Con frecuencia los políticos usan las encuestas de opinión para favorecerse a sí mismos. Sin embargo, cuando están bien hechas y cuando la reflexión sobre ellas es la adecuada, lo que se advierte es que la opinión popular tiene un grado de discernimiento y reflexión que casi siempre los políticos tratan de ocultar. Hace años, previo a unas elecciones, el Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop) de la UCA preguntó a los ciudadanos por quién votarían y si creían que con un eventual triunfo de Arena seguirían gobernando los ricos en El Salvador. A mucha gente le extrañó que la mayoría de los encuestados dijera que votaría por Arena y que respondiera simultáneamente que con dicho partido seguirían mandando los ricos. Pero lo que debía deducirse no es que el pueblo fuera contradictorio, sino que tenía una forma de discernimiento que le llevaba a pensar que el gobierno de los ricos, en circunstancias concretas, sería el mal menor para el país.
En la actualidad, una encuesta de Fundaungo nos muestra con claridad el discernimiento de la población. Preguntada por el régimen de excepción, casi el 84% da una opinión favorable al mismo. Pero en la medida en que se iban desglosando aspectos que caracterizan el régimen de excepción, la aprobación bajaba, hasta llegar al 8% cuando se preguntó si se estaba de acuerdo con que no se diera información a los parientes de los detenidos. En otras palabras, la gente aprueba el régimen de excepción como un camino de enfrentamiento con las maras, consciente de que su presencia es uno de los problemas de seguridad más graves de El Salvador. Sin embargo, rechaza en niveles cercanos al 90% tanto el silencio informativo como la condena sin presencia de abogados defensores. Otros aspectos del régimen de excepción, como la detención administrativa durante 15 días o el ser capturado por simples sospechas sin orden judicial, tienen un rechazo poblacional de más del 50% de los encuestados.
¿Tiene apoyo popular el presidente Bukele? Es evidente que sí. Pero lo cierto es que en quienes le apoyan hay cada vez un mayor discernimiento entre los resultados y los medios para obtenerlos; y que el exceso de fuerza, el militarismo o la violación de derechos pesa cada día más de un modo negativo en la conciencia. Si se cerca a más municipios como se ha hecho con Comasagua, la incomodidad irá creciendo. Si se continúa enjuiciando personas sin derecho a defensa o se las priva del derecho a tener contacto con los familiares, la insatisfacción se irá ampliando y ahondando. Aunque el exceso de fuerza que se está practicando tenga resultados casi inmediatos, prolongarla aumentará la incomodidad y la crítica. En el país existe una cultura de violencia que se expresa tanto en la brutalidad de la delincuencia como en otros fenómenos. El castigo físico a los niños, el machismo y el maltrato a la mujer, el lenguaje de odio en las redes, el gusto por las armas, la acumulación de guardaespaldas, la prepotencia de algunos funcionarios y empleados públicos alimentan esa cultura, que al final coloca al más fuerte por encima del débil y sus derechos. Casi podemos decir que de ahí aprendieron los miembros de las pandillas, llevando la violencia a extremos inusitados.
Maquiavelo, al que con tanto placer leen algunos políticos dados a la “moralidad notoria” y simultáneamente al ventajismo personal y de grupo, terminaba su obra más conocida, El príncipe, diciendo que “no existe hombre lo suficientemente dúctil como para adaptarse a todas las circunstancias”. Por esa misma razón, y más en democracia, el político debe apegarse a la normativa vigente, impulsarla hacia el bien común y no utilizar el poder como una fuente de arbitrariedad, sin respeto a reglas y condicionamientos expresados en la doctrina de los derechos humanos. Hacer lo contrario, aprovechar el poder como fuerza, lleva al enfrentamiento, precisamente por las insuficiencias humanas y por los mismos efectos de un poder sujeto a la dinámica de acción y reacción. Aunque se pueden ganar muchas partidas cuando se juega al poder, tarde o temprano llega el momento de la derrota. Hacer bien las cosas, ser fiel a los principios democráticos y a sus normativas, es lo mejor que puede emprender cualquier persona que se embarca en la empresa de la política, siempre sujeta a tormentas. Los que hoy sufren por no haber pagado la renta de los sobresueldos son un ejemplo, digamos que en pequeño, de lo que pueda generar el no apegarse a normativas. Quienes se las saltan están sujetos a los vaivenes de la política, más allá de los triunfos del momento.