Discípulos que sepan ver, juzgar y actuar

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En la homilía pronunciada por el papa Francisco en Medellín, durante su visita a Colombia, habló de la necesidad de empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros que sepan ver, juzgar y actuar, como lo proponían los documentos de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, conocidos como Medellín. Cada uno de los 16 documentos está estructurado siguiendo el modo de hacer teología que caracterizó y caracteriza a la teología latinoamericana: partir de la realidad histórica de nuestro mundo (ver), iluminarla a la luz de la palabra de Dios y del pensamiento social de la Iglesia (juzgar), e iniciar una nueva práctica transformadora y comprometida con la realidad (actuar).

Concretamente, en Medellín, los obispos escucharon el clamor del pueblo pobre y oprimido, descubrieron en este grito un signo de los tiempos y decidieron responder a ello acompañando al pueblo en sus aspiraciones de justicia y liberación, para pasar de condiciones de vida inhumanas a condiciones de vida más humanas, como se afirma en la introducción del documento. De ahí que este acontecimiento eclesial haya sido considerado como un gran pentecostés para la Iglesia latinoamericana. Sus tres opciones fundamentales lo confirman: opción por los pobres y contra la pobreza, por la liberación integral y por las comunidades de base. En este contexto se desarrolla una nueva forma de hacer teología que, como afirma Gustavo Gutiérrez, puede definirse como una reflexión crítica de la praxis histórica, una teología liberadora que no se limita a pensar el mundo, sino que busca situarse como un momento del proceso a través del cual el mundo es transformado. O como explica Víctor Codina, estamos ante un nuevo modo de hacer teología, una teología que no es mero reflejo de la europea, sino que parte de la realidad histórica del pueblo pobre y oprimido de América Latina que lucha por un cambio social y su liberación de estructuras injustas. Una teología, en fin, “cerca de Dios y cerca de los pobres”, como lo ha indicado Gutiérrez en sus escritos más recientes.

A esta exhortación del obispo de Roma a ser discípulos misioneros que saben ver, sin miopías heredadas, que examinan la realidad desde los ojos y el corazón de Jesús, y que arriesgan, que actúan, que se comprometen, se suma otro llamado similar, esta vez a los discípulos-teólogos. Viene de la Comisión Teológica de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina, que ha pedido a sus miembros que ayuden e incentiven a hacer teología desde la realidad socio-eclesial latinoamericana. En esta línea, el teólogo jesuita Hugo Gudiel García, miembro de la Comisión, ha comentado recientemente que, por primera vez, la Conferencia planteó la necesidad de repensar el método teológico latinoamericano. Esto guiado por el supuesto de que “el método sí importa en el momento de hacer teología”. En este punto recordemos, de paso, lo que Ignacio Ellacuría explicaba sobre el método teológico surgido en América Latina. Advertía que este no hay que entenderlo en el sentido de lo “metódico”, o sea, del análisis de las técnicas de investigación y exposición, sino en el sentido de lo “método-lógico”, es decir, de la razón propia del proceder entero, por el cual discurre la reflexión teológica como elemento esencial de la praxis eclesial. Desde este punto de vista, decía Ellacuría, no pueden separarse método y contenidos, porque el primero explica el origen, la articulación y la forma de los segundos.

En suma, partir de la realidad histórica de nuestro mundo, iluminarla a partir de la palabra de Dios e iniciar una praxis humanizadora han sido aspectos propios de este modo de hacer teología, que sigue siendo necesario para responder a preguntas fundamentales de nuestro tiempo y que han sido reiteradas por la Comisión Teológica. Algunas de las interrogantes de fondo son las siguientes: ¿cuál debe ser el modo propio de hacer teología en América Latina que nos revele la marcha de Dios en los pobres y en la praxis histórica? y ¿cuáles son las experiencias fundamentales que aparecen como punto de partida de esa teoría teológica que nos llevan a historizar la teología latinoamericana? Más decisivas todavía: ¿cómo descubrir a Dios en las marchas de la esperanza de algunos pueblos?, ¿cómo hablar de Dios a los que han sido declarados no-personas, invisibles, descartables? La respuesta a estas preguntas y otras de similar índole pasa, según el teólogo Gudiel García, por el abordaje de temas como la fragilidad, la diversidad, el arte liberador, las viejas y nuevas formas de pobreza, y los insignificantes. Ello en el entendido de que Dios se está revelando precisamente en lo frágil, lo diverso y en las no-personas, como lo confirma la tradición bíblica.

Y si ahora hablamos del discípulo-teólogo, que también necesita examinarse como tal, oportunas son las preguntas que Víctor Codina ha dejado formuladas en varios de sus escritos. Para él, las preguntas sobre la praxis de enseñanza y producción teológicas se revierten sobre el propio quehacer teológico en los siguientes términos: ¿qué clase de teólogos o teólogas hay?, ¿cómo se hace teología hoy?, ¿desde dónde?, ¿con quiénes?, ¿cuáles son las fuentes y lugares teológicos privilegiados?, ¿qué apasiona?, ¿qué duele?, ¿saben arrodillarse ante el Misterio?, ¿se dejan llevar por el Espíritu que ungió a Jesús de Nazaret?, ¿qué experiencia eclesial y pastoral tienen?, ¿están cercanos a los pobres, a los jóvenes, a las mujeres, a los indígenas?

La referencia de Francisco a ser discípulos según el espíritu de Medellín y el llamado de la Comisión Teológica a poner a producir el método teológico latinoamericano son alicientes genuinos para seguir actualizando, potenciando y promoviendo esta tradición teológica.

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