitios de alto riesgo no voluntariamente, sino porque no tienen donde vivir digna y seguramente.
La tormenta tropical puso en evidencia el abandono en el que se encuentran el territorio y sus habitantes. Los datos disponibles muestran que la capacidad de ejecución de los ministros que dieron la cara es muy baja y su comparecencia no fue la más feliz. Conscientes de su fracaso, alegaron que “cerrar las heridas de décadas […] no es fácil” y volvieron a prometer, sin plazo de cumplimiento, trabajar “para una solución integral”, de tal manera que los damnificados “ya no vivan en una zona vulnerable”. Nadie se atreva a dudar que “se mantiene esa promesa del presidente”.
Un gobernante sensato ya habría despedido a estos ministros por inútiles. Pero Bukele está atrapado. No los puede despedir sin asumir la responsabilidad de lo ocurrido, ya que toda la actividad gubernamental depende directamente de él. Sus ministros solo cumplen órdenes. En tres años no han avanzado en la reducción de los riesgos medioambientales, en la prevención de los desastres y en la capacidad para responder pronta y eficazmente a los fenómenos naturales. Dinero no les ha faltado, sino ejecución eficaz. Rápidos en el tuit, pero lentos en el hacer. De palabrería fácil, pero cortos en las obras.
“Nosotros no estamos para dar excusas”, dijo Bukele en su momento, “sino para trabajar al máximo por los salvadoreños”. Eso es, precisamente, lo que hicieron sus ministros: acusar a otros. Si ya alcanzaron su máximo rendimiento, su competencia es mínima.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.